Héctor Blanco es Doctor en Historia y autor de diversas publicaciones sobre arquitectura, patrimonio y urbanismo de Xixón

No existen votos correctos ni incorrectos, ni gente que vota bien o vota mal, ni deslegitimación posible para quien ostenta un cargo público elegido tras un proceso electoral libre y limpio.

Entendemos que los votos se depositan por la confianza, la esperanza o cualquier otra motivación acorde con las convicciones que cada cual pueda entender que, recogidas en un programa electoral, contribuirán a mejorar la comunidad en la que vive. Votos depositados creyendo en la palabra de a quien se vota.

Ya se está adjetivando como «histórica» a la actual corporación gijonesa. Histórica por ser un tripartito, histórica por tener a tres mujeres al frente, histórica por la presencia de la ultraderecha en un gobierno municipal desde 1979. Realmente si estas elecciones municipales constituyen algo históricamente relevante es por suponer el triunfo de la mendacidad.

En esta campaña electoral Carmen Moriyón reiteró que nunca establecería pactos con Vox, haciéndolo en unas ocasiones veladamente aludiendo su rechazo a cohabitar con «extremos ideológicos» y en otras de manera explícita refiriéndose a Vox, como en la cadena Ser Gijón el pasado 24 de mayo, literalmente a cuatro días de las elecciones. Moriyón podía haber defendido legítimamente en campaña su disposición a acordar un gobierno bipartito o tripartito con quien le resultase más apetecible o conveniente, especialmente sabiendo que ni Foro ni nadie iba a tener mayoría absoluta para gobernar el consistorio con autonomía.

El resultado es que la confianza en la palabra dada se tornó en candidez llevando a las urnas papeletas de Foro por parte de votantes que nunca habrían visto en Moriyón una opción de haberse confirmado de antemano que Vox contaba como socio de gobierno. Incluso no lo hubiesen hecho militantes de Foro, a tenor de lo que ha trascendido en los días posteriores al 17 de junio. El resultado son unos resultados electorales dopados mediante la falacia.

Entra dentro de lo aceptable -es ya incluso tradición- trufar las campañas electorales de promesas de mano incumplibles por falta de competencias y de financiación. Nunca faltan en la pirotecnia electoral proyectos económicamente inviables, ya prometidos y no realizados, tuneados o incluso plagiados. Todo ello estuvo presente en la campaña de Foro, su única lucidez argumental era su posición frente a Vox respaldada por el acoso mediático sufrido por de uno de sus diputados en la Junta General buscando coaccionar su actividad parlamentaria.

Pero cuando se habla de excluir al neofranquismo ultraliberal y luego se le pone mesa y mantel, cuando se habla de independencia y de tomar decisiones desde Gijón cuando ahora se tomarán desde Oviedo y desde Madrid, cuando se monta durante diez días un teatrillo de «negociaciones» con todo apalabrado de antemano se encumbra a la mendacidad, la gran ganadora de estas elecciones.

Y la mendacidad nunca va sola, suele tener como compañera a la desfachatez, en este caso justificando el incumplimiento basándose en el respaldo aportado por el número de votos obtenidos en los comicios fruto del engaño. ¿Cuántos votos se cosecharon así? ¿Uno, diez, cien, mil?

Ahora vendrán los envoltorios -jovellanismo, melquiadismo, gijonesismo-, las hagiografías caudillistas y el -también falso- mantra de la «única opción posible», pero en ningún caso se reconocerá que el presente se sustenta sobre la mentira.

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