Rubén Medina (Xixón, 1962-) es filósofo de formación. Delegado Sindical en el Ayuntamiento de Xixón y responsable de Relaciones Institucionales en CCOO Xixón

«On doit moraliser le capitalisme et pas le détruire (…) il ne faut pas rompre avec le capitalisme, il faut le refonder»
Nicolas Sarkozy, Presidente de la República Francesa, 2008

El aquelarre especulativo que llevó a la crisis financiera del turbocapitalismo en 2008 hizo temblar los pilares del sistema capitalista (recordemos: ante la falta de regulación por parte de los estados, durante muchos años se produjo una sobrevaloración de los activos inmobiliarios que significó la multiplicación exponencial de riesgos sin base alguna en la economía real; en otras palabras, una monumental estafa piramidal, un esquema Ponzi). Hasta tal punto fue así, que responsables políticos como el entonces presidente francés reconocieron públicamente que se necesitaba un golpe de timón: no había que destruir el capitalismo, había que “refundarlo” mediante una “moralización”. No es necesario extenderse mucho en lo que sucedió después: ni se regularon las prácticas especulativas en los mercados, ni se impusieron tasas a las transacciones financieras, ni se persiguió convenientemente a los paraísos fiscales, ni hubo tan siquiera una intención para que los estados interviniesen sectores estratégicos como la energía, los suministros esenciales o la industria; ni refundación, ni mucho menos, “moralización”.

En realidad, sí hubo bastante de esto último, pero sólo para los escogidos por el Poder: las políticas que se ejecutaron después del descalabro ahogaron y metieron en cintura a las clases trabajadoras de todo el mundo; se destinaron miles de millones de dólares y de euros públicos en poner a flote el sistema capitalista mediante un procedimiento de transferencia de rentas y lo llamaron “austeridad” (concepto de indudable contenido moral): los neoliberales pusieron por encima de todo salvar sus privilegios y los dividendos de las empresas que provenían de la globalización de mercados y del traslado de la economía productiva a zonas económicas en las que los trabajadores carecían de derechos. Los publicistas bien pagados a los que encargaron difundir las bondades (otro concepto del mismo tipo) de estas medidas martillearon nuestras conciencias con lemas que culpabilizaban a los inocentes: vivieron ustedes por encima de sus posibilidades, decían con cinismo insuperable. Los efectos de las medidas “austeras” no tardaron en sufrirse: devaluaciones fiscales, precarización de las condiciones de trabajo, limitación de la negociación colectiva, recortes brutales en los servicios públicos de sanidad, educación y bienestar social. Mientras tanto, los beneficios de las grandes empresas se multiplicaron hasta conseguir o superar el nivel anterior a 2008.

Y en esto llegó la pandemia Covid19. En el momento de escribir no podemos precisar con exactitud los efectos que tendrá en un futuro inmediato sobre la actividad económica; sí podemos augurar que millones de puestos de trabajo están en peligro porque el tejido productivo ha sufrido un asalto inesperado y que aquellas personas que se encontraban en el umbral de la pobreza antes del estallido sanitario van a necesitar de las ayudas públicas para sobrevivir. La estructura económica española depende demasiado del sector terciario tanto público como privado (turismo, servicios, transportes, comunicaciones, comercio, financiero, sanidad, educación, administraciones públicas), del cuaternario (servicios de la sociedad de la información) y de la construcción. El sector industrial ha sido desmantelado y deslocalizado a conciencia a través de las sucesivas y mal llamadas “reconversiones” que se iniciaron incluso antes de la incorporación a la Unión Europea en 1986, y, por otra parte, nuestro país sufre una dependencia energética absoluta.

Ante este panorama, el Primero de Mayo de 2020 -tan extraño, con todos en casa, sin poder ocupar masivamente las calles- debe suponer, en primer lugar, el reconocimiento a toda la clase trabajadora que está dando la cara y haciendo lo que se espera de ella -y que tan poco se ha valorado socialmente hasta ahora-: todo el personal de la Sanidad, de la atención a los mayores, de la limpieza, de los supermercados, de la seguridad pública y privada, de los servicios públicos y de la enseñanza que están teletrabajando y respondiendo al sinfín de dudas que a todos nos asaltan a diario. A continuación, debemos entender como clase trabajadora que es imprescindible mantener la unidad de análisis, pensamiento y acción transformadora para los tiempos que están por venir; que las medidas que tomaron las clases dominantes a partir de 2008 no pueden volver a repetirse; que no deben pagar los mismos, los de siempre.

Por eso debemos exigir que se prorroguen hasta que sea necesario los mecanismos de ajuste temporal de empleo diseñados para el período de alarma; se hace imprescindible cubrir las necesidades vitales de las personas sin ningún tipo de prestación (antes del comienzo de la emergencia sanitaria, la tasa de cobertura del desempleo no llegaba al 50%); la incorporación al trabajo debe estar acompañada de unas medidas estrictas y pautadas de seguridad, prevención y protección.

Frente a los cantos de sirena tan distópicos y aparentemente atractivos que nos hablaban del triunfo absoluto e inmediato de la mecanización de las tareas, hemos redescubierto la importancia del mundo de la atención personal. Y aquí nos damos de bruces con la participación casi exclusiva de la mujer trabajadora en muchos de los sectores que han cobrado de repente tanta importancia: sanidad, atención a mayores, limpieza o alimentación.

Todos estos antecedentes hacen que debamos reivindicar un nuevo modelo económico y social cuya prioridad sean los derechos y el bienestar de las personas; en el que el trabajo de los sectores esenciales y los Servicios públicos operen como factor primordial de la cohesión social, con unas condiciones de trabajo dignas y unos salarios suficientes; en el que se vea la relación entre la Humanidad y la Naturaleza en términos conservacionistas y no depredadores; en el que la apelación a una mayor dotación presupuestaria a las políticas de Investigación, Desarrollo e Innovación científicas no sea vista como una extravagancia poco rentable.

¡Viva el Primero de Mayo!

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