María José Capellín es Exdirectora de la Escuela de Trabajo Social

Siempre he tratado de inculcar a mis estudiantes que no hay mayor fracaso que no hacer nada porque no se puede hacer todo. Esta idea me vuelve una y otra vez cuando oigo o leo algunos comentarios o actitudes respecto al Real Decreto-ley 32/2021, de 28 de diciembre, de medidas urgentes para la reforma laboral, la garantía de la estabilidad en el empleo y la transformación del mercado de trabajo, más conocido por la Reforma Laboral

Además del esperpéntico comportamiento de la derecha parlamentaria en la aprobación de dicha Reforma, en el Congreso nos encontramos con la surrealista actitud de diferentes grupos, opinantes, o comentaristas de las redes sobre la misma. No voy a agotar el listado de críticas solo recojo algunas que me han dejado perpleja.

Un conocido actor, implícito portavoz de la izquierda del espectáculo, declaraba en televisión que “no había nada que celebrar, porque la Reforma solo recuperaba derechos”. Confieso que me dejó estupefacta. Derechos que se habían perdido, claro está. Supongo que, según él, tampoco habría que lamentar cuando esto sucede, o quizá es que se siente más puramente de izquierdas en el papel de víctima al que le quitan derechos, o … ¿que hecho concreto habría considerado digno de celebrar? Quedé intrigada.

Otra de las actitudes sorprendentes es la de quienes invalidan la Reforma porque ¡se ha pactado con la patronal! Curioso que muchos de los que hacen esa valoración son entusiastas de la recuperación de la Memoria histórica y desprecian 150 años de historia del movimiento obrero y su actividad sindical que salvo media docena de veces (con resultados catastróficos) ha negociado una y otra vez las condiciones laborales obviamente con los Patronos.

También están quienes querían darse el gustazo de derogar la Ley aprobada por el gobierno del PP con mayoría absoluta, recordemos, y redactar otra nueva, un Decreto Ley. El que su “simple” reforma solamente consiguiera ser aprobada por un fallo de la oposición no parece hacerles mella.

Los partidos de las sedicentes izquierdas nacionalistas no aprobaron la Reforma, porque no se reconocía la prioridad de los convenios de ámbito autonómico y se imponía el marco estatal. Y eso en un mundo globalizado con un capitalismo transnacional hegemónico. Cuando las izquierdas deberían tener como eje de todos su afanes consolidar la Unión Europea, dado que es el único espacio político que en este momento puede garantizar el modelo del Estado de Bienestar y avanzar en la construcción de un modelo de relaciones laborales que abarque todos los países que la componen.

Asombrosa la argumentación de quienes se opusieron porque la mejora no era suficiente. Votando no, sabían que implicaba mantener la norma anterior, objetivo del neoliberalismo, las relaciones laborales se negocian por centro de trabajo y aun mejor por cada trabajador.

La más cínica de las posiciones fue de quienes justificaron el voto en contra de la Reforma porque no salían en la foto. Esto de que los agentes sociales y el gobierno, más precisamente incluso, la Ministra de Trabajo, demostraran que se podían hacer leyes sin su sello y presencia, no lo podían aceptar.

Y la más absurda la del PP, supuesto representante político de las patronales del país que vota contra sus acuerdos, fomenta el transfuguismo, y hace un ridículo que trata de salvar, deslegitimando las instituciones en esa extraña huida hacia Vox que le ocupa.

La Ley tiene, en mi opinión, varias virtudes importantes. En primer lugar, precisamente, el que sea pactada entre Sindicatos, Patronales y Gobierno. Hacia cuarenta años, desde el Acuerdo Nacional para el Empleo, que no sucedía. Parece obvio pensar que un marco de relaciones laborales concreto tiene más posibilidades de cumplirse si ambas partes están de acuerdo. Si no es así, la parte más fuerte, es decir, la patronal impondrá las condiciones.

Siguiendo con la recuperación de la negociación colectiva con convenios marco estatales que dará un respiro a los trabajadores de empresas pequeñas o territorios con escasa fuerza sindical (en este momento casi todos). Aunque todavía prevalezcan los convenios de empresa en múltiples aspectos, aquellos garantizan mejoras en salarios y complementos

Y en último lugar, aunque no lo menos importante, aborda y establece medidas para combatir el principal problema del mercado laboral que es también el principal problema del movimiento obrero organizado hoy, la precariedad de las relaciones laborales que ha dado lugar a la conformación de una nueva clase social “el precariado” sin posibilidad de adquirir conciencia de clase ni capacidad de organizarse. Además de impedir a las personas que lo componen un proyecto de vida decente.

Ni la legislatura ni las reformas se agotan en esta ley, las subidas del Salario Mínimo Interprofesional, la apuesta por una Renta Básica, aunque su puesta en práctica esté lejos de alcanzar sus objetivos, son políticas que permiten avanzar en lo que importa: mejorar la vida de las personas.

Al hilo de estas críticas, en mi opinión, pueriles, sobre la Reforma Laboral se refuerza mi idea del daño que el modelo de libros de autoayuda y el discurso del pensamiento positivo, aquello de si quieres puedes, si lo deseas lo consigues, etc…, ha hecho a la cultura política.

El pensamiento positivo deviene en pensamiento mágico y aplicar la frase del Génesis “y Dios dijo: hágase la luz y la luz se hizo”, olvida de que era Dios y no un mortal cualquiera quién conseguía que el verbo, la palabra, se hiciera carne, es decir realidad, sin más esfuerzo por muy performativo que se considere el asunto.

En la cultura política en la que yo me formo las condiciones objetivas no desaparecen aunque las subjetivas tengan mucha importancia. La correlación de fuerzas es la cuestión fundamental previa a cualquier iniciativa política. Entre otras cosas hay que prever las consecuencias de la acción y el coste de la derrota, que la mayoría de las veces se traduce en desmovilización. Cierto que hay circunstancias, afortunadamente escasas, por ejemplo, la lucha contra una dictadura, en que hay que actuar independientemente de los costes, pero incluso en esas situaciones toda la experiencia histórica avisa contra el voluntarismo. En resumen como dijo Gramsci “actuar con el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia”.

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