Carlos Barrio es Historiador

Lo primero son las víctimas, el estrepitoso choque de un barco contra un puente de Baltimore dejó un reguero de trabajadores fallecidos. Eran mexicanos o salvadoreños que circulaban sobre el edificio cuando este cayó abajo.

Muchos hemos conocido Baltimore gracias a David Simon, Ed Burns, George Pelecanos, Richard Price o Dennis Lehane. Es el universo The Wire, la maravillosa serie donde se entremezclan policías, políticos, traficantes o sindicalistas. La segunda temporada de la serie va dedicada casi de manera exclusiva a estos últimos, a la batalla por la supervivencia del trabajo en el muelle. Para esto hacen negocios sucios con gente muy peligrosa, con griegos que ni siquiera son helenos. El reciente accidente de Baltimore ha devuelto a Frank Sobotka al primer plano. El sindicalista polaco con el corazón partido en el mundo del capital y el trabajo.

Cuando se destapó la corrupción del legendario sindicalista minero José Ángel Fernández Villa muchos también se acordaron de Sobotka. El puerto de Baltimore era una especie de cuencas mineras, con trabajadores sindicalizados y aficionados al bar. Hombres duros ante un futuro incierto. Pero había muchas diferencias entre el sindicalista polaco y el sindicalista asturiano.  Villa tuvo mucho poder desde su ascenso a lo más alto del SOMA, el histórico sindicato minero fundado en Vegaotos por Manuel Llaneza en 1910. Y no era para menos, buena parte de la historia del movimiento obrero asturiano va asociada al SOMA, a la UGT y al PSOE. El triunvirato socialista estuvo presente en las protestas que inundaron el corazón minero de Asturias en la primera mitad del siglo XX. Hay varias, pero se pueden destacar dos: la huelga de 1917, donde Llaneza se percató de que los militares que sofocaban la protesta de agosto tenían la misma simpatía por los obreros que por los rifeños que combatían en Marruecos, y la Revolución  de 1934, con Llaneza ya fallecido, pero que dejó otros grandes nombres socialistas, como Ramón González Peña.

Esa historia y esas figuras son necesarias para comprender la importancia reciente del SOMA. Manuel Llaneza observa a la gente desde la principal arteria de Mieres, pero también desde la Casa del Pueblo. Su figura es recordada cada enero en el cementerio de La Belonga, donde se dan cita altos cargos políticos y sindicales. Llaneza es un sinónimo de honradez y resistencia al que se le perdona, a través del olvido intencionado, sus negociaciones con toda una dictadura, la de Miguel Primo de Rivera. El militar utilizó guante de seda con buena parte del socialismo español mientras aplicaba puño de hierro con anarquistas o comunistas, pero ya se sabe que esto son cosas de un pasado muy lejano. El PSOE, la UGT y el SOMA estuvieron de capa caída durante el régimen de Franco y fueron los comunistas los verdaderos opositores al sangriento y corrupto dictador, pero la leyenda y su peso histórico los trajeron de vuelta en los años setenta. También los intereses de la socialdemocracia europea y de algún que otro alto cargo franquista.

Volvamos a Villa. En 1979 accedió a la secretaría general del SOMA, puesto que ocupó hasta su abrupta caída en 2014. Desde allí lideró el sindicalismo minero socialista en una de las etapas más difíciles de la minería, pero también la Federación Socialista Asturiana. Puso alcaldes y presidentes; concejales y directores de la extinta Caja de Ahorros de Asturias. Villa era una especie de señor feudal, que decidía quién era liberado a través del sindicato en un trabajo tan duro como la minería a través de la denominada chequera. El “Tigre” estaba al frente de las protestas, negociaba con ministros y presidentes del Gobierno y abría el curso político del PSOE nacional en la fiesta de Rodiezmo. Villa era un referente moral, un sindicalista de barra, de chigre, de negociación y me cago en Dios. Era venerado en el socialismo, pero también por sus supuestos rivales. Gabino de Lorenzo lo defendió públicamente, pero también desde la izquierda a la izquierda del PSOE hubo voces que se referían a él como un líder carismático que seguía las reglas de la socialdemocracia clásica y ponía al sindicato por encima del partido. Siguiendo esta tesis, el PSOE asturiano sería una excepción en Europa.  Por supuesto, hubo voces discordantes: Antón Saavedra dedicó media vida a denunciar las corruptelas del sindicalismo minero, Gómez Fouz publicó en Clandestinos que Villa había sido chivato de la temible Político-Social. Pero nada hacía mella en el dirigente socialista. Hasta que llegó la llamada Ley Montoro y se demostró que Villa había robado mucho dinero. A partir de ese momento llegó la defenestración, pero también la desmemoria interesada. La amnesia hace que se olviden las negociaciones de Llaneza con Primo de Rivera; la enfermedad de Villa hace posible que no sea juzgado y esto hace respirar a mucha gente, que también aplica una amnesia colectiva: nadie sabía ni sospechaba nada a pesar de que a Villa le debían favores en las empresas, en la política, en los sindicatos, en la mina, en la Universidad…Era corrupción, pero también un mito de la Asturies legendaria y obrerista, los cojones y dinamita. De la hombría para cortar carreteras y pegarse con la policía, de negociar duro para el beneficio de una comunidad que conoció sus pecados y se los perdonó hasta que estallaron públicamente. Así de simple y triste. Villa ha pasado a la historia y ahora toca construir otro mito. El SOMA ya trabaja en ello, que se tenga en cuenta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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