Nacho Muñiz es coordinador de los ciclos de cine de la Cultural

Desde que Alejandro Díaz Castaño se hizo cargo de la dirección del FICX son ya varios los proyectos que han salido adelante fruto de la colaboración constante y activa entre el Festival y la Sociedad Cultural Gijonesa, partiendo de la idea compartida por las dos instituciones de que la ciudad disponga de una oferta cinéfila que cubra todo el año, más allá de la intensa actividad que siempre nos trae noviembre. Dado que el estreno del cine español e internacional que no suele tener cabida en las salas comerciales está garantizado por los ciclos que tienen lugar regularmente en la Laboral Cinemateca y en el CMI Pumarín Gijón Sur, el FICX y la Cultural pusieron en marcha el Cine Club 60, un espacio para el cine clásico que va por su tercera edición y que ha tenido un reconfortante respaldo del público desde el comienzo, con el salón de la Escuela de Comercio lleno en casi todas las proyecciones. Ha sido precisamente el éxito que ha tenido el Cine Club 60 el que ha animado al FICX y la Cultural a dar un paso adelante y programar un ciclo de clásicos del cine mudo.

Ciclo Cine Mudo en Xixón

Los años 20 del siglo pasado fueron, sin duda, los más decisivos y fructíferos del entonces joven medio de expresión; tras dos décadas que podemos considerar de ensayo e investigación de los recursos expresivos que ofrecía este invento tecnológico para crear un espectáculo que atrajera a las masas, aparece una generación de cineastas que toman el relevo de los pioneros y que van a crear, desde sus aportaciones individuales, los cánones que regirán lo que se va a convertir en la forma de ocio más popular, en primer lugar, y, posteriormente, en el arte por excelencia del siglo XX. Esta explosión creativa no se limita, ni mucho menos, al entonces naciente imperio hollywoodense, sino que tiene múltiples centros de referencia, entre los que destacan especialmente la nueva Alemania republicana, los países escandinavos, la recién fundada URSS y, en Asia, la pujante potencia industrial de Japón.

Las cuatro películas programadas quieren reflejar esta diversidad geográfica y cultural que caracteriza la producción cinematográfica de la época, todavía lejos del dominio aplastante que ejercerá posteriormente -y ejerce todavía hoy- Estados Unidos en los medios audiovisuales. Son muchos los creadores y las películas que nos gustaría que formaran parte del ciclo, pero los títulos elegidos son auténticas joyas imprescindibles para toda persona cinéfila.

Siguiendo el orden en que serán proyectadas, comenzamos con “He nacido, pero…”, de Yasujiro Ozu; se trata de la película más “moderna” del ciclo, pues se rodó en 1932, cuando en Occidente ya se había impuesto casi totalmente el cine sonoro, pero su presencia está más que justificada, puesto que pertenece a los comienzos de la carrera del maestro japonés hoy considerado generalmente uno de los más grandes cineastas de siempre. Pese a que se trata de un título de “juventud”, ya están presentes todos los rasgos que definen el cine de Ozu; de hecho, casi treinta años después volverá a rodar la misma historia, esta vez en color, con el título de “Buenos días”, una de sus películas más conocidas internacionalmente.

La segunda película programada es “La pasión de Juana de Arco”, del danés Carl Theodor Dreyer; aunque es de producción francesa, la podemos considerar representativa de la potencia del cine escandinavo, con nombres de la talla de los suecos Mauritz Stiller y Victor Sjöstrom (del que ya proyectamos “La carreta fantasma” en el Cine Club 60) o el también danés Benjamin Christensen (del que vimos su espeluznante “Häxan”). Además, se trata de una de esas películas legendarias sobre las que se han escrito multitud de libros y artículos, entre otras razones, en este caso, por la impresionante actuación de su protagonista, Maria Falconetti.

Es imposible concebir una muestra de cine mudo sin que aparezca el nombre de F. W. Murnau, un cineasta cuya influencia en otros creadores es sencillamente decisiva; por poner un ejemplo, John Ford declaró varias veces que decidió qué tipo de cine quería hacer después de ver “Amanecer”, la primera película de Murnau en Hollywood. Cualquier película de Murnau es digna de figurar en las antologías, desde “Nosferatu” a “Tabú”, pero en esta ocasión nos hemos decidido por “El último”, una auténtica exhibición de expresividad visual con la que Murnau pretendía demostrar, y lo consiguió, que los intertítulos eran innecesarios para contar una historia.

Terminamos con “La madre”, de Vsevolod Pudovkin; era también necesario incluir una muestra del cine soviético, que conoció, como el alemán, una época dorada en los años 20 que no se ha vuelto a alcanzar desde entonces. Las razones para ello no están sólo en el impulso y la protección que le dio a la producción de películas el primer gobierno de la URSS, ya que consideraba al nuevo medio el más adecuado para apoyar la revolución, sino en el surgimiento de una pléyade de cineastas con ánimo experimentador y vanguardista que van llevar a cabo una ingente labor teórica y práctica sobre la expresión visual, con protagonismo especial para el montaje, al que muchos de ellos considerarán el elemento clave de la creación cinematográfica. Por supuesto, el nombre de Sergei M. Eisenstein es de sobras conocido, pero la lista de grandes creadores es muy larga: Dovzhenko, Dziga Vertov, Lev Kulechov, Leonid Trauberg… y, por supuesto, Pudovkin, el elegido para terminar esta pequeña colección de películas mudas que, cien años después, creemos que siguen tan brillantes como cuando se rodaron.

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