Oliverio Martínez Cepedal, profesor de filosofía y directivo de la SCG
El gimnasio, el tatami, el cuadrilátero, la carrera de montaña… España es uno de los países que más porcentaje de PIB dedica a este tipo de actividades. Prácticamente no hay lugar que no tenga algún tipo de artefacto cultural para estimularse y desarrollarse deportivamente. Desde el fútbol que casi ha llegado al nivel de religión laica hasta pequeñas asociaciones de deportes autóctonos como los bolos o el deporte tradicional.
Además de esas considerables cuantías económicas existen aspectos culturales y políticos nada desdeñables, tal es así que en los gimnasios además de levantarse buenas cargas de hierro también se cocinan opiniones políticas que se vuelven transversales entre esfuerzo y esfuerzo. Parecerá increíble para algunos, pero hay más espacios para la cultura y la política más allá de los cafés donde suena John Coltrane indiscriminadamente. Los gimnasios pueden ser, y en muchas ocasiones son espacios culturales comunitarios donde una buena parte de las clases populares acuden a olvidar su cotidiana explotación del hombre por el hombre.
Ya nos lo contaba Jacques Rancière en La noche de los proletarios, allí donde hay una comunidad de trabajadores descansando de la jornada laboral surge la mofa, la sorna y la ironía de los que dominan sus vidas en las jornadas laborales. Así mismo, puede ocurrir en los centros deportivos de una manera más física. Las demostraciones de fuerza acontecidas en los gimnasios pueden constatar que todavía hay vigor en la naturaleza explotada del trabajador/a como para entrenar un poco más y crear con la ayuda de los compañeros/as de entrenamiento un físico sólido, capaz y vivo.
La autopaideia liberadora del ejercicio físico está acompañada por una solidaridad orgánica con los compañeros, los cuales oscilan desde el competidor solidario, hasta el animador más humilde. Lo mismo ocurre en los deportes de contacto y de fuerza, de hecho aquí reside una de las grandezas del mundo de la fuerza, el compañerismo sincero, la capacidad de autopoiesis colectiva capaz de reconectar a la persona con su cuerpo después de una dura jornada de trabajo, jornada donde su cuerpo estuvo conectado a una máquina para satisfacer la fase productiva de la mercancía.
El sudor dignifica si es compartido, los entrenamientos en realidad son rituales de acercamiento entre las personas, flujos comunitaristas que circulan esperando asentamiento grupal. Acercamientos que se fundamentan en el respeto y en el reconocimiento del otro y de su humilde esfuerzo en el entreno, sea este de la proporción que sea. Existe una muda belleza en el movimiento callado del esfuerzo humano, un hermoso danzar de virtudes. Por eso el gran público se emocionaba con los entrenamientos de Rocky por los barrios de la ciudad, ahora entendemos la famosa secuencia de las escaleras del museo de Arte de Filadelfia a ritmo de Gonna Fly Now
El ser col otru, la llucha col otru
Alex Honneth en su obra Lucha por el reconocimiento entiende que el principio antropológico fundamental es que “el hombre solo es hombre con el hombre”. El ser humano para construir una identidad estable y plena precisa de otros seres humanos, por el contrario la ausencia de este reconocimiento de “el otro” es lo que nos lleva al desprecio, al vacío y a la humillación.
Para Honneth se puede fomentar el reconocimiento a partir de la valoración, así los deportistas acuden a los centros deportivos a generar una identidad con el otro a partir de la valoración de su esfuerzo y de sus capacidades. Desde ahí pueden acontecer lazos fraternales comunitaristas de diferentes intensidades.
En los deportes de contacto aunque parezcan deportes individualistas ocurren continuamente dinámicas grupales de solidaridad igualitaria. Las técnicas de lucha se aprenden lentamente y precisan de compañeros de práctica, de animadores. Además dentro del combate y sus prácticas existen férreos códigos entre sus participantes, códigos que niegan la violencia descontrolada que los ajenos creen existente. La violencia queda aislada y resignificada a partir rituales relacionados con los espacios de lucha, el tatami, el tapíz, el ring… Esos códigos internos reflejan conductas de reconocimiento de los iguales en la lucha, saludos al recinto, saludos al árbitro, saludo al rival e incluso al final del combate reconocimiento del rival y de su capacidad de lucha. Pocos procesos podemos encontrar más cuidadosos e igualitarios que el descrito.
En realidad todo lo explicado hasta ahora trata de demostrar que los centros deportivos, y las actividades que se ejercen en ellos, son en realidad el reflejo de una otreidad latente, son la constatación de la potencialidad de existencia de un mundo diferente al mundo capitalista acelerado y dominante.
El filósofo Herbert Marcuse entiende que hay una salida para la jaula de los placeres capitalista, una salida a través de una actividad espontánea capaz de realizar un vínculo erótico comunitario con el otro. Marcuse se refiere a esta problemática en su oposición entre Orfeo y Narciso. El eros órfico libera potencialidades orgánicas que pueden suponer un camino alternativo al marcado por la sociedad acelerada del rendimiento continuo. Luchar para ser con el otro, entrenar para verse reconocido y reconocer al otro, esta manera de estar en el mundo, esta vuelta del ser en “en sí” es contraria al capitalismo y por lo tanto puede ser una vía de liberación.
A toda fuente de liberación espontánea puede acontecer una desviación represiva de la misma, el narcisismo. El narcisismo es el ensimismamiento de la pulsión libidinal en una proyección desmesurada del ego, pulsión capaz de ignorar que la imagen que ama es el reflejo de sí mismo alterada. Esto es el comienzo de la anulación de las potencialidades de liberación, y es precisamente por donde se adentran los valores típicos del capitalismo, rendimiento, cálculo, instrumentalidad, competencia y el valor mercancía.
Los gimnasios han perdido su espíritu, existe una creciente McDonalización de los centros deportivos. Centros deportivos convertidos en franquicias del deporte que establecen unas características de competitividad, aceleración, rendimiento y narcisismo. Aquí vemos el termidor capitalista capaz de aniquilar las capacidades liberalizadoras anteriormente explicadas. En estos no-lugares es donde abundan los seguidores de Llados, individualistas patológicos que creen poder lograr por sí mismos una imagen de éxito a partir de la autoexplotación de su propio cuerpo. Crean su propio producto mercantil para venderlo sexualmente a través de una red social para citas, he aquí el averno de las potencialidades libidinales eróticas anteriormente dichas.
La cámara d’ecu
Marcuse en su célebre obra El hombre unidimensional nos alertaba del crecimiento de una sociedad dominada por «La racionalidad, así como la eficiencia del aparato tecnológico y el alto grado de productividad logrado por este, llevan a una coordinación y manipulación totales, obtenidas, en gran parte, por métodos invisibles y placenteros. Estos métodos producen la pérdida de autonomía y libertad individual a pesar del grado aparentemente elevado de independencia que prevalece en la sociedad».
Según Marcuse la industria cultural es manifiestamente capaz de establecer complejos simulacros de relación genuina entre los seres a partir de la mercancía. Tenemos entrenadores por youtube, compañeras de sala enganchadas al autovídeo para promocionar sus redes sociales y a compañeros que rigen su rendimiento deportivo por una competitividad estética de likes en Instagram.
La descripción es realista, pero la industria cultural no solamente habita en los centros deportivos, también en los lugares donde acuden perfiles más “alternativos al sistema”. Así, existen librerías y cafeterías perfectamente diseñadas para causar el simulacro de otreidad, existen centros de meditación colapsados por tópicos de sabiduría oriental totalmente instrumentalizados por el capital. Algunos se creen libres y es precisamente esta imagen narcisista la que los adentra en la cosificación.
De esto también hablaba Adorno en su Dialéctica negativa cuando afirmaba que todo pensamiento conceptual en cuanto pensamiento de identidad siempre cercena o deja de lado lo específicamente otro de aquello que quiere ser aprendido, puesto que se quiere captar totalmente el concepto, ponerlo bajo control. El plano cultural puede ser absorbente y totalizante, es menester buscar acciones híbridas y fomentar perspectivas más aperturistas.
En este sentido debemos imbricar, mezclar los planos culturales. La escuela de Fráncfort analiza la industria cultural. Para Marcuse el arte, en nuestra reflexión el arte marcial, el mundo de la fuerza…etc tenía una misión que era hacer tangible la alienación existencial protestando y mostrando una realidad social distinta, una realidad social-cultural contraria al simulacro unidimensional de la realización a través de la mercancía.
Por otro lado, Walter Benjamin a partir de su idea de aura conceptualiza el juego de miradas establecido entre el observador y la obra de arte, “[…] Pero a la mirada es inherente la expectativa de ser devuelta por aquel que fue su destinatario. […] La experiencia del aura se basa entonces en la transposición de una forma de reacción corriente en la sociedad humana a la relación de lo inanimado o de la naturaleza con el hombre. El observado o el que se cree observado levanta la mirada. Experimentar el aura de un fenómeno significa investirlo con la capacidad de levantar la mirada”. En los deportes de contacto los contrincantes se observan, se estudian, se conocen y se reconocen, existe un juego de miradas mudas elocuentes, capaz de generar una interpelación a una experiencia del mundo revitalizada.
Todos estos planos culturales descritos son absorbentes fuentes de sentido vital, de ahí que se tienda a la particularización del gusto en aisladas cámaras de eco. En este sentido, el sociólogo Pierre Bourdieu con su teoría del habitus, nos mostró dentro del espacio social que tenemos ciertas disposiciones, conductas y esquemas emocionales de pensamiento que nos hacen bastante predecibles. En esta predicción Bourdieu incluye el eje político de izquierda-derecha. Así por ejemplo un perfil con un medio-alto capital cultural y un capital económico mediano tiene tendencia al montañismo y a la ruta en bicicleta, del mismo modo que un comercial privado con niveles culturales y capitales similares preferirá la caza y la navegación a vela. Así mismo ocurre con niveles culturales y capitales inferiores, los funcionarios de niveles medios-bajos prefieren los naipes y la cerveza, y los pequeños propietarios comerciales y agrícolas prefieren el vino tinto y la petanca.
A partir de los estudios podríamos decir que se están ampliando y polarizando nuevos habitus en los espacios sociales, los individuos de perspectiva progresista oscilan entre las caminatas o carreras que acaban en un paisaje montañoso autorealizantes y las prominentes inmersiones interiores en la cultura oriental, así parece que encuentran su “sí mismo”. En contraste a esto, la versión conservadora parece ver en las mecánicas de autorealización de exigencia competencial la liberación anhelada, de este modo la musculación, los deportes de combate etc son proclives a su gusto.
Aquí tenemos las cámaras de eco, aquí se reproduce la sociedad unidimensional marcusiana potenciada hasta “lo inapreciable”, a golpe de algoritmo y de redes sociales. Todo individuo que no encaje en esos habitus y en esos espacios sociales amplificados sufrirá en el mejor de los casos la incomprensión y el desarraigo, y en el peor de los casos la humillación y el vacío. Por eso el público progresista cree que los gimnasios son no-lugares de autoexplotación muscular narcisista. Los conservadores por otro lado pueden tender a creer que los paseítos por la montaña son una pérdida de tiempo, y la búsqueda de la autorealización a través de la meditación un camelo de tamaño asiático. Es una perspectiva simplista, pero el algoritmo y los espacios sociales autoreproductivos son muy potentes y absorventes, y tienden precisamente a simplificaciones de ese tipo.
¿Qué hacer? Se trata de acercarse a la actividad genuina autopoietica buscando valores comunitaristas de solidaridad, igualdad, de reciprocidad y de libertad. Practicar actividades híbridas y plurales buscando estos valores contrarios a los valores hegemónicos de la sociedad capitalista. De este modo, existen artefactos socioculturales emancipadores portadores de sociedades alternativas a la existente. La izquierda debe de ocuparse de su búsqueda y de su incorporación al proyecto alternativo emancipador, efectivamente no es nada cómodo y es algo complejo….pero ya está ocurriendo.
Hasta hace relativamente poco en los espacios sociales propios de las artes marciales y el mundo de la fuerza no había muchas mujeres, ni miembros manifiestos del colectivo LGTBi, pero esto ya está cambiando. De hecho, en las salas de musculación los/as/es que había ocupaban lugares discretos u horas intempestivas. Hoy ya forman parte de los centros deportivos ocupando los espacios de protagonismo, cultivando espacios de igualdad, reciprocidad y libertad…este es el camino. Romper espacios predeterminados en búsqueda de nuevas líneas de confluencia comunitaria, formar espacios nuevos alejados de la lógica del capital. Aunque sea dentro de espacios donde se realiza procesos de mercado, existe la posibilidad de generar dinámicas contrahegemónicas, es ahí donde se debe incidir.