Carmen Moreno Llaneza es la gerente de la Unión de Comerciantes de Asturias
Dice la Exposición de Motivos de la Ley Orgánica 1/2002 reguladora del Derecho de Asociación que: “ El derecho fundamental de asociación, reconocido en el artículo 22 de la Constitución constituye un fenómeno sociológico y político, como tendencia natural de las personas y como instrumento de participación, respecto al cual los poderes públicos no pueden permanecer al margen” Y añade para mayor fundamento de la importancia de las asociaciones: “ Las asociaciones permiten a los individuos reconocerse en sus convicciones, perseguir activamente sus ideales, cumplir tareas útiles, encontrar su puesto en la sociedad, hacerse oír, ejercer alguna influencia y provocar cambios. Al organizarse, los ciudadanos se dotan de medios más eficaces para hacer llegar su opinión sobre los diferentes problemas de la sociedad a quienes toman las decisiones políticas.”
En este texto y viendo la realidad que se vive desde las asociaciones de todo tipo, vecinales, culturales, deportivas, económicas …, más parece que se expresan realidades de un pasado olvidado o deseos imposibles.
Lejos quedan aquellos tiempos del inicio de la democracia en este país, que amparándose en la Constitución y poco más embalaje legal, las asociaciones vertebraron la diversidad de la sociedad española algunas con el mérito de haber avanzado desde la clandestinidad de la dictadura y nutrieron a los partidos políticos de ideas, proyectos y cargos electos. Y no ocurrió únicamente a la izquierda del tablero político, los ejemplos están en todos los partidos, los existentes y los ya desaparecidos.
Pero aquellos tiempos de convivencia pacífica se rompieron y , aunque pueda ser discutible el momento, hay un tiempo, a finales del siglo pasado, de bonanza económica, más burbuja que real, de madurez de los partidos políticos y de mando en plaza del ultra liberalismo económico y social, en el que las estructuras asociativas empiezan a dibujarse en los discursos como indeseables e incómodas, poniendo al individuo solo como único superhéroe protagonista de la historia y denostando la colaboración y la responsabilidad social. No necesitamos estructuras intermedias entre el poder político y el individuo porque los primeros solo necesitamos votos y los segundos mejor solos que con capacidad de influencia como grupo: este podría ser perfectamente el resumen del discurso que inundó esos años y que hoy sigue ocasionando consecuencias.
Una de esas consecuencias es el lenguaje. Los términos con los que nos referimos a las cosas y situaciones tienen la importancia de definirlos y hoy se utilizan términos como “plataformas” “grupos” “foros” “círculos” y muy poco “asociaciones” intentando que al no nombrarlas avancen hacia el olvido. La diferencia, más por lo que la realidad demuestra que porque esté en la esencia de la terminología, está en que estas formas de agruparse las personas suelen tener un objetivo a corto plazo, ser consecuencia de un problema concreto y su vida tan corta o tan larga como el problema que las hizo nacer.
La agrupación de personas deja de tener el fin de que éstas se reconozcan en sus convicciones, persigan sus ideales y encuentren su sitio en la sociedad, que proclama la legislación de 2002, para ser instrumentos de una situación concreta que nacen y mueren con ella. Y el poder político, de todo signo, suele encontrarse cómodo con estas nuevas formas de corto recorrido, mucho más que con las “viejas asociaciones”, porque siempre fue más conveniente abordar los flecos que la trama compleja, dividir que agrupar contentar en una situación concreta que enfrentar razonamientos y posiciones que tienen su origen en esa raíz fuerte y duradera de las convicciones e ideales compartidos.
Otra de las consecuencias es la ausencia de rubor al valorar que la pertenencia o no a una asociación concreta, entiéndase asociación que no plataforma, tiene que tener un beneficio inmediato y contable. ¿Qué gano yo? ¿Qué me das? Suele ser una pregunta recurrente consecuencia de un discurso dañino que vende una ciudadanía aislada, supuestamente autosuficiente, sin responsabilidad con la sociedad en la que vive y, por supuesto sin ningún apoyo en el grupo social. Es la consecuencia de poner en valor al individuo solo que se fabrica a si misma, tan inexistente como beneficioso para quien, desde el poder, cualquier poder, no quiere ni influencias ni competencias.
La pregunta no debería ser yo qué gano sino qué aporto, como construyo sociedad desde los ideales y valores compartidos y como en ese ganar todos yo también salgo beneficiado. Lo singular es que las asociaciones cuando actúan lo hacen sin preguntar a quien benefician, lo hacen ante situaciones que afectan al plural y no al singular y así, cuando obtienen resultados los disfrutan quienes pertenecen a ellas y quienes no lo hacen, sin que , los llamados “ free riders” con traducción libre “polizones”, se avergüencen de no haber contribuido al esfuerzo ni con un agradecimiento.
Una consecuencia más, la más indeseable, es el insulto descarado entre los que destaca hablar de “clientelismo” cuando se aborda la financiación del entramado asociativo. Una financiación que se debería defender con fuerza basada en el beneficio social y plural para la ciudadanía. La pregunta que me hago cuando se pronuncia esta palabra es ¿es la oposición política menos contundente y eficaz por el hecho de que los presupuestos públicos, gestionados por los gobiernos, paguen a sus cargos y estructuras de partido? No lo es, así que apliquen con inteligencia la misma consideración a las asociaciones, añadiendo que, en la mayoría de los casos, los fondos públicos que les llegan a éstas tienen objetivos, planes, programas y acciones concretas y medibles.
Hemos llegado aquí no por la responsabilidad exclusiva de una parte, o de dos, también las asociaciones tuvieron y tienen su parte y no pequeña. Desde la gestión opaca, el convertirse exclusivamente en palancas para el despegue político, social, económico y de todo tipo de sus dirigentes, el anquilosamiento de sus formas de trabajar y comunicarse con la sociedad sin atender lo que pasaba fuera de sus paredes, o la evolución hacia “empresas de servicios” que solo responden al interés individual, las ha debilitado en su misión de ser medios eficaces de influencia y voz social.
Es urgente que no olvidemos que la esencia del derecho constitucional de asociación es provocar la incomodidad de la sociedad, del poder y de las personas , entendiendo por tal la salida de las zonas de confort, el rechazo al derrotismo y al individualismo y la defensa del ideario compartido como lugar de encuentro y progreso.