Carolina Bescansa Hernández es profesora de sociología y ciencia política de la Universidad Complutense de Madrid.

Hace casi treinta años, Rafael Sánchez Ferlosio publicó bajo un título parecido uno de sus libros de pecios: un libro importante y profundo en el que nos enseñaba con sinceridad -esa cualidad imprescindible para que se pueda ensanchar el conocimiento- cómo entendía y juzgaba su entorno y el saber sobre él. He tardado menos de treinta perezosos segundos en comprobar en Google el verdadero título del texto (Vendrán más años malos y nos harán más ciegos), pero como me ocurre a menudo, lo memoricé erróneamente la primera vez que lo leí y después, fiel a Piaget, fui siempre incapaz de recordarlo en su formulación original. Con el paso de los años, mi título ha terminado teniendo para mí más sentido y esta semana, atendiendo a lo ocurrido con los gobiernos de Murcia y Madrid he terminado concluyendo que esos tiempos peores que pronosticaba mi Ferlosio han llegado y efectivamente, nos han encontrado más ciegas, más ciegos.

El quilombo desatado en Murcia el pasado miércoles nos ha hecho olvidar de un solo golpe que carecemos de una política de Estado para hacer frente a la mayor emergencia sanitaria que se ha producido en España desde la guerra. Las alas de la mariposa murciana han eclipsado los trombos de astrazeneca, el encarcelamiento de Pablo Hasel, la prohibición -dos días antes- de las manifestaciones del 8M en la Comunidad de Madrid, las vacunas de las Infantas y la citación como testigos de Aznar y Rajoy en el juicio de la segunda etapa de la Gürtel. Como cantaba el salsero Héctor Lavoe, tu amor es un periódico de ayer. Ahora todo lo acaecido en este último mes parece una anécdota insignificante comparado con lo que nos tienen reservado Isabel Díaz Ayuso, Inés Arrimadas, Pablo Casado e Iván Redondo para las próximas semanas (mientras escribo este artículo se suma Pablo Iglesias a la pieza).

Viendo la secuencia murciana, es inevitable rememorar el tamayazo, esa obra cumbre del transfuguismo español. Aunque entonces los protagonistas fueran dos anónimos corruptos del PSOE y Rafael Simancas el candidato burlado, yo sólo puedo recordar la sonrisa vibrante de Esperanza Aguirre avanzando entre una nube de micrófonos en los pasillos de la Asamblea de Madrid. La misma que se podía adivinar bajo la mascarilla quirúrgica del presidente de la región de Murcia, Fernando López Miras. Esperanza era feliz, tan feliz como lo era Fernando el pasado viernes. E imagino que viendo tanta alegría, Ayuso, que llevaba meses sin reírse a conciencia, decidió apretar el botón del asiento eyectable del vicepresidente Aguado y lanzarlo a la atmósfera. Se le puso cara de Simancas. Y entonces, la sonrisa de la presidenta de la Comunidad de Madrid también irradió luz y su felicidad desafiante atravesó las pantallas de los televisores de las casas de toda España. De cómo se ha debido reír ayer mientras tuiteaba “España, me debes una. He sacado a Pablo Iglesias de la Moncloa” ya ni hablamos.

Quizá en 2003 los aznaristas podían decir aquello de España va bien. Aunque ya entonces era una provocación, el crecimiento impulsado por los pelotazos fungía como licencia poética a la chulería castiza del presidente. Pero hoy España ya no es una fiesta de vino y rosas pagada con tarjetas black. Hoy España está enferma y agobiada, empobrecida, endeudada y deprimida tratando de hacer frente a la ansiedad como buenamente puede (véase estudio del CIS ES3312 de Marzo de 2021 sobre la salud mental de la sociedad española). Los tamayazos de hoy entretienen tanto como los de 2003, pero ya no divierten a nadie: sólo nos deprimen. Nos deprimen más de lo que ya estamos. No hay manera de reírse.

Dice Ferlosio que decía Hegel en su Filosofía de la Historia: “Feliz se llama al que se encuentra en armonía consigo mismo. También al contemplar la historia se puede tomar la felicidad como punto de vista; pero la historia no es un suelo en el que crezca la felicidad. Cierto que en la historia universal se da la satisfacción, pero esta no es lo que se llama felicidad. Los fines de importancia para la historia universal requieren voluntad abstracta y energía para ser mantenidos. Los individuos con significado para la historia universal que han perseguido esos fines han encontrado, ciertamente, satisfacción; pero han renunciado a la felicidad.” Y yo me pregunto si habrá hoy en España algún hombre o alguna mujer con significado para la historia universal, como decía Ferlosio que decía Hegel. Y sin disimular la intención retórica de la pregunta, me respondo a mí misma: no, parece que no. Y añado: qué pena tan grande que habiendo un país tan dispuesto a arrimar el hombro para reconstruir su propia historia, no tengamos a nadie dispuesto a dejar de reírse. Aunque sólo sea un rato.

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