Álvaro Sánchez García, politólogo miembro de SOCyL

El pasado 28 de diciembre, el Ayuntamiento de León reabrió una herida, que quizá nunca llegó a estar cerrada; la negación autonómica leonesa. Antes incluso de la creación del Estado de las Autonomías en 1983, Castilla y León fue motivo de intensos debates. Debates que, como muestra la moción municipal, 40 años después, todavía no se han cerrado.

El conocido como País Lliones es la historia de encuentros y desencuentros con Castilla. Según quien fuese el regidor en España, sus caminos se juntarían o separarían. El último recuerdo preconstitucional, durante la dictadura franquista, los mapas que se enseñaban en los colegios diferenciaban culturalmente – que no administrativamente – a León de Castilla la Vieja.

En 1983, con la creación del actual Estado de las Autonomías se puso punto y final a esta etapa; León y Castilla formaron juntas, la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Los «leonisistas» se echaron a las calles ante este ultraje, y el 4 de mayo de 1984, consiguieron reunir a cerca de 90.000 personas bajo el lema «León solo». Desde entonces, este movimiento, en un estado latente, cristalizó en dos partidos políticos: la Unión del Pueblo Leonés (UPL) y el Partido Regionalista del País Leonés (PREPAL).

El pasado mes de diciembre, sin embargo, con la ya mencionada moción, este movimiento resucitó. ¿Cuáles son los motivos de fondo de este resurgir? Principalmente son fundamentos de carácter económico. Así, como pudimos ver en las movilizaciones del 16F, la mayoría de los asistentes reclamaban un «futuro digno» para León a la vez que portaban la bandera del País Lliones.

En su origen, las movilizaciones de la década de los 80 eran, netamente, un regionalismo cultural e identitario, donde se arengaba un hecho histórico diferencial. Se exigía, por tanto, el respeto a una región histórica que había coexistido con Castilla. Máxime cuando a Cantabria – que si había pertenecido a Castilla – se le reconoce el derecho a la autonomía.

El regionalismo que ahora parece predominar se acerca más a un regionalismo económico. Una idea auspiciada desde las élites para exonerarse de cualquier responsabilidad en los nefastos resultados económicos – y también demográficos –. Es, en definitiva, un regionalismo utilizado más como un medio que como un fin.

Encontramos, de cara a la opinión pública, dos posibles discursos por parte de leonesistas; el «Valladolid nos roba» o «la identidad de los leoneses ni está ni estará nunca unida a la de Castilla y León» (Eduardo López, portavoz de la UPL en el Ayto. de León). El primero esconde un mensaje pobre y ciertamente egoísta, mientras que, el segundo aguarda un trasfondo razonable y legítimo.

A día de hoy, León sufre los mismos problemas no solo que Zamora y Salamanca, sino también que Soria, Segovia, Ávila, Palencia, Burgos u otras Comunidades Autónomas limítrofes como Asturias o Galicia. La despoblación, falta de industria, disminución de la actividad industrial y carencia de oportunidades laborales son un problema relacionado con el modelo económico y productivo, un problema de la España vaciada o de la España periférica si utilizamos el concepto que Christophe Guilluy utiliza para el caso francés. Ampararse, así, en este tipo de mensajes regionalistas no hacen sino desamparar a la otra parte. Por tanto, el LEXIT (anglicismo a la BREXIT para referirse a la secesión de León) no soluciona, con la situación actual nada, sencillamente tendremos dos Comunidades Autónomas distintas, pero con los mismos problemas.

Twitter: @AlvaroSanchez_1

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