Diego Díaz es historiador y directivo de la Asociación Cultural La Ciudadana de Uviéu
Mayo de 2016. Mitin de PODEMOS en Córdoba. Echenique está en el uso de la palabra, cuando Pablo Iglesias interrumpe a su compañero de partido y exclama “¡Julio!”. Anguita ha cambiado en el último momento de opinión y entra por sorpresa en el recinto donde se celebra el acto. Iglesias sale a su encuentro y se funden en un abrazo. El secretario general de PODEMOS no puede contener las lagrimas.
No descubro el Mediterráneo si digo que Iglesias, más allá de siglas, es el principal heredero del legado político de Julio Anguita. Las siglas nunca fueron una cosa demasiado importante para el hombre que inventó Convocatoria por Andalucía, se tomó en serio desarrollar IU como movimiento político y social, y no simplemente como una cuestión de marketing electoral para ocultar la hoz y el martillo, y ya después del 15M y unos cuantos infartos, alumbró el Frente Cívico Somos Mayoría, que como recientemente reconocía Juan Carlos Monedero, fue uno de los bancos de pruebas de lo que luego sería PODEMOS.
Retrocedamos a principios de los años 90. El Muro de Berlín acaba de caer, Francis Fukuyama proclama a los cuatro vientos el final de la historia y el neoliberalismo lanza una ofensiva política y cultural sin precedentes en todo el mundo. Una ofensiva de las clases dominantes, indiscutibles triunfadoras de la Guerra Fría, llamada globalización, y que en Europa adoptará la forma de una Unión Europea fundamentalmente económica, muy desequilibrada en favor de las élites y la Alemania reunificada.
Culturalmente derrotados, ante los partidos comunistas del Viejo Continente se presentan dos grandes vías antagónicas. La reconversión socialdemócrata o el repliegue identitario. El primero será el camino que tomen, con desiguales resultados, el partido italiano y la mayoría de los antiguos partidos comunistas del Este. El segundo, será con importantes matices, el adoptado por los partidos comunistas griego, francés y portugués.
Existía no obstante una tercera opción. La apuesta por una nueva izquierda, alternativa tanto a la nostalgia del “socialismo real” como a una socialdemocracia subordinada al neoliberalismo y a los intereses geoestratégicos de los EEUU. Una nueva izquierda que tratara de fusionar en un mismo proyecto político lo mejor de la tradición histórica del movimiento obrero y socialista con las aportaciones de los llamados nuevos movimientos sociales, especialmente del ecologismo. Ese fue el camino del Bloco en Portugal, el de la izquierda roji-verde nórdica y el que también trató de llevar a cabo la IU de Anguita.
Anguita no disolvió el PCE, como le reclamaban los dirigentes comunistas más miméticos con el experimento italiano, la transformación del PCI en el Partido Democrático de la Izquierda, pero no por ella dejaba de ser consciente de los límites del PCE. Por eso apostó por desarrollar a fondo la IU de Gerardo Iglesias y ensanchar sus fronteras más allá de sus orígenes de frente electoral con el PCE y algunos grupos menores que dieran cierta imagen de pluralidad. Dio bola a los independientes de prestigio, sentó en la dirección a trotskistas y antiguos izquierdistas enfrentados al PCE en la Transición, y cortejó a los escasos socialistas que se dejaron cortejar. Su liderazgo en los años 90 descansaría en una coalición interna formada por la mayoría del PCE “eurocomunista”, los antiguos comunistas ortodoxos prosoviéticos, sectores procedentes de la extinta izquierda radical y socialdemócratas críticos con el felipismo. El rechazo a la subordinación al PSOE como único horizonte político posible para IU, era el mínimo común denominador que unía a todos estos grupos.
En condiciones internacionales y culturales sumamente difíciles, sin redes sociales ni medios de comunicación propios, con una fuerte hostilidad de los principales medios progresistas españoles, El País y la SER, y la oposición de la dirección de CCOO e Iniciativa per Catalunya, así como de una parte importante de la de IU, la estrategia de Anguita lograría media década de asombrosos buenos resultados, entre 1991 y 1996. Jugaban a su favor el desgaste de un PSOE cada vez más derechizado y desprestigiado por sus casos de corrupción, así como el malestar social de unas nuevas generaciones de clase trabajadora marcadas por el desempleo y la precariedad, y que carecían del vínculo sentimental de sus mayores con Felipe González. IU además apoyaría en esos años los movimientos contra la participación de España en la Guerra del Golfo y después de Yugoslavia, por la eliminación del servicio militar obligatorio, la ampliación del aborto o el reconocimiento de los derechos LGTB, frente a un PSOE muy prudente en todas estas cuestiones, lejos de la audacia del Zapatero que haría de la ampliación de los derechos civiles su principal bandera, junto con el No a la guerra de Irak.
En las elecciones europeas de 1994 IU obtenía el 13% de los votos. En las autonómicas andaluzas celebradas ese mismo día, la coalición de izquierdas rozaba el 20% de los votos. Al año siguiente, en las autonómicas y locales IU volvía a obtener buenos resultados en toda España y reducía distancias con el PSOE. El sorpasso parecía un sueño medianamente razonable. Sin embargo el desgaste socialista beneficiaba a IU, pero mucho más a la derecha. La disyuntiva de pactar o no con el PSOE, y a cambio de qué, se convertiría en el gran debate interno, hábilmente amplificado por los medios cercanos al partido socialista. Anguita opondría el “programa, programa, programa” a las pretensiones de algunos de sus compañeros de dar un cheque en blanco al PSOE para frenar a la derecha. Sin embargo, los resultados electorales dejarían en muchas localidades y regiones, como Asturies, situaciones verdaderamente endiabladas, difíciles de digerir para electores de izquierdas que rechazaban el felipismo pero que tampoco querían ver en el poder a la derecha reunificada de Aznar. En las generales de 1996 el PP triunfaba, aunque sin mayoría absoluta, e IU lograba buenos resultados electorales, pero por debajo de las mejores expectativas y muy lejos del anhelado sorpasso. La estrategia anguistista se había estancado, muchos votantes progresistas asustados por el avance de las derechas regresaban al PSOE, la presión del grupo PRISA se intensificaba sobre el liderazgo de Anguita y percutía sobre las discrepancias internas en el seno de IU. En 1998 Anguita sufría un segundo ataque al corazón. En 1999 la coalición se desplomaba en las europeas, autonómicas y locales. Anguita, muy debilitado de salud se retiraba de la primera línea de la política. Sin él al frente de la coalición IU daría un rápido giro hacia la colaboración con el PSOE. Atravesaría etapas mejores y peores, llegando incluso a co-gobernar en un buen número de gobiernos locales y autonómicos, pero no lograría recuperar la influencia que había jugado en la política española de la primera mitad de los años 90. Convertida en una jaula de grillos con mucha bronca interna, y muy poca voluntad de renovación por parte de unos cuadros dirigentes de mediana edad, se convertiría en un espacio poco atractivo para las nuevas generaciones de activistas, cada vez menos interesados por la política de partido.
Y en estó llegó la crisis y el 15M. Los viejos vídeos de Anguita se harían virales en las redes y Julio, juntó a un puñado de antiguos colaboradores políticos, lanzarían el Frente Cívico Somos Mayoría, que entre otras cosas era una invitación a IU a moverse, reinventarse y resituarse en el nuevo escenario post15M. No por casualidad el Frente se reuniría en espacios ocupados nacidos al calor del movimiento indignado, como el CSOA La Madreña en Oviedo, u otro centro social ocupado, el Rey Heredia, en Córdoba.
Redescubierto por una nueva generación, los aromas del anguitismo resurgirían con el primer PODEMOS, pero en condiciones ahora mucho más favorables que las de los años 90. Con unas redes sociales y medios digitales que habían roto el oligopolio informativo de las grandes empresas de comunicación, y en un clima cultural marcado por la crisis económica, las expectativas de futuro bloqueadas para una gran parte de la juventud, los escándalos de corrupción, los recortes del Estado del Bienestar y la impugnación del neoliberalismo por grandes movilizaciones ciudadanas como el 15M, las cuatro huelgas generales convocadas entre 2010 y 2012, las mareas de los servicios públicos, las marchas de la dignidad, y las luchas de los afectados por la hipoteca y de las estafas bancarias.
El desprestigio del PSOE en los años de las grandes movilizaciones sociales, pilotado por un Alfredo Pérez Rubalcaba incapaz de reconectar al partido con amplios sectores de la opinión pública progresista, llevarían a acariciar la posibilidad no solo del viejo sueño anguitista del sorpasso, sino incluso también de lo que entonces se dio en llamar la “pasokización” del PSOE. Faltaría muy poco. En las elecciones del 26 de junio una movilización inesperada de las bases profundas del socialismo español lograrían salvar por el 1,5% de los votos el liderazgo del PSOE en el campo de la izquierda. El PSOE no se hundía, pero salía muy tocado de la pugna con PODEMOS. Aún quedaban un largo vía crucis, dimisión de Pedro Sánchez entre lagrimas, histórica entrevista televisiva con Jordi Évole desvelando presiones de los poderes fácticos para frustrar un gobierno con Unidas Podemos y la crisis interna más dura de los socialistas en su historia reciente, que dejaría episodios tan memorables como el “Aquí la única autoridad soy yo”. No sería hasta mayo de 2017 cuando la rebelión de las bases del partido contra el aparato, encarnada por un reinventado Pedro Sánchez, lograría corregir la deriva catastrófica a la que Susana Díaz, Felipe González y Pérez Rubalcaba conducían al partido.
Tras fracasar en el sorpasso PODEMOS tendría que redifinir su estrategia y sobre todo sus relaciones con un PSOE que se había revelado mucho más robusto que sus homólogos griego o francés y que ya pilotado por Sánchez y su equipo, copiaba algunos gestos, maneras y discursos de PODEMOS. Ahí comenzarían los problemas de verdad. Iglesias atravesaría entonces tres años tan infernales como habían sido el periodo 1996 – 1999 para Anguita, pero contra todo pronóstico su liderazgo lograría sobrevivir a sus errores propios, las conspiraciones internas, el acoso mediático, y dos elecciones generales consecutivas en 2019 pensadas casi exclusivamente para destruirlo. Debilitado, pero no muerto, como era el plan del que hoy es su presidente y compañero de Gobierno, en diciembre de 2019 Iglesias lograba lo que Anguita había intentado sin éxito con Felipe González tras perder la mayoría absoluta, arrastrar al PSOE a firmar un acuerdo de Gobierno con un programa de corte socialdemócrata. La sociedad y la política española habían cambiado mucho desde aquel ya lejano 1993 en el que Felipe González daba un portazo a IU para sacar adelante su última legislatura con los apoyos de la CiU de Pujol y el PNV de Xavier Arzalluz.
Anguita se ha muerto después de ver a miembros del PCE y de Unidas Podemos sentados en el consejo de ministros del Gobierno de España. Extremadamente cauto a la hora de hacer acuerdos con el PSOE, del pacto diría públicamente que le gustaba el contenido programático, y que podría ser, de cumplirse o no, “la tumba o la gloria de Unidas Podemos”. Ante la pandemia respaldaría al Gobierno en la gestión de la crisis sanitaria y económica frente a los ataques de las derechas. Mantuvo hasta el último momento la relación con Pablo Iglesias, el hombre que logró traspasar puertas que un Anguita a contracorriente, encontró cerradas en la inhóspita década de los 90. Decía el cineasta sueco Igmar Bergman, con admiración hacia su colega Andréi Tarkovski, que sentía, con envidia, que Tarkovski lograba siempre ir más allá que él en sus películas, que de algún modo donde terminaba su cine empezaba el del ruso, que penetraba en superficies que el tan solo había logrado arañar. Algo parecido creo que pasó entre ambos dirigentes políticos. Quizá por eso Julio, consciente del momento histórico, decidió a última hora cambiar de opinión, saltarse el protocolo y acudir a aquel mitin de PODEMOS en Córdoba para abrazar a Pablo Iglesias.