Eva Fernández es Vicepresidenta de la Sociedad Cultural Gijonesa

Tal día como ayer hace 100 años moría Rosario de Acuña en nuestra ciudad y dejaba un legado cuyo reconocimiento ha ido creciendo con el paso del tiempo, gracias a quienes han reivindicado su obra y su vida ejemplar, como volvemos a hacer aquí una vez más.

Decía la editora de la última obra suya publicada, a penas en marzo de este mismo año, que esta sorprendente autora quedaba siempre en un segundo plano en los estudios de Filología Hispánica. La universidad ha sido tradicionalmente una institución conservadora de los cánones masculinos y solamente en estas últimas décadas se observan cambios y se cuestiona el olvido de aquellas que tan relevante papel jugaron en demostrar que la mujer es parte imprescindible para construir la sociedad y no sólo la guardiana de las esencias domésticas y la reproducción de la especie.

Al hilo de esa reflexión quería recordar un artículo de Rosario de Acuña titulado “La jarca de la Universidad” que ilustra su personalidad, tanto como comenta con ironía y sarcasmo un episodio descrito en la prensa madrileña. Un grupo de estudiantes universitarios acecha en la salida de la Facultad de Filosofía y Letras a unas compañeras para insultarlas de palabra y obra, hasta que un carretero sale en defensa de las jóvenes y espanta a los estudiantes.

Rosario comprende que la acción no es sólo una broma de mal gusto sino la demostración de que la sociedad masculina no estaba preparada para compartir privilegios, y menos el privilegio máximo, herramienta de emancipación de la persona, como es el conocimiento científico. Dice con ironía “¿A quién se le ocurre ir a estudiar a la universidad? ¡Dios nos libre de las mujeres letradas! ¿A dónde iríamos a parar? ¡Tan bien como vamos en el machito! ¡Pues qué! ¿Es acaso persona una mujer? ¿No andan ya los sabios a vueltas para ver si es posible sustituirlas por engendradoras artificiales?”

La anécdota le sirve a la autora para criticar unas estructuras sociales, que relegaban a las mujeres a tareas alienantes y que las convertían en seres inútiles, cuando no moralmente corruptas, como el caso de muchas mujeres de las clases altas. Sabe y comprende que el conocimiento es poder pero que un porvenir esperanzador sólo está garantizado con el trabajo conjunto y complementario de hombre y mujer, “ pues tan admirablemente puede guisar unas patatas el hombre como la mujer y tan maravillosamente puede hacer una combinación química una mujer como un hombre.”

Andando el tiempo la mujer se incorporó a los estudios universitarios, si bien está costando más que el conocimiento generado por las mujeres tenga el reconocimiento que merece en esos mismos estudios. Sólo en época reciente hemos sabido de la importante contribución de científicas en el desarrollo de las comunicaciones o la inteligencia artificial o la biotecnología;  en los estudios filológicos, como comentaba arriba, aún queda un largo camino por recorrer en el análisis de textos escritos por autoras; igualmente, es ahora cuando se buscan las obras perdidas, a penas registradas en partituras, de compositoras que trabajaron siglos atrás mano a mano con sus compañeros varones.

Rosario de Acuña comprendía, pionera como en tantos aspectos de la vida, la importancia de dominar el saber y contribuir a su desarrollo en paridad con los hombres. ¡Pues cómo no iba a ser fundamental la mirada del 50% de los seres humanos en el progreso de la Humanidad!

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