Agradezco al Ateneo Obrero y a la Sociedad Cultural la oportunidad de poder hablar en un sitio con tantos significados como este y en esta significativa fecha.

Dice Vasili Grossman que “la esperanza casi nunca va ligada a la razón; está privada de sensatez, creo que nace del instinto”. Yo añado, del instinto de supervivencia. Digo esto porque pienso que es la esperanza lo que nos une, no solo a los que estamos aquí hoy, sino con todos aquellos que a lo largo de dos siglos soñaron y lucharon con la esperanza de construir una mejor sociedad a la que llamamos República, incluso contra la sensatez y la razón, es decir el cálculo de costes y beneficios personales que tal lucha acarreaba.

Esta conmemoración siempre ha originado en mí un sentimiento agridulce. Porque celebramos el aniversario de la Fiesta de la proclamación de la II República y lo hacemos ante la fosa común y el Muro de sus Mártires que simbolizan tantas cunetas, paredones, cárceles, fosas en donde se consumó su derrota.

Para que se celebrara la fiesta del 14 de abril de 1931 otros hombres y mujeres habían recorrido un largo camino de luchas y esperanza. Todo el trágico siglo XIX español está lleno de su presencia.

La República Federal proclamada en 1873, en el momento de una crisis económica mundial, apenas dura un año, en el que tiene que lidiar con la Guerra de Cuba, con la Tercera Guerra carlista y con los levantamientos cantonales, en medio de los enfrentamientos entre los propios republicanos, divididos en tantas facciones que hicieron imposible la gobernanza. Y llevaron a la dimisión de su primer presidente Estanislao Figueras con la famosa frase: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!» que estoy segura que todos los presentes hemos sentido deseos de pronunciar alguna vez, y me temo que vamos a seguir deseándolo. Un golpe de estado le dio fin.

Pero los republicanos siguieron aportando un ideario ético, desde la educación universal, la protección a la infancia, la abolición de la esclavitud, la separación de la iglesia y el estado y tantas otras. Muchos nombres merecerían recordarse de las mujeres y los hombres de la Institución libre de Enseñanza, de las logias masónicas, de los círculos republicanos, de los Ateneos, pero hoy en Gijón a cien años de su muerte debemos un homenaje especial a la memoria de Rosario de Acuña.

Hace 92 años de la proclamación de la Segunda República española. El 14 de abril de 1931 fue una Fiesta en el sentido antropológico del término. Un momento donde se condensa la historia, en el que quiebran estructuras seculares, en el que los estatus y los roles se trastocan, en el que una Comunidad se percibe a sí misma y celebra un nuevo tiempo que abre horizontes sociales inesperados.

Su impacto fue tan potente que aunque apenas duró 8 años, su recuerdo que nos ha llegado a nosotros a través de la memoria familiar, de hombres y mujeres que la vivieron y que la defendieron a vida o muerte, o a través de los libros o… ha contribuido con fuerza a construir nuestra propia identidad.

Irene Falcón me contaba el entusiasmo con que los jóvenes, adolescentes como era ella, vivieron ese tiempo, las reuniones febriles en torno a los kioscos para ver las portadas de los periódicos, los apasionados debates… Siempre evoco ese tiempo, como memoria viva, a través de los relatos de mis referentes más queridos Ángel León, Mario Huerta, Horacio Fdz Inguanzo, Juana Doña, Pedro Felipe y tantos otros.

Los pocos años en que se mantuvo la Segunda República fueron a un tiempo luminosos, llenos de esperanza y avances y ominosos preñados de amenazas y sobresaltos, de nuevo en el marco de una gran crisis económica internacional, con el ascenso imparable del fascismo, de nuevo con poderosos enemigos y de nuevo ¡ay! con divisiones profundas en sus defensores, los que querían ir más lejos y los moderados, los pragmáticos y los utópicos.

Aún así su balance es esencialmente positivo. Derechos civiles y políticos para las mujeres, expansión de la enseñanza pública como nunca se había hecho, un impulso cultural sin precedentes. Incluso durante tres años de guerra civil despiadada, la República siguió estableciendo medidas de progreso en un territorio cada vez más pequeño.

El franquismo no buscaba solamente una victoria militar, como los golpes de estado al uso, quiso arrasar cualquier posibilidad de resistencia, centenares de miles de muertos, centenares de miles de presos, centenares de miles de exiliados fue su obra. Desde el primer momento tuvo claro que la República española se había convertido en el epicentro de la lucha de clases y que el enemigo era la clase obrera de la ciudad y del campo.

En la primera etapa, los años del hambre, mientras se enviaba trigo a la Alemania nazi, se estableció que todo aquel que hubiera pertenecido a un sindicato podría ser juzgado por rebelión, (qué sarcasmo) lo que podía suponer la pena de muerte. Dado que durante la República todos los trabajadores debían estar sindicados, quienes no habían sido represaliados eran conscientes que podrían serlo en cualquier momento. Decenas de miles de maestros y maestras, joyas de la República en su lucha por la extensión de la educación, murieron, marcharon al exilio o fueron “depurados” considerados desafectos como tantos otros funcionarios republicanos. Los “fugaos”, guerrilleros, maquis, los del monte fueron exterminados a sangre y fuego en todo el territorio.

20, 25 años después de finalizada la guerra aún estaban llenas las cárceles. Una nueva generación nacida ya en la dictadura se incorporaba a la lucha contra ella y la represión seguía. Dos meses antes de morir, Franco firmó 5 penas de muerte.

Fue en la larga noche del franquismo, cuando la República pasó de ser una etapa histórica, analizada hasta la saciedad en el exilio buscando los errores (siempre cometidos por los otros, claro está) que habían propiciado su derrota, paso a ser, repito, una luminaria, un mito, la “Nueva Jerusalén”, para quienes resistían al franquismo activamente y quiero simbolizarlos en las mujeres de la familia Marrón, toda una saga extraordinaria, o quienes lo hicieron desde el exilio interior. Emocionalmente fue una idea fuerza, un sueño de libertad, un tiempo pasado infinitamente mejor.

Aunque soy de las que considero qué, si bien el dictador murió en la cama, la dictadura murió en la calle por las movilizaciones obreras, la realidad es que de nuevo como una maldición, el cambio posible se desarrollaba en medio de una gran crisis económica mundial y que, como dice Nicolás Sartorius, más que una correlación de fuerzas nos enfrentábamos a una correlación de debilidades.

La monarquía, designada por Franco para garantizar que todo quedaba “atado y bien atado” cambió de postura en el tablero. Y para gran frustración de toda la izquierda durante décadas, encuesta tras encuesta mostraba que era la institución que contaba con más apoyo popular.
Esta vez creo que la quiebra entre la izquierda fue más emocional que política, entre quienes siguieron considerando prioritario la reivindicación del cambio de modelo de estado y en mi memoria dicha reivindicación está asociada a tres nombres, tres amigos que nos han abandonado pero que hoy están especialmente presentes en el recuerdo, con cariño y con respeto a su trabajo de “republicanos de pro” son Daniel Palacio, José Bolado y Paco Prendes Quirós.

Y quienes consideramos que el modelo de estado es secundario porque la prioridad es construir una sociedad republicana. Solo así lo otro vendrá por añadidura. Son los valores republicanos hoy de nuevo amenazados por crisis económicas mundiales y la creciente extrema derecha los que necesitan nuestra defensa.

Estos valores se han construido a lo largo de siglos. El primer paso se dio en Inglaterra obligando al Rey y a la nobleza a aceptar una Carta Magna que ponía a la Ley por encima de todo poder. Otra cosa era que lo consiguieran hacer efectivo.

En 1776 la declaración de independencia de los Estados Unidos de América establece que
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de sus gobernados”.

Cierto que esta hermosa evidencia que sustentaba la recién nacida república, no fue obstáculo para el exterminio genocida de los indígenas americanos y la esclavitud de los africanos.

Y en 1789 la Revolución Francesa pone en su frontispicio aquello de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Cada vez que voy a Francia me emociona verlo en todos los edificios públicos, siempre pienso que algo influirá, lo mismo que cantar la Marsellesa.

Claro que ese precioso himno y esas hermosas palabras acompañaron la construcción de un imperio colonial brutal en África, Oriente Medio e Indochina. Además de naturalizar la sumisión de las mujeres y la explotación salvaje de la clase obrera.

No estoy tratando de ser cínica o derrotista, estoy queriendo decir que las grandes, hermosas palabras de las declaraciones, son conquistas que se dan en esos momentos de “fiesta” pero que si no se sustentan en la expansión e interiorización de los valores que proclaman son estériles. Que rara vez en la historia los avances quedan asentados de una vez y para siempre (afortunadamente tampoco los retrocesos).

Los valores republicanos sustentan los derechos de ciudadanía y si ellos se desvanecen se desvanecerán estos. La ciudanía se ha ido construyendo en un proceso acumulativo: los derechos civiles, políticos, sociales hoy estamos intentando añadir los medioambientales.

Pero en este momento no olvidemos que derechos políticos como el derecho al voto que tanto ha costado conseguir (que nos lo digan a las mujeres) no tienen acceso varios millones de inmigrantes en Europa, que sus derechos civiles son más que cuestionados. Por no mencionar los derechos humanos de quienes mueren tratando de cruzar nuestras fronteras. Que hay una amenaza real de que también los nativos podamos perder derechos sociales. Que en España tenemos una deuda histórica sangrante con casi un millón de personas de etnia gitana que vive en un grado de exclusión escandaloso, sin que su situación haya sido nunca una prioridad política para las izquierdas.

Pienso que es urgente que a la defensa activa de esos valores republicanos, de esos derechos de ciudadanía incorporemos un valor ausente de nuestra cultura política se trata del “reconocimiento del otro”, algo que va más allá de la simple tolerancia, saber que el otro es necesario.

En este año electoral donde la pelota de quién va a dirigir las políticas que se llevarán a cabo en Gijón, en Asturias y en España conviene que reflexionemos sobre nuestra cultura política y sus limitaciones. Dice Habermas que “ Según la concepción republicana … El paradigma de la política concebida en el sentido de una práctica de autodeterminación ciudadana, no es el mercado, sino el diálogo”.

Una vez lograda la unificación de Italia, Manzini declaró “Ya hemos hecho Italia. Ahora tenemos que hacer italianos”. Yo digo hoy, ¿queremos hacer una república?, hagamos republicanos.

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