José Ovidio Álvarez Rozada es directivo de la Sociedad Cultural Gijonesa y profesor de Filosofía.
La figura del ilustrado
Cuando una figura histórica, particularmente un pensador o un reformador político, alcanza cierto grado de reconocimiento, suele ser habitual que se lo reivindique desde diferentes ámbitos y se ofrezcan lecturas distintas, incluso contrapuestas, acerca del mismo. Justamente eso es lo que ocurre con Jovellanos.
Los autores que llegan a ser considerados clásicos tienen la propiedad de interpelarnos sobre dimensiones centrales del pensamiento humano y de proporcionarnos elementos relevantes para reflexionar en torno a aspectos de nuestro presente. Ciertamente, hay una tentación inveterada de leer a los clásicos, al igual que a tomar episodios del pasado, trasplantándolos sin más al presente; es una práctica habitual para estructurar una narrativa ideológica. Sin embargo, la filosofía y las ciencias sociales sí pueden, cabalmente, reinterpretar a los autores pretéritos para tomar aspectos doctrinales que resulten fértiles como instrumentos analíticos en la actualidad, siempre y cuando se sepa acotar dónde acaba la literalidad del autor y dónde empieza la relectura. Leer a cualquier autor no tiene por qué limitarse a un análisis histórico, situándolo en el contexto de su época, sino que es imprescindible tratarlos como elementos vivos de nuestro legado cultural.
Huelga decir que el prócer gijonés es la figura más presente en nuestra ciudad. Honran su memoria un teatro, una biblioteca, una calle, el Antiguo Instituto y el IES Jovellanos, entre otros, y una plaza, la del 6 de Agosto, que conmemora la última estancia de Gaspar de Jovellanos en Gijón, en un 1811 en que España se hallaba inmersa en plena Guerra de la Independencia contra la Francia Napoleónica. Como es sabido, Jovellanos iría a morir aquel año en Puerto de Vega, cuando las circunstancias de la guerra lo obligaron a dejar de nuevo Gijón.
En 1808, con la caída de Manuel Godoy, Jovellanos había sido liberado tras su insidiosa prisión en la Cartuja de Valldemosa y en el mallorquín palacio de Bellver, cautiverio en el que permaneció durante más de siete años que minaron su salud. Un otoñal Jovellanos consagró sus últimos años, su pluma y su actividad política, a la lucha por la liberación nacional, frente a la ocupación napoleónica, y al intento de reforma política por el que había peleado siempre. Desde poco después de su liberación en 1808, se incorporaría a la Junta Central Suprema como representante de Asturias, propugnando activamente la convocatoria de Cortes que elaboraría la primera constitución de nuestra historia, promulgada el 19 de marzo de 1812 en Cádiz, y fulminada por la infamia de Fernando VII. No viviría ya Jovellanos para ver aquel triste desenlace, ni el delirio absolutista del Rey Felón, que caería sobre los doceañistas y que, en 1823, tras el Trienio Liberal que iniciaría otro asturiano, Rafael del Riego, recibiría el apoyo de la Francia absolutista de Luis XVIII, con la invasión del ejército de los Cien mil hijos de San Luis, para enterrar definitivamente la Constitución de Cádiz.
La trayectoria política de Jovellanos había empezado mucho antes. Tras una sólida formación jurídica y filosófica, fue alcalde de la Sala del Crimen en la Audiencia de Sevilla, en 1767. Había participado desde su juventud del espíritu de la Ilustración, heredera de la Filosofía Moderna, que emplazaba a servirse de la razón y de las ciencias como instrumentos para la reforma de las instituciones, el pensamiento y las costumbres, la modernización de la economía y el sistema productivo y, en definitiva, la búsqueda del interés común y la felicidad colectiva.
De la mano de figuras como Pablo de Olavide y otro reputado asturiano, ministro de Hacienda con Carlos III, el economista e historiador Pedro Rodríguez de Campomanes, protagonizaría Jovellanos una agenda política reformista y contribuiría a fraguar una tradición ilustrada española, que había comenzado con fray Benito Jerónimo Feijoo. Obras literarias, escritos dispersos, informes, cartas y disertaciones ante diversas instituciones, conforman el corpus de los escritos de Jovellanos. El ilustrado gijonés frecuentaría tertulias e impulsaría círculos de debate como las sociedades de amigos del país. Llegaría a ser miembro de diversas academias, como las de Historia o Bellas Artes.
En 1778, aún bajo Carlos III, Jovellanos fue nombrado alcalde de Casa y Corte de Madrid. Ya en la época de Carlos IV, los sucesos de la Revolución Francesa crearían un clima de miedo y reacción en España, que provocaría la caída y descrédito de los ilustrados. En esa época, hacia 1790, Jovellanos acabaría exiliado de la Corte y regresó a Asturias, donde estudió las posibilidades de la minería de hulla e impulsó la construcción de la Carretera Carbonera, para conectar las Cuencas Mineras asturianas con el puerto de Gijón. Fue hacia 1794 cuando consiguió que se fundara en nuestra Ciudad el Instituto de Náutica y Mineralogía, para generar profesionales cualificados y plasmar sus ideas pedagógicas.
En 1797, Jovellanos regresó a la Corte como ministro de Gracia y Justicia, desde donde trataría de implantar las ideas jurídicas de Cesare de Beccaria, entendiendo las penas como un instrumento de rehabilitación y el delito como un producto de problemas sociales, al tiempo que trató de combatir la influencia de la Inquisición. Esta etapa se truncaría por la oposición de las fuerzas reaccionarias, saliendo del gobierno nueve meses después. En 1801, Manuel Godoy lo haría arrestar y, como ya he comentado más arriba, hasta la caída de éste, tras el Motín de Aranjuez, siete años después, Jovellanos no recobraría su libertad.
Los planteamientos políticos y filosóficos de Jovellanos
Pero cuáles eran las ideas de Jovellanos. ¿Era ya un liberal como los doceañistas de Cádiz, que lo reconocerían en parte como un precursor? ¿Era un conservador que trataba de acomodar algunos elementos de reforma sin tocar, en lo sustancial, el modelo del Antiguo Régimen?
En sus escritos sobre La España revolucionaria, publicados en varios artículos para el New York Daily Tribune en 1854, Karl Marx analizaría la figura de Jovellanos y su papel como representante en la Junta Central, en contraposición al presidente de la misma, el Conde de Floridablanca. Jovellanos habría sido para Marx un amigo de pueblo, un reformista ilustrado bienintencionado, cuyos métodos habrían resultado escasamente efectivos en un contexto de profunda transformación política y descomposición del Antiguo Régimen. Jovellanos era, desde la óptica de Marx, un filántropo que buscaba la elevación del pueblo llano a través de la instrucción pública, el impulso de instituciones educativas y la reorganización de la economía, removiendo los prejuicios religiosos e ideológicos, y enfrentándose a los sectores reaccionarios. Por el contrario, Floridablanca, quien había estado al frente del país en la transición del reinado de Carlos III al de Carlos IV, sería estrictamente un dirigente del despotismo ilustrado que viraría hacia una actitud reaccionaria como respuesta a la Revolución Francesa, y que, siendo ya anciano, presidió la Junta Central (el órgano de gobierno del bando español en la Guerra de Independencia) con una actitud inmovilista.
Marx considera que Jovellanos representó a una minoría intelectual con verdadera vocación transformadora, durante la Guerra de Independencia, pero que no tuvo fuerza ni capacidad para hacer valer sus planteamientos.
Sabemos que Jovellanos dejó numerosos escritos, tocando temas económicos, pedagógicos, obras públicas, reforma agrícola y otros textos netamente políticos como la Memoria en Defensa de la Junta Central, ya en el contexto de la Guerra de la Independencia. Se lo ha llamado polígrafo, pero ¿subyacía a toda esa dispersión de escritos un pensamiento estructurado o un sistema filosófico? Jovellanos discutió a los principales autores de su época, nutriéndose, al igual que Immanuel Kant, de la influencia metafísica de Christian Wolf. Jovellanos desarrolló así unos postulados filosóficos de corte racionalista, de inspiración cartesiana y leibniziana, aunque los combinó con elementos empiristas, ponderando también el papel de la información sensorial y la experimentación en la línea de Francis Bacon.
Silverio Sánchez Corredera dedicó su tesis doctoral a estudiar la filosofía de Jovellanos y a analizar la forma en que su pensamiento fue recibido en las épocas posteriores. En Jovellanos y el Jovellanismo, una perspectiva filosófica, Sánchez Corredera ha postulado que las tesis de Jovellanos constituyen una doctrina filosófica, a la que propone denominar jovinismo (basándose en el pseudónimo Jovino, que Jovellanos usaba para sus poemas), diferenciándola del jovellanismo, que serían las posteriores corrientes de pensamiento que han querido referenciarse en el ilustrado gijonés e interpretarlo.
Para Sánchez Corredera, el jovinismo se ancla en una doctrina antropológica de inspiración humanista cristiana, que acaba plasmándose en un pragmatismo moral. Jovellanos sostendría un criterio de utilidad y eficacia para validar sus tesis políticas y económicas, que tendrían como propósito fundamental lograr la felicidad de los colectivos humanos a través de la mejora de sus condiciones de vida, mediante la instrucción pública, el desarrollo científico-tecnológico y el avance económico.
Mucho más próximo a Montesquieu o a Burke que a Rousseau, el gijonés considera que la transformación social no puede venir de la mano de una ruptura revolucionaria, que haga tabula rasa sobre la historia previa. Los pueblos tendrían una constitución histórica, que iría evolucionando paulatinamente, pero manteniendo una continuidad y respondiendo a la idiosincrasia de cada nación. Es por esto que, para Jovellanos, un proyecto constitucional como el que acabaría alumbrándose en Cádiz, siempre tendría que nutrirse de la tradición jurídica previa, como los códigos visigóticos, las Partidas de Alfonso X, las cortes del periodo medieval o las leyes de los Trastámara y los Austrias. La nación sería un proyecto colectivo que va tejiéndose a lo largo de la historia y que responde a la evolución propia de cada sociedad, aunque pueda mixturarse con aportaciones de otros pueblos o acomodar nuevas ideas que mejoren la vida de la comunidad.
Como nos explica Ignacio Fernández Sarasola, en El Pensamiento Político de Jovellanos, el prócer gijonés no era partidario de la soberanía popular, ni tampoco estrictamente del sistema parlamentario como se estaba desarrollando en la Inglaterra de su época. Jovellanos era bastante anglófilo, pero se remitía fundamentalmente a la monarquía constitucional de la Revolución Gloriosa británica. Consideraba que la soberanía política le pertenecía como tal al poder ejecutivo, identificado con la Corona, mientras que la nación estaría dotada de lo que denomina Supremacía; esto es, la protección de los derechos de individuos y la búsqueda del bien común deben guiar y limitar la acción del Gobierno y de la monarquía, persistiendo siempre el derecho de rebelión del pueblo frente a la tiranía. Pero el soberano como tal no sería el Pueblo, sino que éste habría transferido el poder soberano a quienes han de ejercer el gobierno para proteger a la comunidad e impulsar la felicidad colectiva.
Jovellanos no era un absolutista, pues consideraba la división de poderes y la sujeción del poder regio al bien común, pero tampoco llegó a ser liberal doceañista. Mas sí creía firmemente en la instrucción pública como un instrumento de emancipación social.
Finalmente, si bien Jovellanos era muy crítico con la filosofía escolástica que dominaba las universidades españolas, entendiendo que estaba bloqueando la adopción de la ciencia newtoniana y la recepción de las filosofías modernas, sí que seguía incluyendo en su pensamiento elementos de inspiración aristotélica, vinculados también con la Escuela de Salamanca. Para Jovellanos, tal y como habría establecido Aristóteles en su Política, el ser humano es un animal político, ya que además de procurarse el sustento mediante la transformación técnica de los recursos naturales, aplicando la razón a la producción colaborativa, está dotado de lenguaje. Dado que la naturaleza no hace nada en vano, si el ser humano está dotado de capacidades lingüísticas es porque ha de vivir siempre en comunidad, fijando unas leyes de convivencia no a través del instinto, sino de la palabra; a través de la palabra crearíamos las convenciones sociales que regulan nuestra vida.
Para Jovellanos, el llamado estado de naturaleza del que hablan los tratadistas políticos de la era moderna, no podría ser un periodo prepolítico, pues el ser humano es social por naturaleza; sería en todo caso una fase previa a la articulación de los estados, donde los derechos naturales estarían deficientemente desarrollados por la ausencia de avances técnicos y conocimientos. Precisamente por esta dimensión social del ser humano, los derechos siempre van cristalizando, avanzando y desplegándose en el marco de la historia y la vida de la comunidad.
Final
Podríamos decir que el ilustrado gijonés es una figura trágica, a caballo entre el periodo luminoso de Carlos III, el reflujo que llegaría con Carlos IV y la invasión napoleónica. Jovellanos se enfrentó a las fuerzas de la reacción, a la nobleza terrateniente que bloqueaba el desarrollo agrario y comercial, empobreciendo el campesinado, al clero ultramontano y la Inquisición, que bloqueaba la adopción de los desarrollos científicos y trataba de yugular el pensamiento crítico.
Era un reformista que se topó con tiempos revolucionarios y que trató de terciar entre la ruptura y la involución.
Sánchez Corredera nos habla de seis etapas históricas en el jovellanismo.
La primera, en el paso del siglo XVIII al XIX, en que Jovellanos es interpretado como un reformista protoliberal, una síntesis de planteamientos de la filosofía moderna, aunque añadiendo las particularidades a las que hemos hecho mención. La segunda, desde 1811 a 1850, donde su figura será reivindicada por el doceañismo y las corrientes del liberalismo español que se opondrán al absolutismo de Fernando VII, aunque también aparecerían lecturas que se apoyarían en los aspectos más conservadores del gijonés frente a la soberanía nacional. La tercera, en la que se interpretará a Jovellanos desde una óptica neocatólica y tratando de desvincularlo de la Ilustración o el liberalismo; aquí tendríamos a Marcelino Menéndez Pelayo. La cuarta, de 1888 a 1934, sería una lectura eticista, centrada en valorar la valía personal del gijonés y orillar sus doctrinas, que popularizaría el cronista oficial de Gijón, Julio Somoza, buscando convertir a Jovellanos en una figura neutral y aséptica ante el pleito entre conservadores, tradicionalistas y liberales. La quinta etapa, hasta los años ochenta del siglo XX, se correspondería con los estudios académicos de ámbito universitario sobre el gijonés. Finalmente, a raíz de los trabajos de José Miguel Caso, se empezaría a ver a Jovellanos como un autor con una filosofía propia, con una estructura doctrinal subyacente, aunque sus escritos sean dispersos, que debe situarse en la historia del pensamiento español y europeo.
Hoy, Jovellanos sigue siendo una figura del máximo interés: tanto para comprender las vicisitudes que llevaron a las Cortes de Cádiz, como en su calidad de filósofo ilustrado que reivindicaba la instrucción pública y el desarrollo científico como palancas de la transformación social, y la política como un empeño colectivo vinculado a la idea del bien común.
Bibliografía:
Fernández Sarasola, Ignacio:
– (2011): El pensamiento Político de Jovellanos. Seis Estudios. In itinere, Universidad de Oviedo.
Jovellanos, Gaspar Melchor:
– Obras Completas. https://www.unioviedo.es/jovellanos/index.php/obras-completas/
Rodríguez González, Jesús Jerónimo:
– (2018): Jovellanos (1744-1811) Biografía breve.
Sánchez Corredera, Silverio:
– (2004): Jovellanos y el Jovellanismo, una perspectiva filosófica, ediciones Pentalfa.
– (2008). Jovellanos y el Universalismo, Eikasía, Revista de Filosofía