Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado. Técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido comunista a mano para nada, por lo tanto un Ronin o un Samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin”.

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de China. Para unos es sinónimo de «totalitarismo», para otros es una alternativa mejor (o menos mala) a la hegemonía imperial estadounidense; para unos es el causante por activa o por pasiva de la pandemia mundial del Covid (y del cambio climático, y de la pérdida de empleos y derechos en Occidente por las deslocalizaciones, etc…), para otros esta demostrando su superioridad frente a todos los demás (en especial sobre Occidente) en controlar la pandemia y sus efectos, como demostró su superioridad en la crisis de 2008.

Hay dos idealizaciones posibles hacia China. Una la ve como una continuación de la URSS, de la cual recoge la antorcha, y a través de una NEP multiplicada por mil y dirigida por una «Dictadura del Proletariado» encarnada en el Partido, abre el camino hacia el socialismo en China y a partir de China en todo el globo. Otra ve a China como un capitalismo que sintetiza lo peor del comunismo estalinista soviético y lo peor del capitalismo neoliberal anglosajón, que a través de una explotación y dominación brutal sobre su clase trabajadora intenta hacer valer su imperialismo capitalista frente a otros imperialismo capitalistas (USA).

En este artículo voy a intentar huir de ambas idealizaciones para, como diría Maquiavelo, ver: “la verità effettuale della cosa”, de cara a poder explicar qué es, de dónde viene, y a dónde puede ir el Dragón Rojo.

En el principio fue Singapur

«Si los chinos de Singapur, que eran descendientes de coolies con poca educación, pudieron hacerlo bien, cuánto mejor podría hacerlo la China continental si se adoptaran las políticas adecuadas» Lee Kuan Yew

«Cruzar el río tanteando las piedras» Deng Xiaoping

El gran economista surcoreano Ha-Joon Chang suele comentar con asiduidad sobre lo que él define como «el problema de Singapur» o «la vida más extraña que la ficción». Con esto nos quiere mostrar el caso de la ciudad-isla-estado y cómo ha hecho para, tras ser expulsada de la federación malaya en los sesenta siendo un mísero barrizal, convertirse en un nodo clave de la economía capitalista internacional. Y lo ha hecho a través de un régimen político autoritario, comandado por un partido formado por tecnócratas eficaces, muy formados, bien pagados y sujetos a medidas muy duras si caen en prácticas corruptas. Unos dirigentes que se han guiado en su política económica por una aproximación realista, pragmática, pluralista y sintética a diferentes escuelas/teorías económicas (clásica, marxista, desarrollista, schumpeteriana…) que da lugar a un híbrido que los «liberales» solo ven con un ojo abierto (el que les conviene) y los «socialistas» o «intervencionistas» igual. Pero lo que vio Deng Xiaoping en su visita a Singapur en noviembre de 1978 fue toda la realidad con los dos ojos bien abiertos, una realidad construida por una población y unos dirigentes cuya mayoría eran de origen chino. Esa realidad (junto a otras realidades asiáticas como la de Japón y los otros «Tigres»: Corea del Sur y los también chinos Taiwán y Hong-Kong) llevaron a este miembro del ala derecha del Partido Comunista Chino, represaliado en la «Revolución Cultural», a dar el «giro de timón» y emprender «las cuatro modernizaciones» y «la reforma y la apertura».

Mao y Stalin

Deng y todo el nuevo grupo dirigente comenzaron una «revolución pasiva», que diría Gramsci, para no hacer una «revolución contra El Capital»; es decir, contra el libro de Marx, que era lo que había sido la revolución rusa del 17, según Gramsci, y que también fue la revolución china. Para hacer una revolución con El Capital en la mano (y con los dos ojos abiertos mirando a Singapur) se inició de manera gradual y experimental una acumulación originaria (y por lo tanto por «desposesión») de capital que puso las bases de una reproducción ampliada de capital; es decir, un crecimiento sostenido de la producción de valor de cambio, mercancías (bienes o servicios), a través de una gradual implementación de un modo de producción capitalista (D-M-D’) y un modo de producción mercantil (D-M-D), con el consiguiente desarrollo de las fuerzas productivas.

China se convirtió en «la fábrica del mundo» gracias a acciones como la creación de «Zonas económicas especiales» (de donde surge la hoy megalópolis y Sillicon Vallley chino, Shenzen); la privatización de las comunas campesinas y el paso al usufructo individual de la tierra (que sigue siendo propiedad del Estado) al campesinado; la creación de empresas colectivas rurales para la industria de la exportación; la apertura a la inversión y tecnología occidental (USA vio la apertura y desarrollo de China como un golpe al enemigo común de ambos, la URSS), así como la entrada de la inversión por parte de la diáspora empresarial china del sudeste asiático, todo esto junto a empresas estatales chinas; y la apertura de negocios privados por parte de la propia población china. Todo esto trajo un crecimiento brutal de la economía china mientras el Bloque/Imperio soviético caía por sus contradicciones internas y la competencia y presión externa del Bloque/Imperio estadounidense, mucho más potente.

Durante los noventa y tras Deng, el crecimiento siguió con una política privatizadora de lo pequeño y no rentable, manteniendo lo grande y estratégico en manos del Estado. La mano visible del Estado tenía además guante de hierro (como demostró a finales de los ochenta en Tiannamen) y era ejercida a través del Partido y sus cuadros y dirigentes.

Meritocracia roja o entre Marx y Confucio

«Otro aspecto importante de la reforma es redistribuir los fondos asignados a ciencia y educación. Dado que la ciencia y la tecnología constituyen una fuerza productiva primaria, y ya que los intelectuales, a quienes durante la «revolución cultural» se les denominó la «novena categoría», son parte de la clase trabajadora, deberíamos elevarles a la primera posición» Deng Xiaoping

«Luego, ¿qué camino ha de tomar China? Generalmente, los antiguos comunistas emergen como los administradores más eficientes del capitalismo porque su histórica enemistad hacia la burguesía como clase encaja perfectamente con la tendencia del capitalismo actual de convertirse en un capitalismo gerencial sin una burguesía—en ambos casos, tal como Stalin lo dijo hace mucho, “los cuadros deciden todo”.» Slavoj Zizek

«El estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del mismo grupo; pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías «nacionales». El grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como una formación y una superación continua de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley), entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados; equilibrios en donde los intereses del grupo dominante prevalecen, pero hasta cierto punto, o sea, hasta el punto en que chocan con el mezquino interés económico-corporativo.» Antonio Gramsci

El departamento de organización del Partido Comunista Chino es considerado por algunos como el departamento de «recursos humanos» más poderoso del mundo. ¿Y esto por qué? Este departamento es el que controla el acceso y el ascenso a las diferentes funciones del Estado y de las empresas públicas, de los funcionarios con cualificación profesional y directiva, controlando tanto sus méritos como su adecuación y eficiencia a la hora de gestionar y llevar a cabo los planes y programas quinquenales desde el Estado central hasta el último municipio. Además, tiene la capacidad de sancionar a aquellos que no cumplan las metas, como perseguir la corrupción. De hecho, desde la llegada de Xi Jinping las campañas masivas anticorrupción han sido demoledoras, sin duda con motivaciones frente a enemigos políticos, pero también para poner freno a una gangrena que ha ido creciendo en los últimos cuarenta años. Es evidente que las redes de «capital social» (los contactos) y de «capital político» (la fuerza mayor de tal o cual corriente o tendencia) cuentan, pero hasta un «Príncipe rojo» (descendientes de dirigentes que vienen de la época de la guerrilla de Mao) como el mismo Xi Jinping tuvo que gestionar varias administraciones y demostrar valía hasta llegar donde ha llegado.

Los méritos y la educación son fundamentales en China. El propio Partido tiene un crecimiento exponencial en su militancia (una militancia de 80 millones) de la clase profesional y directiva asalariada. De hecho, la universidad es una gran fuente de reclutamiento para el Partido, que en cualquier caso, y a través de su organización juvenil, va reclutando a las y los que consideran mejores desde pequeños en la escuela. Las y los que consiguen llegar a la universidad (tras la dura prueba del Gaokao) acabarán afiliándose al Partido durante o después de estudiar sus carreras y tras diferentes pruebas para su aceptación. Entrar en el Partido ES clave para el futuro laboral de estos licenciados. Si sumamos esta dura y meritocrática educación (desde el jardín de infancia hasta la universidad) al gran crecimiento económico que ha sacado a millones de la pobreza, tenemos el resultado de una relativamente fuerte movilidad social que hace que en China se lleve a cabo en mayor medida que en Occidente o en la misma USA el mito del «self made man»; es decir, que viniendo de muy abajo acabes muy arriba. Nada de esto implica que no haya una sólida estructura de clases, conformada por:

– Bloque en el poder. Como clase dominante y dirigente tenemos a la clase profesional y directiva asalariada, dentro de la cual la hegemonía corresponde a las fracciones científico-ingenieriles y de administración-organización (directivos, militares, economistas…) frente a la social-cultural (médicos, profesores, periodistas, artistas…); los socios subordinados son por un lado una clase capitalista patria, innovadora, productiva, de las grandes empresas privadas, y, por otro lado, la clase obrera urbana de las grandes empresas estatales, tanto del Estado central como de provincias y municipios. Estas clases que forman el Boque en el Poder están encuadradas dentro del Partido y de organizaciones satélites (el sindicato único, organizaciones patronales, Think-Tanks, los partidos legales y sumisos al Comunista…) en donde forman un compromiso en un equilibrio no exento de conflictos entre diferentes corrientes y tendencias.

– Clases subordinadas. Las PYMES y autónomos del sector urbano son junto a la aún muy numerosa población campesina y los trabajadores inmigrantes del campo a las ciudades (en situación alegal en las mismas por el sistema Hukou) los que forman estas clases subordinadas. La burguesía media y pequeña de las PYMES y la vieja pequeña burguesía o autónomos urbanos ocupan una posición intermedia en la estructura de clases, mientras que las posiciones más bajas son para los autónomos del campo (los campesinos) y, sobre todo, para los trabajadores migrantes del campo a la ciudad.

Volviendo al Bloque en el Poder, decía que están encuadrados en su gran mayoría en el Partido y organizaciones afines. Un Partido y organizaciones afines cimentados ideológicamente (a través de escuelas de cuadros, Think-Tanks, medios, sistema educativo…) en dos patas: una es un marxismo no retórico sino real, pero de un tipo especial: un marxismo cientificista, tecnodeterminista; es decir, un marxismo que se considera la premisa para la producción de verdades en las «ciencias sociales» que, precisamente por eso, pueden ser ciencias: por el descubrimiento de «leyes» en la historia para cada modo de producción, que marcan su nacimiento, auge y caída, así como su sustitución por otro en una línea ascendente y progresiva cuyo motor (y esto es clave) no es la lucha de clases sino el desarrollo de las fuerzas productivas; la otra pata está enraizada en la trayectoria y tradición histórica de China. Se trata del confucianismo, una tradición prácticamente atea y muy poco metafísica construida sobre el supuesto de la inmanencia social, que ve en el Estado una continuación de la familia como el bien supremo. Las obras de Confucio indagan en conceptos como la supremacía de lo colectivo por encima de lo individual, el enaltecimiento del orden y la jerarquía, la devoción por el trabajo y la producción.

Como podemos ver, se trata de un cemento ideológico (la síntesis entre ese marxismo cientificista, tecnocrático, de «derechas», de Estado e inequívocamente chino con la tradición confuciana) que viene como un anillo al dedo a un Partido que se puede ver como un mandarinato meritocrático colectivo; no en vano, en China se inventó hace siglos lo más parecido a las burocracias modernas y el acceso a las mismas por exámenes. En vez del «Príncipe moderno» de Gramsci, un «Emperador moderno» (o incluso el «Rey filosofo», de la «Republica» de Platón, pero de carácter colectivo). Un Partido formado cada vez más y dirigido por nuevos mandarines procedentes de esa clase profesional y directiva asalariada, una clase dominante y dirigente que sabe bien que el pueblo chino no es ese pueblo sumiso que muchas veces se pinta (ahí están las protestas de diverso tipo, incluyendo huelgas, por no hablar de las tremendas rebeliones campesinas que jalonan la historia de China que, en buena medida, se condensan en la revolución comunista china del siglo XX). Se trata de un pueblo que da legitimidad al Partido (y a esta clase dominante de nuevos mandarines) por su legitimidad de origen (la revolución) y, sobre todo, por su legitimidad de ejercicio; es decir, por seguir dando resultados económicos y sociales a una gran parte de la población, además de poner a China como potencia mundial. Sin embargo, esa estructura de clases se encuentra conjugada con una particular y exitosa estructura económica implementada en los últimos cuarenta años.

Capitalismo de estado del Partido Comunista Chino

«El Capital, donde se expone la teoría abstracta del modo de producción capitalista, no abordó el análisis de las formaciones sociales concretas que generalmente conllevan varios modos de producción diferentes, cuyas leyes de coexistencia y jerarquía deben, entonces, ser estudiadas» Étienne Balibar

«Es preciso analizar las relaciones sincrónicas, además de las diacrónicas, entre los distintos modos de producción. Es cierto que la relación entre los modos de producción tiene su historia. Más aún, esta historia es bastante más compleja, rica y zigzagueante que la pretendida sucesión de fechas ilustres en la que se supone que una nueva época reemplazó a la vieja» Mariano Fernández Enguita

«La teoría general del Materialismo Histórico exige solo que haya una sucesión de modos de producción, no necesariamente de cualquier modo en particular, y quizá no en un orden predeterminado en particular» Eric Hobsbawm

¿Cuál es la estructura económica formada por diferentes modos de producción cuya coexistencia jerárquica ha dado una potencia para el desarrollo de las fuerzas productivas en China durante los últimos cuarenta años, primero convirtiéndola en «la fábrica del mundo» con una estrategia competitiva exportadora con bajos costes laborales y, después (los últimos veinte años), con un potente desarrollo de las nuevas fuerzas productivas con una estrategia competitiva de mayor consumo interno y mayor valor añadido? Veamos:

– Modo de producción estatista. Este es el modo de producción dominante en China, el legado de su pasado maoísta fruto de la revolución, un legado, eso sí, que ya no le conoce ni la madre que la parió, que diría aquel. Es decir, la importante cantidad de empresas públicas en sectores estratégicos (en las «alturas de la economía») ya sean del Estado central, provincias y municipios, son en una gran parte muy productivas y competitivas, producen para el mercado, con valor de cambio y ánimo de beneficio, y no solo para el mercado chino sino para el mercado mundial. Una buena parte de ellas son empresas transnacionales. Hay conglomerados que pertenecen a universidades, otros a Holdings propiedad de provincias o municipios (empresas como Hisense o SAIC), otras a la Academia de Ciencias, su CSIC (como Lenovo), etc., pero hay dos holdings propiedad del Consejo de Estado (su Consejo de ministros, el Ejecutivo) en las que me voy a centrar.

Uno es Central Huijin Investment, propietaria de los mayores bancos del país (que se encuentran entre los diez más grandes mundo). Se trata de bancos cuya función es canalizar el gran ahorro que hay en China para dar créditos con visión de largo plazo a empresas estatales y privadas de cara a que lo utilicen en inversiones productivas determinadas. El otro es SASAC, una versión gigantesca de nuestro SEPI (se le considera el tenedor de acciones más grande del mundo), que agrupa (tras diferentes procesos de fusiones) a menos de cien grandes empresas en sectores estratégicos (telecomunicaciones, industrias de todo tipo, transporte, constructoras, energía, etc.), todas ellas muy productivas, con beneficios, transnacionales, que ocupan una parte grande de ese total de empresas chinas que, por segundo año consecutivo, han superado a las empresas estadounidense en la lista Fortune 500. Todo esto por no hablar de su potente capitalización bursátil.

– Modo de producción capitalista. Este modo de producción tiene una importancia muy grande, tanto en términos cuantitativos, ya que ocupa la mayor parte de la tarta de la producción y el empleo en China, como en términos cualitativos ya que su lógica (D-M-D’) impregna al dominante modo de producción estatista, pero se encuentra articulado de manera subordinada a éste ya que, por un lado, se encuentra bajo las directrices del Estado a través de los planes quinquenales u otros (como Belt and Road, Made in China 2025, etc.), a los créditos de los bancos estatales o a la normativa fiscal direccionados para que inviertan en direcciones determinadas. Por el otro, porque las grandes fortunas capitalistas, burguesas (no pocas venidas de muy abajo y no solo fruto de contactos políticos) no tienen capacidad de organización y autonomía frente a la clase dominante profesional y directiva encuadrada en el Partido que fija las metas políticas de toda la producción nacional. En cualquier caso, se ha dado lugar a grandes empresas privadas chinas transnacionales, competitivas, innovadoras en diferentes sectores (Xiaomi, Huawei, Alibaba, Geely,…), por no hablar del vibrante sector de las PYMES.

– Modo de producción mercantil simple. En esta pirámide, la base subordinada a los otros dos modos de producción la ocupa la pequeña producción de la vieja pequeña burguesía, los autónomos o pequeños patronos con pocos empleados y las microempresas. En las ciudades pueblan sus calles, y entre otros ejemplos tenemos a las típicas tiendas y restaurantes que caracterizan a la inmigración china por el mundo. En el campo, los aún muy numerosos campesinos que trabajan en usufructo sus pequeñas porciones de tierra propiedad en última instancia del Estado. Esta es una clase y un modo de producción exento de impuestos, regada con créditos y con grandes diferencias entre unos ingresos modestos de un campesino en una provincia poco desarrollada o una familia dueña de una buena tienda de zapatos en Shangai.

No podemos acabar con la estructura económica china si no decimos algo de su particular estado del bienestar, que adquiere su forma actual en los últimos veinte años y que forma parte del dominante modo de producción estatista, en este caso produciendo una particular mercancía: la más educada y sana fuerza de trabajo en consonancia con las metas del desarrollo del país. Un estado del bienestar que se puede definir pues del tipo «Productivist Welfare State», como los demás estados del bienestar del sudeste asiático; que ha crecido y se ha universalizado a través de una educación pública y unos diversos seguros sociales públicos para diferentes colectivos de cara a una sanidad pública, pensiones, desempleo, etc.; y que refuerza la estructura de clases existente y el desarrollo de las fuerzas productivas.

Y con esta estructura económica, China se ve con la base material, la potencia, para mirar al mundo y hacerlo suyo.

A la conquista del mundo o el Imperio del medio

«Las exposiciones clásicas de materialismo histórico han presentado el proceso de transición de una forma social a otra como generado de manera endógena. Pero los marxistas no han sido conscientes de los factores de la difusión del conocimiento tanto técnico como científico, por una parte, y de las instituciones políticas y estructuras sociales por otra. En efecto, gran parte del énfasis del marxismo del siglo XX ha sido sobre esa difusión, ya en la forma del imperialismo y la colonización, ya en la de la «asimilación estructural» de diversos países al modelo soviético como resultado de la dominación político-militar por parte de la URSS o como emulación del modelo por medio de las élites modernizadoras en el «Tercer Mundo». También estaban los factores exógenos en las mentes de aquellos marxistas que veían que la lucha entre sistemas sociales rivales adquiría la misma importancia que (o incluso mayor importancia que) la lucha entre burguesía y proletariado (…) En la historia emergerá un patrón, al tiempo que las estructuras que conducen al desarrollo de las fuerzas productivas se difunden en un punto concreto de su desarrollo. Huelga decir que las culturas para las que un tipo de estructura es especialmente exitosa no se verán arrojadas a la crisis y evitarán el cambio estructural. En el entorno, sin embargo, puede haber sociedades que son incapaces de generar el mismo éxito a partir de ese tipo de estructura. Tales estados pueden a veces seleccionar una estructura mejor (desde el punto de vista del desarrollo) que la que posee la cultura dominante, y, dando un salto cuántico en el desarrollo productivo, pueden en sí mismas convertirse en la fuerza dominante global o regional. La nueva estructura se dufundirá a su vez por emulación o conquista.» Cristopher Bertram

«La dialéctica de clases, como motor de la historia, en el materialismo histórico, resultará de ese modo, en el materialismo filosofico, reincorprada a la dialectica de los estados, y especialmente de los estados imperialistas. Y solo a través de esta dialéctica la lucha de clases alcanzará su significado histórico y no meramente sociológico» Gustavo Bueno

«China goes global» fue la decisión de la clase dirigente china en el año 2000, es decir la conversión en potentes transnacionales de una buena parte de las grandes empresas estatales y privadas chinas. China ya no será a partir de ese momento solo un destino de inversión extranjera para producir gran parte de las mercancías que pululan por el mundo, ni tampoco solo un gran mercado de consumidores para esa misma inversión extranjera; también será y es un potente inversor en muchos países del resto del mundo.

Pero la vuelta de tuerca ha venido con Xi Jinping, en lo que algunos ven como algo que se venía planificando desde Deng, que había marcado una política exterior de bajo perfil, pero solo hasta que hubiera llegado el momento, con la fuerza acumulada suficiente, de cara a hacer valer el peso de China en el mundo. Y ese momento lo encarna Xi: «La nueva ruta de la seda» (un Plan Marshall multiplicada por mil o más, que va desde China a Europa pasando por toda Asia, industrializando, con fábricas e infraestructuras de todo tipo); la potenciación de su relación con un enemigo íntimo como Rusia, pero al que le une enemigos comunes; los BRICS; el mayor peso en Hispano/Iberoamérica; las inversiones productivas masivas en África, que pueden de una vez industrializar el continente; trabajar dentro del FMI, BM, OMC y la ONU, pero para llevarlos a su terreno mientras, a la vez, se construyen otras instituciones multilaterales a su medida. Es evidente que USA no puede ya ver a la China que potenció en su momento frente a la URSS, y como destino de la producción de sus transnacionales (y del resto de países occidentales) para el aumento de beneficios de las mismas, más que como lo que es: el único rival y la única alternativa real al orden mundial que dominan los estadounidenses.

¿Pero qué clase de orden mundial sería uno hegemonizado por el emergente Imperio chino? Zhongguo es un término que aparece por vez primera vez escrito en El Clásico de la Historia, una recopilación de documentos y discursos supuestamente escritos por mandatarios y funcionarios de las dinastías Xia, Shang y Zhou, que se traduce como «el centro de todo bajo el cielo» o como «el Imperio del medio». ¿Qué significa esto? Que China históricamente se ve como el centro del mundo, como un Sol cuya fuerza gravitacional hace girar a su alrededor  todos los planetas del sistema solar.

Si tomamos a Cristopher Bertram y Gustavo Bueno como referencia, podemos definir a las potencias hegemónicas o imperios históricos a través de dos tipos ideales: el «asimilador estructural/generador» y el «colonial/depredador», cuya diferencia radica en que  los primeros clonan todas sus instituciones económicas/políticas/ideológicas/legales allá donde se expanden, mientras que los segundos solo quieren esquilmar todo lo que pueden y dejar a las poblaciones y territorios por donde se expanden igual o peor que como se los encontraron. En esa división, ¿dónde entraría China? Pues en algún punto medio entre los dos, ya que no le interesa exportar y clonar su modelo pero, a la vez, y a diferencia de USA o la UE y sus inversiones y proyectos exteriores en África, Asia e Hispano/Iberoamérica, no les dejan igual o peor, no les esquilma sin poco o nada a cambio, sino que les mejoran. Quizás la orientación final que pudiera darse a este Imperio del Medio y a un posible y futurible orden mundial hegemonizado por ellos sería el de una tercera alternativa que recogen Bertram y Bueno: la «emulación/ejemplarismo»; es decir, la fuerza gravitacional del Sol chino hace y hará que muchos países, alianzas supranacionales de países, Estados potencia regionales, copien estas o aquellas partes del modelo chino que consideren mejores, aunque los chinos ni lo quieran ni lo busquen.

Al final quedan dos preguntas que van más allá de China. La primera: ¿Es la historia la historia de Imperios combatientes entre sí, sin fin ni sentido ninguno, que caen irreversiblemente sustituidos por otros que les superan por la mayor potencia de su estructura económica y, por ello, de su fuerza militar y también al final de sus cosmovisiones; y es a través de estos imperios como se suceden y se universalizan los diferentes modos de producción que en la historia han sido y son, así como las diferentes clases dominantes de los mismos, y el desarrollo de las fuerzas productivas? La segunda: ¿Estamos en un momento histórico donde nos encontramos justo en ese punto?

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