Foto de Polina Zimmerman
IMPRONTA, apuntes necesarios de mujeres que dejaron huella
Eva Fernández Fernández es licenciada en Geografía e Historia y Vicepresidenta de la Sociedad Cultural Gijonesa
En 2019 se celebraba el centenario de la Bauhaus y en Alemania, lugar de su fundación, se multiplicaron artículos, exposiciones, películas e incluso una series de televisión para hacer más atractivo al público actual la historia de un movimiento que, al revés que los medios de comunicación de masas, intentaba generar un pensamiento artístico de calidad al servicio del pueblo.
La escuela nació al tiempo que la República de Weimar y su declive y cierre coincidieron con el ascenso de los nacionalsocialistas. Muchos de sus maestros y alumnos tuvieron que abandonar no sólo la escuela, que sobrevivió en Berlín entre 1932 y 1933 como academia privada, sino también Alemania. Ello dio lugar a una diáspora por Europa y EEUU, lugar donde enraizaron las ideas fermentadas en Weimar y después en Dessau, aunque desprovistas de sus intenciones socializadoras.
La Bauhaus dio sus primeros pasos de la mano del arquitecto Walter Gropius. Como otros artistas desde mediados del siglo XIX, no era ajeno a la repercusión que el desarrollo industrial había tenido sobre el arte y los objetos de uso cotidiano. Desde puntos de vista muy diversos, John Ruskin, William Morris, Henry Van der Velde o Peter Behrens habían sido conscientes de que la generalización de la producción industrial obligaba a repensar las artes. Algunos, como Ruskin, rechazando de plano la alienación del trabajo industrial frente a la dignidad del trabajo artesano y volviendo sus ojos a un pasado medieval gremial idealizado. Y otros, como el arquitecto Peter Behrens asumiendo que las necesidades de la industria iban a exigir una adaptación por parte de los creadores. Gropius trabajó en el estudio de Behrens antes de la guerra, lo que de forma inevitable trasladó a la escuela esa perspectiva.
La Bauhaus aunaba los saberes de las dos academias preexistentes en Weimar (Bellas Artes y Artes Aplicadas) promoviendo así la integración de las artes. Se trataba de formar a profesionales con capacidad de crear y llevar sus ideas y diseños a la práctica. Pero además, las ideas, los objetos y arquitectura creados debían constituir un factor de cambio social, ser impulsores de una nueva era.
Sin querer ahondar en la evolución de los escasos 14 años que duró el proyecto pedagógico, Gropius partió de un modelo inspirado en los gremios medievales, de ahí el nombre de Bauhaus, “casa de construcción” que rememoraba las Bauhütte, o gremios dedicados a la construcción de las catedrales. El estudio se componía de enseñanza artística y trabajo en los talleres de artes aplicadas, donde se promovía el trabajo colectivo orientado hacia un objetivo común.
Durante los primeros años, muy influenciados por el pintor Johannes Itten, se intentaba extraer del alumnado su capacidad de expresión artística individual. Sin embargo, pronto surgió el enfrentamiento del Expresionismo romántico de Itten con la visión de Gropius del sometimiento a los requerimientos de la industria, más aún bajo la influencia funcionalista de Moholy-Nagy y del Constructivismo traído por Vassily Kandisnky. Paulatinamente la Bauhaus centró sus esfuerzos en el diseño para la reproducción industrial, proporcionando una belleza y calidad a los objetos que debían llegar a todo el pueblo, así como una estética revolucionaria y contrapuesta al arte académico decimonónico.
En este contexto de renovación y modernidad hay que entender la entrada de las mujeres en la Escuela y su papel, ensombrecido por las personalidades masculinas reunidas en torno al visionario y moderno Gropius.
Atraídas por la revolución Bauhaus
El advenimiento de la República de Weimar significó para las mujeres alemanas la consecución de un nuevo estatus. Consiguieron el derecho al voto pero también, sobre todo en Berlín, pudieron acceder al mercado de trabajo asalariado en nuevas profesiones creadas por la industria. Logró cierta independencia y un papel en la vida pública desconocida hasta el momento.
La Bauhaus se fundó en Weimar, una mortecina ciudad de provincias en cuyas escuelas no se contemplaba la entrada de mujeres. Por eso, cuando la nueva escuela abrió sus puertas bajo la promesa de una educación libre de prejuicios, sin diferencias de edad o sexo, multitud de jóvenes mujeres de todo el estado se dirigieron allí con la esperanza de comenzar, no sólo una carrera artística sino también una nueva vida, rotos literalmente los estrechos corsés del Reich. Tanto así, que en 1919 se preinscribieron más mujeres que hombres – 84 mujeres frente a 79 hombres – y ahí comenzaron los problemas porque Gropius temía que la Escuela perdiera prestigio y de paso, el dinero tan necesario para su proyecto.
Quizá lo que en Gropius eran temores, en otros profesores se trataba de claros prejuicios. Johannes Itten, llegó a afirmar que las mujeres sólo tenían una visión bidimensional y que por tanto les estaban vetados la mayor parte de los talleres. Gerhard Marcks, profesor del taller de cerámica, y Carl Zaubitzer, que dirigía el taller de impresión, también preferían mantener a las alumnas lejos de sus clases.
Si bien el número de mujeres matriculadas fue disminuyendo a lo largo de los años, unas 500 mujeres estudiaron en la institución y, pese a que su trabajo sólo ha sido reconocido con el paso del tiempo, imprimieron una huella imborrable. Nombres como Marianne Brandt, Gunta Stölz, Friedl Dicker, Alma Buscher o Lucia Moholy-Nagy quedaron a la sombra de sus compañeros y maestros masculinos pero, como veremos, demostraron su talento y haber interiorizado más profundamente el espíritu de colaboración de la Bauhaus. Y eso pese a los obstáculos que se les iban imponiendo.
Ya en 1920 se dirigió a las alumnas hacia el taller de tapices, que se consideraba el adecuado para ellas y que se encontraba en el último lugar dentro de la jerarquía del arte. Uno de los maestros, Oskar Schlemmer, compuso un verso entre la sátira y la ofensa que rezaba “allí donde hay lana, hay también una mujer que teje aunque sea sólo como pasatiempo”.
Algunas mujeres como Dörte Helm, Lou Scheper o Fridl Dicker, desafiaron los dominios masculinos. Otras asumieron su papel o vieron frustradas sus esperanzas de convertirse en artistas.
Mujeres de la Bauhaus
Gunta Stölz
Había llegado atraída por la promesa de revolución en el arte, por la nueva libertad que ofrecía la Bauhaus. Desde un principio logró imprimir en los tapices su espíritu de ruptura introduciendo nuevos colores y formas y técnicas complejas. Ella y sus compañeras utilizaban el telar como si se tratara de un lienzo. De hecho, este taller fue uno de los más rentables y exitosos de la Bauhaus.
Stölz fue la única mujer en convertirse ella misma en maestra de la escuela con el apoyo de sus compañeros y compañeras, aunque nunca llegó a cobrar el mismo salario ni a tener iguales condiciones que el resto de los profesores.
Friedl Dicker
Llegó con 21 años y fue una de las pocas mujeres que disfrutó de una total libertad creativa ya que Gropius consideraba su trabajo como el mejor de la escuela. Destacaba en todas las técnicas y materiales a los que se acercó, tanto el metal, como la pintura y la fotografía, en la que junto a Florence Henri, lograron expresar el espíritu de la mujer de su tiempo. Pronto la Bauhaus se le quedó pequeña y fundó su propio estudio de arquitectura y de diseño de muebles.
Alma Buscher
Tuvo un destino triste pese a un enorme capacidad para el diseño y la arquitectura. Cuando llegó a la Bauhaus había estudiado ya en Berlín y, aunque había demostrado un gran talento en el taller de escultura en madera, se la remitió al de tapices.
La exposición de 1923 “Kunst und Technik: eine neue Einheit”, en la que se iba a mostrar al público mundial el trabajo de la Bauhaus, le dio la oportunidad de emplearse en el diseño de muebles. Gropius necesitaba mostrar productos y nuevos diseños que complementaran la insignia de la muestra, la vivienda unifamiliar “Haus am Horn”, así que Alma diseñó la habitación infantil. Con ella triunfó de manera definitiva.
Otro de sus diseños más famosos fue la serie de juguetes educativos de construcción cuyo objetivo era el estímulo de la imaginación de los niños. En ese momento Alma ya se había casado y pronto tuvo su primer hijo lo cual Gropius consideró incompatible con la actividad artística. El hecho fue que en 1927 ella abandonaría la escuela y nunca volvería a diseñar.
Marianne Brandt
Era ya una pintora establecida cuando llegó atraída por la exposición de 1923. Fue tal el shock que supuso para ella la revolución artística que observó, que decidió destruir su propia obra y empezar desde cero.
Se pudo inscribir en el taller del metal dirigido por Laszlo Moholy-Nagy, quien la apoyó y animó en sus diseños de objetos de uso diario y muebles. Su trabajo se convirtió un un verdadero icono de la escuela. Como otras mujeres “bauhaus” también cosechó un enorme éxito.
Lucia Moholy-Nagy
No fue estudiante ni maestra pero es a través de su mirada como conocemos la Bauhaus. Con su estilo lleno de detalle y objetividad fotografió la actividad y los espacios, como los nuevos edificios diseñados por Gropius para la escuela en Dessau.
Sus fotografías llenan los catálogos de la Bauhaus pero no tuvo un reconocimiento oficial. Cuando hubo de exiliarse dejó atrás centenares de negativos que luego descubrió en publicaciones y se vio obligada a luchar por la autoría.
Gertrud Arndt
Llegó para estudiar arquitectura pero se la obligó a matricularse en el taller de tapices. Como sus compañeras, hubo de rebelarse y centró su actividad en la fotografía. Sus vanguardistas autorretratos le sirvieron de vía de escape de su papel de esposa y madre, y le harán pasar a la historia de la fotografía de la escuela con un estilo inconfundible, completamente personal.
Epílogo
Estas fueron algunas de las mujeres más destacadas de una larga lista que continúan a la sombra de sus compañeros. Sus destinos, como el de la Bauhaus, cerrada por el gobierno de Hitler, acabaron en el exilio (Lucia Moholy, judía y comunista, se exilió en Inglaterra; Gunta Stölz, en Suiza y nunca volvió a Alemania), conocieron la muerte en la guerra (Alma Buscher murió en un bombardeo) o en el campo de concentración (Friedl Dicker era la esposa de un judío y acabó recluida en Theresienstadt, donde ayudó a los niños del ghetto a olvidar la realidad con sus clases de arte. Finalmente murió en la cámara de gas).
Pese a los prejuicios con los que se las acogió en la escuela de Weimar, la mayoría reconoció la importante aportación de la Bauhaus en sus vidas. La idea de unir el arte con la vida cotidiana, las experiencias de camaradería entre hombres y mujeres, la libertad que se disfrutaba, principalmente en los comienzos de la escuela, eran un aliciente único para aquellas mujeres pioneras y llenas de esperanza. Recordar su legado constituye una contribución fundamental para reconocer el papel de la mujer en la renovación de las artes del siglo XX.
Bibliografía:
Perelló, Antonia. Las claves de la Bauhaus. Barcelona: Planeta, 1990
Wick, Reiner. La pedagogía de la Bauhaus. Madrid: Alianza, 1986
Radelhof, Susanne & Wischnewski, Maria . (2019) . Bauhausfrauen: mi Schatten der Männer [en línea] . Alemania : Koberstein Film. Bauhausfrauen – im Schatten der Männer – Bing video [consulta: 25 de febrero de 2021]