Saludos a quienes nos acompañáis hoy aquí, en nombre de la Sociedad Cultural Gijonesa, y gracias a Luis Pascual (del Ateneo Obrero de Gijón) por su presentación.

Como en las típicas producciones de Hollywood, la lluvia que hoy nos acompaña la da un tono lúgubre a este ejercicio de memoria sobre un episodio lúgubre. Y, sin embargo, hay una luz resplandeciendo en toda esta oscuridad: el ejemplo de aquellos compatriotas, hombres y mujeres, que padecieron junto a otros miles de personas la reclusión. Su ánimo no desfalleció, mantuvieron la esperanza en la derrota del nazismo y del fascismo en armas.

Un elemento identificaba a los españoles de Mauthausen, cientos de ellos asturianos. El triángulo azul que los identificaba, una vez que el régimen de Franco les había retirado la nacionalidad, pretendiendo relegarlos a la condición de apátridas.

El gran símbolo del aquel campo era la escalera de la cantera granito que los prisioneros debían recorrer varias veces, cargados con bloques. Mauthausen estaba diseñado para matar mediante extenuación. El campo era parte de una red centros de reclusión que extraía granito y producía diversos componentes, incluyendo fábricas de munición y armamento, sirviéndose de mano de obra esclava. Suministraban la piedra para alimentar los proyectos megalómanos de Hitler y el arquitecto Albert Speer, pero también se beneficiaban de ese trabajo esclavo grandes empresas que apoyaban al III Reich.

Los españoles de Mauthausen no eran, en su mayoría, meras personas anónimas, no eran simplemente personas recluidas. Eran combatientes. Muchos habían combatido en la Guerra de España y huyeron a Francia tras la caída del frente republicano en Cataluña. En el país galo fueron tratados inicialmente de forma despreciable; allí, muchos acabaron uniéndose a la Resistencia para hacer frente a la invasión nazi desde las filas aliadas, como antes habían luchado contra los franquistas en España. Defendían los valores del racionalismo ilustrado, el mejor legado de la tradición occidental, los ideales emancipatorios frente a la abominación máxima del siglo XX.

Y no dejaron de combatir en el centro mismo de las tinieblas. Se cuenta que los prisioneros españoles organizaron redes de resistencia para suministrar comida adicional a todos los reclusos, sustraer medicamentos a sus captores o proporcionar asistencia a los enfermos. Incluso fueron claves para recopilar pruebas de lo que había ocurrido allí, como el fotógrafo Francisco Boix, que testificaría en los juicios de Núremberg y legaría imágenes de la vida en el campo y de su liberación por soldados estadounidenses.

Es habitual que los medios de comunicación transmitan un discurso según el cual el nazismo se explicaría por la locura de un hombre o un episodio de enajenación colectiva. Lectura que se hace extensiva a la Guerra Civil Española. Reducir procesos políticos a mecanismos psicológicos es una forma de opacar los conflictos sociales y las lógicas históricas. Las ideologías nazi y fascista se conectan con el Darwinismo Social, las teorías eugenésicas o la pretensión de explicar la dominación colonial, los roles de género o la desigualdad mediante supuestos mecanismos genéticos. Ante la degradación de los regímenes demoliberales, por la conflictividad social y el deterioro de las condiciones de vida, opone un nacionalismo etnicista y excluyente. Se presentan como fuerzas renovadoras, la negación, a un tiempo, del orden parlamentario liberal y de la lucha de clases a través de la “raza”, en la que residiría como verdadera naturaleza del pueblo, llamado a cumplir con un destino manifiesto.
A pesar de su pretendida naturaleza impugnadora, el nazismo y el fascismo contaron con el apoyo financiero y mediático de grandes empresas y de grandes élites económicas y financieras. Lo mismo cabe decir del alzamiento contra la II República en España, que fue financiado por terratenientes como el Duque de Alba o grandes empresarios como Juan March, además del apoyo de las jerarquías eclesiásticas.

En el presente asistimos a la irrupción de un populismo reaccionario que está incorporándose a las instituciones y cuyos discursos están siendo normalizados. Se nutre del descontento social que ha dejado la globalización neoliberal, el retroceso del Estado Social de las últimas décadas y la erosión de las instituciones de la democracia representativa. La actual crisis inflacionaria también lo está impulsando. Y, aunque difiera en aspectos doctrinales del fenómeno nazi y fascista de los años treinta, no deja de tener grandes similitudes en sus estrategias políticas. Ante el daño para la mayoría social que supusieron las recetas económicas neoliberales, nos alerta de una supuesta conjura de sustitución étnica, donde las personas migrantes sería una fuerza invasora. Ante las zozobras y los conflictos sociales, opone un discurso demagógico y simplista que desvaloriza las instituciones políticas. Ante la profunda crisis ecológica que ha generado nuestro modelo productivo, persisten en negar el cambio climático y el deterioro medioambiental, nos hablan de una supuesta conspiración a través de la ONU; en las redes, donde actúan hoy los émulos de Goebbels, corren bulos sobre no se sabe qué tecnología para provocar desertificación en la Península Ibérica alterando las nubes y enviando las lluvias a Marruecos.

Para hacer frente a esta oleada reaccionaria, aliada con las pseudociencias, la conspiranoia, los negacionismos demenciales y el bulo internáutico, urge reconstruir y ampliar el estado social, reforzar la instrucción pública, apelar al racionalismo y al pensamiento crítico. Urge recordar la entereza, las convicciones y los valores emancipatorios que aquellos compatriotas encerrados en Mauthausen encarnaron.

¡Muchas gracias!

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