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María Cappa es periodista

“Nos vamos a cargar el fútbol”, lamentaba en noviembre del año pasado el jugador madridista Toni Kroos. “Con la invención de todas estas nuevas competiciones parece que somos títeres de la FIFA y la UEFA (…). Si hubiera un sindicato de jugadores que decidiera sobre estas cuestiones no tendríamos ni una Liga de Naciones [creada por la UEFA], ni una Supercopa española en Arabia Saudí ni un Mundial de Clubes [FIFA] con veinte equipos (…). Estas competiciones se han creado para exprimir físicamente al jugador y obtener tanto dinero como les sea posible”.  Así resumía el centrocampista alemán la principal consecuencia que la intensificación de la comercialización del fútbol está teniendo en el mundo y, en especial, en aquellos equipos más susceptibles de generarle beneficios a quienes comandan este deporte: la explotación.

A pesar de que las quejas sobre el exceso de partidos, viajes y falta de descanso no son nuevas (Pep Guardiola, por ejemplo, lleva denunciándolo desde que llegó a Inglaterra), la pandemia ha recrudecido esta situación. Ya en junio, la Federación Internacional de Sindicatos de Futbolistas Profesionales (FIFPRO) advertía que las partes interesadas no habían logrado introducir “garantías para proteger la salud de los jugadores durante lo que va a ser un programa de partidos altamente saturado” a la hora de retomar las competiciones nacionales y continentales. “Un gran porcentaje de futbolistas de élite estaban jugando ya demasiados partidos antes incluso de la pandemia, con una falta de tiempo de recuperación entre partidos y descanso físico y mental insuficiente entre temporadas. Ahora, desde la reanudación de la actividad, observamos un primer repunte de lesiones, debido al tiempo de preparación insuficiente y a un calendario demasiado saturado”, denunciaban. Un repunte, según reportaron la FIFA y la UEFA en diciembre, del 29% en lesiones traumáticas y del 105% en las musculares.

Fútbol femenino

Cuatro meses más tarde alertaban de nuevo sobre la necesidad de repensar el calendario internacional ya que hasta 251 jugadores de selecciones latinoamericanas tendrían que realizar viajes de larga distancia para participar en los partidos clasificatorios de octubre y noviembre para el Mundial de Catar de 2022. Para ilustrarlo, exponían que 30 de los 35 futbolistas de Argentina y 33 de los 34 de Colombia jugaban en equipos extranjeros, cifra que alcanzaba a la totalidad de la plantilla en casos como los de Paraguay o Uruguay. Apenas un mes después, volvían a emitir un comunicado en el que constataban el agotamiento físico y mental de los futbolistas ya durante el primer trimestre de la temporada 20/21 y advertían, una vez más, sobre la carga mental y física a la que iban a estar expuestos, al menos, hasta finales de 2022.

Lesiones y sobresaturación

Ninguna de estas advertencias fue escuchada. El Barcelona, por ejemplo, jugó 10 partidos en 25 días (uno cada dos días y medio cuando los expertos médicos sugieren que lo ideal es que pasen, al menos, 5 días) entre el 21 de noviembre y el 25 de diciembre, el Granada jugó 1000 minutos entre el inicio de la temporada y el 2 de diciembre; de septiembre a noviembre, el delantero del Tottenham Harry Kane ya había jugado 20 partidos (el equivalente a la mitad de la temporada en la Premier League) con su club y la selección inglesa en seis países distintos y el entonces entrenador del PSG, Thomas Tuchel, denunciaba en noviembre que su equipo había jugado 8 partidos en 22 días y que “dada la saturación del calendario, no tenemos sesiones de entrenamiento, sino de recuperación”. En la misma línea, Guardiola declaró que “es solo jugar y recuperarse, pero no hay tiempo para trabajar en mejorar al equipo; se trata de sobrevivir. Todo se resume en el pre-partido, el partido y la recuperación y así es muy difícil hacer algo para que el equipo evolucione”.

Además del lógico descenso en la calidad de las competiciones, las bajas de los jugadores (bien por coronavirus, bien por lesiones) no han dejado de sucederse. En la Bundesliga, antes del confinamiento las estadísticas hablaban del 0,27 de lesionados por partidos, mientras que en la la vuelta a la “normalidad” esta cifra se ha elevado a casi un lesionado por encuentro. Entre septiembre y principios de diciembre, España contaba con 34 positivos por coronavirus y más de 200 lesiones en los 20 equipos de primera división y la Premier League acumuló más de 250 bajas (92 solamente en el mes de noviembre), 127 de ellas por lesiones musculares o en los tendones.

Fútbol y mujeres

“La gente se pregunta que por qué hay tantas lesiones –escribía en Twitter el defensa croata Dejan Lovren-. Es simple: demasiados partidos, imposible recuperarse sabiendo que este es un año raro (Covid). Sin tiempo libre adecuado (yo personalmente he tenido 8 días de vacaciones), sin una pretemporada adecuada y un calendario de locos. Toni Kroos tiene razón y muchos otros entrenadores han dicho lo mismo una y otra vez, pero nadie escucha. Quienes diseñan y deciden los calendarios deberían pensar sobre esto”. Ni la FIFA ni la UEFA ni los responsables de los torneos locales lo han hecho, y el calendario durante las dos próximas temporadas seguirá sin dar respiro a los jugadores. Tendrán 13 días entre la final de la Champions y el inicio de la Eurocopa (que debía jugarse en 2020, pero se ha retrasado hasta 2021). Un mes después de que finalice volverán a los entrenamientos para prepararse para la temporada 21/22 y el descanso será incluso menor entre esta y la siguiente, ya que deberán empezar antes a competir para poder hacer el parón de invierno que llevará a los futbolistas de las selecciones a disputar el Mundial de Catar.

Ninguneadas

El año 2019 fue considerado por muchos como el del fútbol femenino. Aunque el Mundial disparó las audiencias y la atención mediática, el récord de espectadores en los estadios que se registró en varios encuentros de diferentes países ya hacía prever que se estaban empezando a superar los prejuicios. Patrocinadores de todo el mundo comenzaban a mostrar su interés por invertir en las competiciones femeninas y, tras varios años de lucha, las jugadoras españolas lograron al fin tener un convenio que regulara su profesión. Entonces llegó la pandemia y nos mostró la diferencia entre el convencimiento y el postureo.

Un informe de FIFPRO publicado en junio del pasado año hablaba de que la crisis del coronavirus había expuesto la fragilidad del ecosistema del fútbol femenino “debido a sus ligas profesionales menos establecidas, los bajos salarios, el menor margen de oportunidades, acuerdos desiguales de patrocinio y la menor inversión institucional. La falta de contratos por escrito o el breve plazo de validez de los existentes se suma al acceso inadecuado a la cobertura sanitaria, así como a la ausencia de protecciones laborales básicas, lo que deja a numerosas jugadoras en riesgo de perder su sustento y de sufrir posibles trastornos de salud física y mental”. Antes de la pandemia, tal y como señalan en The Conversation, el fútbol femenino ya contaba con peores campos de juego, salarios inferiores, condiciones desiguales en premios en metálico (en la FA Cup, el premio por ganar la final para las mujeres es de 25 mil libras, frente a los 3,6 millones que obtienen los hombres) o dependía de los patrocinios para obtener ingresos.

Durante la pandemia, según la FIFPRO, solamente el 16% del total de los 62 países consultados cuenta con una liga profesional femenina; esto es relevante ya que determina la posibilidad de acceder a determinados derechos laborales o a representación sindical. El 47% de las jugadoras con contrato habían visto reducido o eliminado su salario y la mayoría de las futbolistas (profesionales o no) se vieron apartadas del proceso de la toma de decisiones (salarios, suspensión de las competiciones) y denunciaron que solamente se les había informado una vez alcanzadas las conclusiones o ni siquiera entonces. Además, en el 64% de los casos, los equipos femeninos no se incluyeron en los protocolos de regreso a la competición en los que los clubes sí estaban trabajando para los hombres.

La vuelta tampoco fue fácil (ni equitativa). Solamente Alemania y Estados Unidos pudieron retomar los partidos en junio. En el caso alemán -que comenzaron a jugar dos semanas después que los hombres-, gracias a la organización y el apoyo institucional. Por ejemplo, los cuatro grandes clubes del país participaron en un fondo económico solidario para ayudar a los de tercera masculinos y los de primera femeninos a sufragar las PCR que tienen que realizarse semanalmente. Por otro lado, en Estados Unidos la vuelta a los estadios vino de la mano de las empresas privadas. La competición se trasladó a Utah; los costes fueron cubiertos por los patrocinadores y las cadenas de televisión y el propietario del Utah Royals FC proporcionó alojamiento e instalaciones para entrenar a los 10 equipos del torneo.

Esas fueron las excepciones. En España la competición se dio por finalizada cuando quedaban 8 partidos por jugar y el inicio de la siguiente tuvo lugar un mes más tarde que la masculina. Según explicó en octubre Cristina Auñón, capitana del Rayo Vallecano, en el diario As, no podían entrenar (por ley, solo se le permitía a los atletas profesionales), no se les habían financiado las PCR y el protocolo de actuación contra el coronavirus no era más que una concatenación de recomendaciones. En los Países Bajos, la competición masculina se retomó en septiembre, pero no la femenina (de nuevo, por no ser profesional). Tras un mes de protestas, la ministra de Deportes declaró que lo que se aplicaba a los hombres debía aplicarse a las mujeres y, finalmente, comenzó a jugarse el 30 de octubre. Algo similar sucedió con los torneos inglés e italiano, donde la excusa para retrasar la vuelta del fútbol femenino en ambos casos fue el elevado coste que ello suponía, a pesar de que la mayoría de los equipos de estos torneos forman parte de clubes como el Arsenal, el Tottenham, el Chelsea, el Milan, la Juve o la Roma, que cuentan con recursos económicos más que suficientes.

Además de un cambio de mentalidad y un compromiso reales por parte de las instituciones que manejan el fútbol a nivel nacional e internacional y una cobertura y tratamiento apropiados por parte de los medios, el informe elaborado por The Conversation señala dos aspectos fundamentales para alcanzar una equidad que todos defienden en teoría pero que nadie pone en práctica. Por un lado, que los clubes consideren a los equipos femeninos tan vitales para su economía como lo son los masculinos en lugar de fundarlos como un mero gesto de buena voluntad. Por el otro, que clubes, inversores y patrocinadores dejen de lado las formas tradicionales en las que generan beneficios con los equipos masculinos y se atrevan a ser innovadores y proactivos en sus enfoques para lograr que los equipos femeninos sean tan rentables como competitivos.

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