Héctor Illueca Ballester es Vicepresidente segundo de la Generalitat Valenciana

Poco podía imaginar Esperanza Aguirre cuando, con voluntad a todas luces injuriosa, llamó perroflautas a los indignados que en mayo de 2011 se concentraban en la Puerta del Sol de Madrid y en otras muchas plazas y calles de nuestra geografía, que con este pretendido insulto daba pie a la autodesignación de un movimiento llamado a hacer historia: el de los yayoflautas.

Porque ellos desde el primer momento lo tuvieron claro. Cuando la calle se convirtió en el principal actor político del país, en aquellas semanas y meses que estremecieron al sistema, los grupos, cada vez más nutridos, de personas mayores que se agrupaban bajo pancartas donde, con eslóganes imaginativos, se reivindicaba el papel del Estado como garante del bienestar de sus ciudadanos, se identificaron con aquel momento de formidable impulso democrático. Si los miles y miles de jóvenes españoles que por doquier pedían una democracia real, el fin de la corrupción o que la crisis la pagasen quienes la habían provocado con su avaricia eran perroflautas para el sistema, ellos iban a ser, orgullosamente, los yayoflautas.

Por tanto, el movimiento de los yayoflautas no puede ser entendido al margen del fenómeno del 15-M. Del mismo modo que el movimiento del 15-M no puede comprenderse en su plenitud sin considerar el papel de los yayos en su seno, que fue creciendo y que cristalizó, en los años posteriores, en un movimiento organizado en defensa de las pensiones públicas con una influencia decisiva sobre las políticas en la materia, que se ha ganado, por derecho propio, la interlocución con el gobierno. En este sentido, cabe afirmar que los yayoflautas –en un buen porcentaje luchadores curtidos en cien batallas, bajo el franquismo o con la democracia– actuaron, dentro del 15-M, como nexo intergeneracional, como ancla que amarraba el empuje renovador de un pueblo puesto en pie a su propia historia.

Estas modestas líneas, escritas por alguien que se considera un buen conocedor, pero, sobre todo, un amigo del colectivo yayoflauta, no buscan tanto reconocer su labor –que también– como llamar a una movilización renovada y espantar el desánimo que es, en estos tiempos, el principal aliado de la reacción.

Basta con echar una ojeada al pasado reciente para que el observador atento capte de inmediato la importancia del movimiento yayoflauta y de sus derivaciones, una importancia que ha ido in crescendo a la par que aumentaba la gravedad de las amenazas sobre el sistema público de pensiones. Hace décadas que el capital tiene puestos los ojos en un negocio, el de las pensiones privadas, que promete pingües beneficios, aunque para ello es un requisito previo desmontar el sólido edificio de protección que nuestra sociedad armó en torno a la solidaridad intergeneracional por medio de las jubilaciones públicas. Y siempre que llega un momento de crisis –del sistema capitalista, que no de las pensiones– vuelven a sonar los tambores de la insostenibilidad y de la necesidad de cambios en el sistema. Lo vimos con las reformas de Zapatero en 2011 –congelación de las cuantías, aumento de la edad de jubilación hasta los 67 años– y de Rajoy en 2013 –desvinculación del IPC, factor de sostenibilidad– que, en su conjunto, suponen un intento en toda regla de desmantelar el mecanismo solidario de las pensiones públicas. 

Y si este intento fracasó –en parte–, fue gracias al formidable movimiento de oposición articulado en torno a las manifestaciones en la calle de los pensionistas, que alcanzó su máximo vigor en el año 2018, con impresionantes demostraciones de fuerza a lo largo y ancho de la geografía ibérica. Con ellas, el movimiento de los jubilados en España probó que era la más potente de las consecuencias directas del 15-M.

Los éxitos conseguidos han sido importantes, con la paralización de algunas de las medidas más lesivas para el sistema público de pensiones, como el factor de sostenibilidad, y la recuperación de derechos perdidos, como la actualización por ley con el IPC de la cuantía de las jubilaciones. No son todos los que nos habrían gustado, pero son logros que se deben, sin ninguna duda, a la lucha de los pensionistas y no a ningún partido político. Que ponen de relieve, con rotundidad, que el espíritu de los yayoflautas debe seguir siendo uno de los principales inspiradores de las luchas populares en nuestra patria, que este espíritu debe seguir proyectándose hacia el futuro y seguir mostrando caminos de rebelión democrática a las generaciones más jóvenes.

Sobran las razones para afirmar esto. Sin duda, porque su papel en la defensa del sistema público de pensiones es insustituible como interlocutor ciudadano de primer orden. El futuro de este sistema público sigue siendo incierto –el ministro del ramo no es, precisamente, un ferviente defensor del modelo– y los nubarrones de la privatización quizás hayan retrocedido un tanto, pero siguen visibles en el horizonte. Pero yo voy más allá, y anhelo y reclamo un papel activo de los yayos más allá de la lucha por las pensiones dignas, extendido a otras regiones de la res publica.

Se avecinan, me temo, tiempos difíciles, en los que la calle puede volver a ser relevante como actor político de primer orden, en los que será preciso hablar de la necesidad de una revolución democrática y de una alianza entre generaciones. La crisis climática, la guerra en Europa, sus consecuencias para la economía y los servicios públicos, la importancia del pacifismo –nuestros mayores saben mejor que nadie lo que significa una guerra– son cuestiones en las que los yayoflautas pueden y deben aportar su punto de vista, que es el de la gente sencilla y humilde de nuestro país.

Queridos yayos, sé que os habéis ganado un merecido descanso, tras una vida de trabajo y lucha en la que no habéis esquivado ningún combate que tuviese causa justa. Pero no sé si es posible, porque el mundo que se nos viene encima es un mundo sin piedad. El ser humano es capaz de las formas más hermosas de solidaridad y de las más oprobiosas manifestaciones de esclavitud. Ahora necesitamos más que nunca, como faros que nos guíen, vuestra mirada lúcida y serena y vuestra inquebrantable capacidad de unidad y resistencia.

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