IMPRONTA, apuntes necesarios de mujeres que dejaron huella

María José Capellín, Exdirectora de la Escuela de Trabajo Social

La vida de Concepción Arenal transcurre a lo largo del convulso siglo XIX español que comienza con la guerra de la Independencia y finaliza en la de Cuba y Filipinas. Que sufre tres guerras civiles, (carlistas), revoluciones, asonadas militares, golpes de estado, la instauración y caída de una República, el intento de una nueva dinastía… y cuya estabilidad se adquiere a partir del 75, con la Restauración y la alternancia en el poder de liberales y conservadores que produce el estado corrupto y caciquil que terminaría, ya en el siglo XX, con la Segunda República.

Esa convulsión se debe al enfrentamiento de dos fuerzas político sociales, a la par de la lenta pero progresiva entrada en España de la Revolución industrial. Por un lado, con profundas raíces en los partidarios del régimen absolutista, basado en la llamada “alianza del Trono y el Altar” con la Iglesia Católica como valedora ideológica y el brazo de los generales, “los espadones” dispuestos a imponer su poder; por el otro encontramos una pequeña burguesía liberal, a los intelectuales, un sector del ejército, en general aquellos ilustrados, que comienzan el siglo despreciados como afrancesados y lo terminan bajo sospecha, refugiados en la Institución Libre de Enseñanza. Ambos grupos sobrevolaban la realidad de un país de campesinos empobrecidos, analfabetos en su mayoría, en el que paulatinamente se va formando en algunas ciudades, una clase obrera con paupérrimas condiciones de vida, que sufrían una brutal explotación.

Concepción Arenal es una de las más potentes figuras del segundo grupo. Reúne una enorme capacidad intelectual con una compasión por los desheredados que orientará toda su producción teórica y su práctica social, destinada a ver cómo la mayoría de sus esfuerzos se estrellaban frente a las murallas de la reacción, el integrismo y la ignorancia. No era en eso diferente de muchos otros de sus amigos, compañeros del viaje en el intento de traer a España a la modernidad.

Su singularidad, realmente extraordinaria, consiste en ser una mujer en un mundo de hombres y en su carácter, que reunía el culto a la razón que guía su producción teórica, con una profunda religiosidad, lo que la hacía incómoda en un país que gusta de las etiquetas. La Iglesia católica la consideraba como enemiga, aunque a su muerte intentó apoderarse de parte de su legado. Para los librepensadores, una religiosidad tan patente no era de recibo.

Además no se limitó nunca al análisis teórico, como se esperaba de un intelectual. Después de estudiar y sistematizar una cuestión: la situación de los pobres, de los presos, de los esclavos, de las prostitutas, del analfabetismo de las mujeres, de la situación de los soldados heridos, de los trabajadores que por enfermedad o accidente de trabajo quedaban en la miseria, de los huérfanos, de los ancianos en la miseria, de la precariedad de las viviendas… (y esta es solo una pequeña muestra de los temas que abordó) pasaba a la acción, ponía en marcha una asociación que se ocupara del asunto, creaba opinión a partir de los artículos en prensa, procuraba hacer lo que hoy llamaríamos lobby, interesando a las personas con capacidad de intervención para conseguir que se elaboraran leyes, se establecieran compromisos por parte de los poderes públicos para resolver el problema.

Doscientos años después de su nacimiento, conviene no solamente recordar su vida y su trabajo sino tratar de reflexionar sobre aquella parte de su legado que continúa vigente y nos aporta en nuestra práctica. Casi con pesar, creo que podemos afirmar que queda mucho.

¿Con pesar? Sí. Leyendo a Concepción Arenal, una vez consigues traspasar el obstáculo del lenguaje de la época, cierto pudor ante su descarnada y explícita espiritualidad. Su confianza en la fe como guía y salvación, te encuentras entre la ternura y la melancolía al percibirla tan cercana en tus propias preocupaciones. Acompañada a través del tiempo por personas que sintieron lo mismo, pero ¡ay! desolada porque 170 años más tarde hay que dolerse de los mismos problemas no resueltos, de las mismas actitudes de insolidaridad e inhumanidad. Frustrada ante los mismos obstáculos también conforta pensar que a pesar de ellos nunca se rindió.

¿A qué me refiero? ¿No es cansino que Doña Concha tuviera que defender la acción de las Hermanas de la Caridad de dar comida a los hambrientos, de las críticas de que esto solo fomentaba la vagancia de gentes que como les daban la comida gratis no buscaban trabajo, etc… ? Y pensar que hoy escuchamos los mismos argumentos para oponerse a las políticas de rentas mínimas…

Y el enfado que muestra denunciando la actitud de los políticos en los debates parlamentarios cuando en lugar de trabajar para encontrar las mejores soluciones para determinadas cuestiones sociales, lo que hacen es arrojarse los pobres a la cabeza y hacer demagogia manipulando la situación sin llegar a resolver nada… También cuando reprocha con fuerza a los políticos que se limitan a enunciar una Orden, Ley, Norma, sin preocuparse de garantizar su cumplimiento o cómo llega a los afectados y sin estudiar sus efectos.

Tuvo además una muy curiosa visión de la política que hoy conectaría con amplios sectores de la población. Toda su actividad, es profundamente política, destinada a desarrollar políticas sociales. Ella solo llamaba política al juego de los partidos, a la frustrante y estéril lucha por el poder, a las continuas divisiones y enfrentamientos, incluso en el seno de la corriente liberal en la que se inscribía. Y la despreciaba profundamente, hasta el punto que, considerando su bajeza moral, creía que junto a las armas no era actividad adecuada para las mujeres, por la superior moralidad de éstas.

Mantuvo toda su vida una actitud contraria a cualquier sectarismo, manteniendo relación, incluso cálida amistad, con personas de diferente ideología, valorando siempre su compromiso concreto con las causas de la humanidad y su honestidad y coherencia con lo que creían. Así en lo que ella llamó su Gran Patria, cabían sacerdotes católicos, militares liberales, francmasones, religiosos protestantes, filántropos ateos, mujeres dedicadas a la caridad como la Condesa de Espoz y Mina, liberales siempre heterodoxos, como Salustiano de Olózaga, Fernando de Castro, Fermín Caballero o reformadores como Sanz del Río, Gumersindo de Azcárate, Francisco Giner de los Ríos y tantos otros. Su correspondencia con activistas franceses, ingleses, alemanes, belgas o suizos de sus mismas causas es muestra de esa religiosidad ecuménica que la caracterizó y de su espíritu abierto.

Pero no solo su espíritu o su carácter sigue siendo hoy un referente. En sus obras aún hay mucho de actual, de nuevo no sabría decir si es porque abordó problemas intemporales, porque fue una adelantada a su tiempo o, lamentablemente, porque los tiempos están muy atrasados.

Para comprenderla, recordemos que se inscribe en la corriente liberal que se opone al estado absolutista, por tanto desconfía del poder. Aunque vemos como van evolucionando sus planteamientos a lo largo de su vida y pasa de la defensa de un estado abstencionista, subsidiario de la sociedad civil, a la exigencia de un compromiso cada vez mayor en la solución de los problemas y la creación de sistemas públicos que los aborden.

Uno de los debates mas significativos al final de su vida es el que tiene con Castelar, que en 1890 representaba la quintaesencia del liberalismo individualista obsesionado con el amenazante comunismo del Vaticano de la Rerum Novarum y de los Acuerdos de Berlin sobre la reglamentación de los accidentes laborales y la protección de los trabajadores afectados. Arenal sale a la palestra demandando medidas de protección y derechos. Lo mismo que si en una primera época apoyaba asociaciones para la educación, ahora exige enseñanza pública a cargo del estado, aunque se comprometerá con la Institución libre de Enseñanza, para conseguir una instrucción tolerante, científica.

Es coherente y, aún, valiosa su insistencia en la organización de la sociedad civil, en la creación, impulso y desarrollo de asociaciones ligadas a cada uno de los problemas que se detecten, independientes y sin injerencias del Estado ni de la Iglesia aunque puedan o incluso deban ser patrocinados por estas. Naturalmente las injerencias fueron múltiples y lo que no consiguieron manejar lo cerraron.

La esclavitud y por ende su abolición fue una de las preocupaciones de las personas, diría que moralmente más decentes a lo largo del siglo. Arenal denuncia la legalidad de la esclavitud en Cuba y Filipinas, que permitía a la primera ser puerto base en el infame tráfico de los negreros que distribuían su mercancía en Estados Unidos.

La guerra francoprusiana primero, la guerra civil carlista del 72 después, son sacudidas morales que le arrancan muchas doloridas páginas: denuncia el sufrimiento de los soldados, la arrogancia del Vencedor, la inmoralidad de los intereses en liza, el dolor del pueblo. Pero no le basta. La creación de la Cruz Roja le da esperanza y apoya su desarrollo en España. Voluntaria en un hospital de campaña, exige soluciones a Gobernación, aguantan ataques, incluso físicos, a una organización que trata de considerar el soldado enemigo herido como un ser humano al que se está obligado a atender.

Aunque el movimiento obrero tarda mucho en organizarse en España, ligado a su tardío desarrollo industrial, no es ajeno el creciente peso del socialismo en Europa y si las revoluciones liberales de los 30 y el 48 ya dejaron ver un nuevo agente social, el desarrollo de la Internacional y el levantamiento de la Comuna de París hizo inevitable la conciencia de su presencia.

Concepción Arenal sin contacto personal ni intelectual con ese movimiento no permanece ajena a las nuevas corrientes y comienza a desarrollar un pensamiento reformista que exige mas intervención al Estado y demanda mayor justicia social. En sus Cartas al Obrero y al Señor propone tanto deberes como derechos para ambas clases. Ingenuamente, pensaba que se podía superar el antagonismo de clases con un cambio en las actitudes morales, sobre todo de los ricos.

Apoya las cooperativas obreras, las sociedades de socorros mutuos, cualquier forma de organización obrera, en consonancia con su creencia en el desarrollo de la sociedad civil, pero se encontrará con la oposición no solo de la Iglesia y de los absolutistas sino también de los liberales que se oponen a cualquier cosa que pudiera fortalecer las situación de los trabajadores. En este ultima parte de su vida encontrará la cercanía con los reformistas de la Institución Libre de Enseñanza.

Probablemente la faceta en la que tuvo más resonancia su obra fue en relación a la situación de los presos, el sistema penitenciario, las cárceles. Sus trabajos tuvieron gran eco en Europa y fueron traducidos en varios idiomas, sus ponencias fueron leídas y debatidas en los diversos congresos europeos sobre un tema esencial para constituir estados de derecho. En dos ocasiones fue nombrada para el cargo de Visitador penitenciario, por los liberales, el primero del 63 al 65; sus Cartas a los Delincuentes provocaron su cese por la pública oposición a como se llevaba la reforma de las cárceles, la segunda vez, del 68 al 73 Visitadora de las cárceles de mujeres fue cesada a resultas del informe y las propuestas de reforma que realizó.

Obtuvo algunas victorias: Influyó su oposición a hacer un espectáculo de la pena de muerte bajo la justificación de que era ejemplarizante. Más tarde la combatió directamente. Movidos por el ejemplo inglés que trasladaba a los penados a Australia y al francés a las islas, hubo un proyecto de establecer Fernando Poo como colonia penitenciaria, que se abandonó gracias a su actividad en contra.

Su planteamiento con respecto a los presos era básicamente la misma que en todos los demás temas y dimanaba de su profundo humanismo: la dignidad inviolable de todo ser humano, y su libertad de conciencia. Lo que suponía el respeto y la prohibición de todo trato degradante, de castigos corporales, de ofensas o menosprecios verbales.

Las cárceles tenían que estar orientadas a la rehabilitación del delincuente, debían facilitar su reinserción en la sociedad. No podían considerarse como una venganza de ésta. Los penados deberían clasificarse por sus características y no permitir, lo que de hecho sucedía, que quienes entraban por un pequeño delito salieran convertidos en criminales.

Concepción Arenal cuestionaba con las cárceles a la sociedad que producía el crimen, pues, en su opinión muchos delitos eran provocados por la injusticia, la ignorancia, que impedía a muchas personas una vida honrada. Creía que los carceleros deberían ser gente formada, maestros, que ayudaran al delincuente a recuperar su propia conciencia y encontrar el buen camino. Aunque proponía un capellán en cada cárcel, establecía con claridad que no debía hacer proselitismo, sino que debía respetarse cualquier religión que el preso tuviera o su propia espiritualidad y únicamente apoyar el desarrollo de ésta.

Propuso talleres que permitieran formarse en un oficio, y pagar el trabajo en la cárcel a un precio justo que permitiera enviar una parte para quien tuviera una familia que mantener y dejar otra como un fondo que le sería entregado al salir para que pudiera valerse hasta encontrar un trabajo que los visitadores ayudarían a conseguir.

Estos mismos valores y principios son los que aplica al trabajo con los pobres y su famoso Manual del Visitador (en realidad visitadora) del pobre. Tenemos una imagen de las Conferencias de San Vicente de Paul, como damas del ropero, una beneficencia de quedar bien y no tener otra cosa que hacer… Pero su origen en católicos franceses con tintes de socialismo utópico llega a España por vía liberal. Es el inicio del “catolicismo social”. Se trataba de conocer y ayudar a los pobres en concreto, visitándolos en sus casas, conociendo su vida. La rama femenina es posterior y con menos peso “naturalmente”.

Arenal se interesa en la formula e intenta formar un grupo en ¡Potes! en 1860. Naturalmente no prospera (¿es una sociedad secreta masónica? ¿que hacen unas mujeres reunidas solas? ¿que pretenden? ¿de qué hablan?). El movimiento es visto con desconfianza por casi todos, hasta que la iglesia no las consigue controlar poniendo un sacerdote al mando de cada una.

Para esa época Arenal ya ha renunciado, pero antes decide hacer una aportación en forma de Manual para su mejor funcionamiento, donando a la asociación las posibles ganancias por su publicación. Es inmediatamente traducido al francés y utilizado durante muchos años. Sigue siendo extraordinariamente actual.

De nuevo una vez traspasado el lenguaje lo que deslumbra, todavía, es su lucidez para antes de abordar la situación del pobre visitado, obligar a autoanalizarse al visitador: ¿Quién eres? ¿Que has hecho para ganarte vivir en una situación privilegiada que te permite ser el que da? ¿Cómo serías si hubieras tenido que pasar por las pruebas o situaciones o hubieras nacido en las condiciones del que visitas? Teme a tu arrogancia, tu prepotencia, tu condescendencia. ¿Por que piensas que sabes todo lo que necesitan y ellos que viven y sufren esa realidad no saben nada? ….Potente e intemporal.

Cree que solo desde esa humildad y respeto se puede abordar la situación del Otro. Hay consideraciones muy prácticas, pero también obliga a analizar la realidad de una sociedad injusta que provoca sufrimientos innecesarios. La ayuda debe ser concreta para resolver problemas pero también de consuelo espiritual sin traspasar nunca el respeto a la libertad de conciencia de la persona que recibe. Con ese espíritu pone en marcha en diferentes épocas, lugares y con diferentes amigos, diversos proyectos sociales, casi todos bloqueados por la reacción conservadora de cada y momento lugar.

Su aportación teórica y práctica es inabarcable en un artículo, sirva éste de reconocimiento a una mujer referente para quienes creen que otro mundo es posible y trabajan para lograrlo.

 

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