Nacho Muñiz es coordinador de los ciclos de cine de la Cultural

Con la muerte de Jean-Luc Godard el pasado 13 de septiembre se acaba, biológicamente, toda una época del cine. El cineasta franco-suizo era a la vez el último y el más destacado representante de la “Nouvelle Vague”, una generación que cambió la forma de ver y entender el cine, primero desde la crítica en la legendaria revista “Cahiers du cinéma” y poco después (desde finales de los años 50) como directores. Fueron los llamados “jóvenes turcos” Godard, Truffaut, Chabrol, Rivette, Rohmer (este último unos años mayor que ellos) y alguno más los que crearon conceptos como el de “cine de autor” y enseñaron a los incipientes cinéfilos de todo el mundo cómo ver el cine; aún más, “qué es buen cine”. Tanto fue así, que durante los años 60 fueron surgiendo “nuevos cines” por todas partes, en la Europa occidental y en la oriental, en Sudamérica y hasta en los mismísimos Estados Unidos.

Con una pasión cinéfila sin precedentes hasta entonces, Godard y sus colegas/amigos procedieron con vehemencia a la demolición crítica del cine que se estaba haciendo en esos años 50, al que consideraban en su mayoría trasnochado y artísticamente intrascendente: “cine de papá” lo llamaban.  Ante este panorama, el siguiente y lógico paso era demostrar ellos mismos cómo había que hacer películas, y el comienzo no pudo ser más esplendoroso; Godard contribuyó en 1960 con “À bout de souffle” (“Al final de la escapada), el film emblemático de la “Nouvelle Vague” junto con “Los 400 golpes” de Truffaut. Rodada con escasos medios y financiada a duras penas, el debut de Godard ha pasado a la historia del cine, pero no fue sino el comienzo de una carrera de más de medio siglo de actividad con más de 130 títulos firmados entre cortos, ensayos, documentales y, también, películas de ficción.

Lo que diferencia a Godard de la mayoría de los componentes de aquella corriente que quería revolucionar el cine es que su larga carrera presenta una coherencia irreprochable: siempre se mantuvo al margen de los circuitos comerciales, hizo las películas que le dio la gana (y que pudo financiar) y siguió experimentando con todas las posibilidades de expresión que ofrece el medio y dinamitando los modos convencionales de entender lo que es un producto cinematográfico. Mientras sus amigos Truffaut y Chabrol, por poner dos ejemplos bien conocidos, se “pasaron al lado oscuro” del cine comercial y acabaron, en palabras del propio Godard, por hacer el “cine de papá” que tanto habían denostado en sus comienzos, Godard se erigió en el guardián de aquel espíritu inconformista y rompedor, ajeno a vaivenes de gustos y modas.

Es cierto que en los últimos años recibió todo tipo de honores, Oscar honorífico incluido (que, por supuesto, no se molestó en recoger), pero, aún hoy, Godard está lejos de disfrutar de un status indiscutible en el olimpo de maestros del cine. Ya en los 60 su figura provocaba adhesiones y entusiasmo inquebrantables al mismo tiempo que críticas acérrimas y hasta burlescas. Para algunos, era un genio irrepetible; para otros, un ególatra pseudointelectual con ínfulas vanguardistas, el prototipo del cineasta plasta y pedante. Billy Wilder repetía por todas partes que el cine de Godard era “épater le bourgeois”, y que sólo epataba (y arruinaba) a los que le producían las películas. Ciertamente, nunca buscó -ni tuvo- el favor del gran público, y pertenece al escogido grupo de creadores cuya obra es infinitamente más mencionada que conocida.

Aunque le pesara a Billy Wilder, siempre he tenido la impresión de que Godard contaba con más seguidores entusiastas entre sus colegas cineastas que entre el público aficionado. Quizás ese sea el legado de este auténtico iconoclasta: su cine vive en las películas de otros creadores; dudo, por ejemplo, que muchos seguidores de Jim Jarmusch, ciertamente poquísimos de los de Tarantino (que le puso de nombre a su productora “A Band Apart”) sospechen siquiera la fundamental influencia godardiana omnipresente en sus directores preferidos, y lo mismo podría decirse de multitud de directores de las últimas décadas. Al fin y al cabo, cuando se habla en el cine de vanguardia, de heterodoxia, de experimentación con los modos y elementos de expresión fílmicos –en una palabra, de inconformismo creador-, no es posible ignorar la obra –teórica y práctica- de este eterno “enfant terrible” que el mes pasado decidió que 91 años, dedicados casi todos a su pasión por el cine, eran suficientes. Veremos quién se atreve a recoger la antorcha de la rebeldía ética y estética en el panorama actual, que no se caracteriza precisamente por una abundancia de creadores atrevidos y pertinaces, como lo fue este parisino de familia suiza acomodada que, ya de joven, mandó a paseo las ambiciones burguesas de su padre para “vivre sa vie”.

Ya que mencionamos el título de una de sus películas más conocidas, un último consejo para quien lea esto y no esté muy familiarizado con la filmografía de Godard: lo mejor para acercarse a su cine es comenzar por el principio, sus películas de los primeros años 60, de “Al final de la escapada” a “Pierrot le fou” (que suele considerarse el acta de defunción de la Nouvelle Vague”), pasando por las imprescindibles “Banda aparte” y “Vivir su vida”: son, sin duda, sus películas más “asequibles” y apreciadas. Es cierto que los films de su etapa de cine explícitamente político, cuando formó parte del colectivo “Dziga Vertov” (del 68 al 72) pueden ser de difícil comprensión para el espectador más joven que no tenga ni idea de qué es eso de “revisionistas” o “maoístas”; ciertamente, son películas totalmente centradas en su momento histórico, por lo que posiblemente sean recomendables sólo para los muy adeptos. Pero desde 1972 a 2018 hay docenas de proyectos de todo tipo -ensayos, documentales y ficciones- que merecen la atención de todo buen cinéfilo, comenzando por su monumental serie “Histoire(s) du cinéma”, que desarrolló durante diez años y que, esta vez sí, recibió un aplauso casi unánime.

Confío en que si alguien se anima a conocer un poco más del universo godardiano al final estará de acuerdo conmigo en que, por una vez, Billy Wilder estaba equivocado.

Bibliografía:

“En torno a la Nouvelle Vague. Rupturas y horizontes de la modernidad”, edición de Carlos F. Heredero y José Enrique Monterde. Especial Textos/Ediciones de la Filmoteca/Festival Internacional de Cine de Gijón, 2002.
“Jean-Luc Godard”, de Jacques Mandelbaum. El País / Cahiers, 2008.
“Introducción a una verdadera historia del cine”, de Jean-Luc Godard. Alphaville, 1980.
“Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard”. Barral, 1971.

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