Carlos Barrio es historiador

En condiciones normales Núremberg, la segunda ciudad más grande de Baviera, debería haber pasado a la Historia por su pasado medieval, pero dos hechos cruciales del siglo XX mutaron el relato. En 1935 se aprobaron las Leyes de Núremberg, que fueron “el soporte legal para la discriminación y persecución de los judíos”; diez años más tarde dieron comienzo los Juicios de Núremberg: “una serie de trece procesos judiciales contra jerarcas y otros implicados en la maquinaria del nazismo”. Sobre el papel los citados juicios habían cortado de raíz el peligro nazi, pero la Guerra Fría hizo posible una amnistía general y la desnazificación solo se puede considerar un mito. Según Rafael Poch: “el tribunal interaliado de Núremberg, que se proponía llevar a cabo cinco mil juicios, no juzgó más que a 210”. Los exnazis fueron claves a la hora de construir la República Federal Alemana, ocupando altos cargos políticos, policiales y judiciales.

En 1917, los bolcheviques accedieron al poder y el fantasma que recorría Europa se convirtió en un monstruo para las clases más pudientes. El fascismo fue un movimiento contrarrevolucionario encargado de frenar y  liquidar todo lo que podía oler a comunismo. Y esa fragancia fue demasiado amplia. La República Española es uno de los mejores ejemplos; un régimen político reformista fue disuelto por unos militares rebeldes apoyados por potencias totalitarias: Alemania, Italia y Portugal, pero también por la intervención de las democracias. Asimismo, había anticomunismo entre las propias fuerzas republicanas: en marzo de 1939, Segismundo Casado, coronel del Ejército del Centro, encabezó un golpe de Estado desde el propio bando republicano para intentar alcanzar una paz “honrosa” con los sublevados y apartar del poder a Juan Negrín, uno de los políticos más vilipendiados de la Historia de España, al que se le acusaba de estar preso de los estalinistas. Precisamente, el anticomunismo fue la tabla de salvación de Franco, que en 1953 firmó una serie de pactos, tanto económicos como militares, con Estados Unidos. Ese mismo año se signó el Concordato con el Vaticano. La guinda del pastel vino en 1955, con la entrada de España en la ONU: un régimen despiadado y criminal gozaba de potentes apoyos exteriores y se libraba de la quema del supuesto antifascismo surgido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La Península Ibérica estaba bajo el mando de dos dictaduras, ya que la vecina Portugal vio cómo la Primera República era derrocada por un golpe de Estado  en 1926. En 1933 nacía el Estado Novo, que duró hasta 1974. En España, las primeras elecciones se celebraron en 1977, cuando Franco ya llevaba dos años muerto.

En Grecia, los comunistas habían luchado y resistido frente a los nazis, pero su esfuerzo cayó en saco roto ante los miedos de los conservadores helenos y, sobre todo, de la democrática Inglaterra, que envió tropas para hacer caer al gobierno del Frente de Liberación Nacional. En 1946 daba comienzo la guerra civil, un conflicto que se alargó hasta 1949 y que finalizó con una represión tremenda sobre los izquierdistas derrotados y la entrada en la OTAN del país. Unos años más tarde, en 1967, Grecia conoció una dictadura, bautizada como Junta de los Coroneles, que duró hasta 1974 y que tuvo el apoyo norteamericano. Ese periodo tuvo simpatizantes, que posteriormente formaron un partido que con el paso del tiempo se hizo muy popular: Amanecer Dorado.

En Italia, donde los funcionarios y los policías fascistas conservaron sus cargos, no hubo dictadura, pero sí que se puede hablar de una tutela  por parte de los servicios secretos de los Estados Unidos. El país transalpino tenía un poderoso partido comunista, que había colaborado de manera más que activa en la derrota del fascismo. Los Aliados, que habían desembarcado en Sicilia en 1943, fueron conocedores de este detalle y  decidieron  poner alcaldes mafiosos en detrimento de los comunistas. En 1948, las elecciones generales fueron manipuladas en favor de la Democracia Cristiana y a lo largo de la Guerra Fría hubo un personaje realmente destacado. Tan destacado como desconocido: Licio Gelli, fallecido en diciembre de 2015; libre como un pájaro. El País le dedicó un titular que resume muy bien su figura: “Dueño de los secretos más oscuros de Italia”. Gelli es uno de los mejores ejemplos de anticomunismo: “se alistó en las tropas que apoyaron a Franco en la Guerra de España, después vistió el uniforme fascista con Mussolini y, por este orden, coqueteó con partisanos en la posguerra para no ser detenido y tejió relaciones con la Oss para asegurarse el porvenir”.

Licio Gelli refundó la Logia P2 y disfrazado de falso masón trenzó una vasta red con el fin de controlar las instituciones, frenar el auge del PCI y  aplastar la protesta social. Todo esto con el beneplácito de los servicios secreto de Estados Unidos, que también conocieron la organización Ordine Nuovo, “una orden de creyentes y combatientes, impregnados de ideologías neonazis y neopaganas, que abrazaron enseguida la nueva teoría de la guerra no ortodoxa de la OTAN”, en palabras del juez emérito Giuliano Turone. Uno de los soldados de ON se sintió traicionado y abandonó la lucha “porque hubo un momento en que se dio cuenta de que aquel movimiento político, aun considerado revolucionario, era manipulado por los servicios secretos y los poderes ocultos”. Esto quiere decir que Vincenzo Vinciguerra, nombre del soldado, se sintió engañado. En realidad, los estaban utilizando para provocar masacres “posiblemente desde 1969” en palabras del juez instructor de Bolonia en 1984. Matanzas provocadas por la extrema derecha y orquestadas por los servicios secretos derivaron en acusaciones y detenciones masivas de anarquistas y otros izquierdistas. Como ejemplo Piazza Fontana o la masacre de Bolonia. En 1990, el senador Andreotti reconocía la existencia de Gladio, “una estructura armada, compuesta tanto de civiles como de militares, destinada a defender el territorio nacional en el caso de una invasión por parte de un ejército extranjero”. Todas las pistas nos llevan al mismo camino: Gladio, la P2, ON y los servicios secretos manipularon la democracia en Italia durante muchos años. Pero no solo ellos. Giuseppe Carlo Marino narra en su Historia de la Mafia el ascenso de “un acaudalado contable” llamado Daniel Anthony Porco. Según el historiador italiano: “Su entrada en la cúpula americana fue, al comienzo y durante varios años, algo similar a una vigorizante e incruenta inyección de cultura y de inteligencia sicilianas que favoreció una más elevada relación de la mafia internacional con la gran política, uniendo sus intereses a los de la Alianza Atlántica en su batalla anticomunista.

Asimismo, conectaba las dos vertientes, la americana y la europea, en un juicio servicio a las tramas de los servicios secretos y la masonería, que en Italia, zona de frontera de la guerra fría, tenían como casi obligadas referencias a la Democracia Cristiana andreottiana, el Vaticano, la logia P2 de Gelli, la misteriosa organización de Gladio y, no se sabe bien por qué contactos subterráneos, los llamados servicios secretos desviados y los mismos componentes ambiguos y fácilmente infiltrables e instrumentalizables de las organizaciones terroristas de derecha y de izquierda”.

En esta tesitura fue secuestrado y asesinado Aldo Moro, destacado político de la Democracia Cristiana, que intentó una aproximación con un PCI “incapaz de asumir el control de las rebeliones de finales de los sesenta y principios de los setenta, o al menos de explotarlas”, según Perry Anderson. Los comunistas italianos de Berlinguer intentaron separarse de la Unión Soviética en política interior y alcanzar un pacto con Moro, el llamado “compromiso histórico”, que buscaba un acuerdo para frenar una supuesta guerra civil en el país transalpino. Para Anderson, la posibilidad de un conflicto civil era algo sencillamente imposible. Lo que sí provocó el acercamiento entre comunistas y católicos fue una rebelión en la extrema izquierda, que se lanzó a la acción directa. Después de las elecciones de 1976, la Democracia Cristiana recogió el guante lanzado por el PCI y se formaron los denominados “gobiernos de solidaridad”, que provocaron un retroceso de los derechos civiles mediante leyes represivas. Ante esto, las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo Moro. El dirigente italiano lanzó desde su cautiverio, que duró algo más de dos meses, una serie de misivas donde denunció la soledad a la que se enfrentaba y la pasividad de Andreotti ante su secuestro. Según Moro, Andreotti se beneficiaba de su rapto ya que su figura significaba una amenaza a su poder. El PCI, por su parte, denunció las negociaciones que dejarían libre a Moro de manera más impetuosa que la Democracia Cristiana, intentando hacerse pasar como un partido de Estado. La consecuencia de todo esto fue el asesinato de este último. En 1979, El PCI perdió un millón y medio de votos; los comunistas italianos se habían sacrificado, pero también habían dado vida a sus enemigos.

El cadáver de Aldo Moro fue depositado por sus secuestradores en el interior de un vehículo ubicado en la Vía Caetani, entre la sede del PCI y la de la Democracia Cristiana. No hay discusión sobre los autores materiales del asesinato, sin ninguna duda fueron las Brigadas Rojas, un grupúsculo que había surgido en pleno proceso de aproximación entre católicos y comunistas, pero también queda fuera de toda duda que el crimen benefició a mucha gente. Aldo Moro había denunciado la corrupción en el seno de la Iglesia y su partido.

Además, su acercamiento al PCI molestaba a la Unión Soviética, que tenía miedo a que los comunistas italianos se saliesen de su órbita. El papa Pablo VI, amigo personal de Moro que estaba al tanto de la conexión vaticana con la mafia y la P2, intentó que lo liberasen, pero fue inútil. Entre todos lo dejaron y las Brigadas Rojas lo mataron. ¿Estaban infiltradas por los servicios secretos? Eleonora Chiavarelli, viuda del político italiano, afirmó que Kissinger amenazó a Moro diciéndole que pagaría caro una entrada de los comunistas en su gobierno. Según el empresario Giani Agnelli: “¿El asesinato de Aldo Moro? Nada se sabrá mientras los asesinos vivan. ¿Las Brigadas Rojas? Ellos fueron los ejecutores, sí, pero no los verdaderos protagonistas”.

Este breve repaso debe servir para demostrar que el antifascismo liberal surgido de la Segunda Guerra Mundial es una fábula. Cierto que Jean Monnet, uno de los padres fundadores de la Unión Europea “había sobrevivido a dos conflictos europeos devastadores y su objetivo primordial era impedir que surgiera otro”, en palabras de Perry Anderson. Para Rafael Poch “Monnet era un patriota francés y un hombre independiente y abierto, que mantuvo excelentes relaciones con la sindical CGT, completamente desinteresado en la Guerra Fría y en un enfrentamiento con el Este, y que creía en una Europa regenerada”. Esta visión tan idealista y romántica quedó en agua de borrajas por diversos motivos, uno de ellos fue “la voluntad de Estados Unidos de organizar un fuerte bloque europeo occidental para la guerra contra la URSS y su bloque”. La democracia era una entelequia en ese conflicto. Como ya se ha visto hasta los años setenta hubo dictaduras en Grecia, España y Portugal. También hubo más escándalos antidemocráticos como, por ejemplo, el desmembramiento de Chipre. Al frente de la isla se hallaba Makarios, un arzobispo de la Iglesia Ortodoxa Chipriota, que había sido elegido como primer presidente de la República. Perry Anderson dice que para Kissinger, el secretario de Estado que se encargaba de la política exterior norteamericana en 1974, Makarios “era un dirigente que había realizado una visita demasiado prolongada a Moscú en 1971, que había comprado armas a Checoslovaquia y que gobernaba uno de los cuatro países no comunistas que habían hecho negocios con Vietnam del Norte”. Por lo tanto “quería librarse de él”. Los turcos invadieron Chipre y la isla fue partida. Concluye Anderson diciendo que “aunque el papel que desempeñó Estados Unidos en el desmembramiento de Chipre está bien claro, el principal responsable de este acontecimiento fue Gran Bretaña”. Tres países de la OTAN, dos “democracias consolidadas” cometiendo fechorías de marca mayor en un país soberano. La Historia reciente de Europa se escribe con renglones torcidos, la Unión Europea no nació antifascista; nació anticomunista y como peón de Estados Unidos. Se ha ayudado de elementos violentos de extrema derecha, a los que ha utilizado, para que nadie se moviese en la foto, para evitar que la protesta se convirtiese en transformación. Se ha inventado un mito antifascista vinculado a las democracias liberales, pero todo eso cae como un castillo de naipes al investigar un poco.

La reacción ha sido clave en la creación y en el desarrollo de la nueva Europa. Ni siquiera su presencia en los parlamentos es algo nuevo, pero cuando traspasa líneas rojas puede asustar a los grupos de poder. Jean-Marie Le Pen llegó a la segunda vuelta de las elecciones francesas en 2002, donde se enfrentaría a Chirac, superando al socialista Lionel Jospin. Perry Anderson nos cuenta esto: “En todas partes la gente se retorcía las manos de desesperación ante semejante vergüenza nacional. Los medios de comunicación rebosaban de editoriales, artículos, programas, llamamientos que explicaban a los franceses que se enfrentaban a un tremendo peligro y que debían mantenerse unidos como una piña en torno a Chirac para salvar la República. Los jóvenes tomaron la calle, la izquierda oficial cerró filas rápidamente en torno a su presidente, incluso una parte importante de la extrema izquierda decidió que había llegado la hora del no pasarán, y que su obligación era respaldar al candidato de la derecha”. Es decir, a Chirac, que se alzó con la victoria con el ochenta y dos por ciento de los votos.

El nacimiento de la nueva Europa no se puede entender sin las muertes extrañas o la intromisión de los servicios secretos. La Unión Europea no se puede entender sin las amistades peligrosas, sin “nuestros hijos de puta”. Los servicios secretos occidentales han utilizado a la extrema derecha en su propio beneficio y Giorgia Meloni sabe bien esto último. La flamante lideresa italiana era un peligro para la democracia cuando se la relacionaba con Putin, pero la prensa, fundamental al igual que la judicatura para decir qué está bien o qué está mal, la sacó de la lista de enemigos públicos cuando acató los designios de la Unión Europea y la OTAN. Igual tenía miedo a acabar como Moro, Palme o Roberto Calvi. Quién sabe.

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