Concha San Francisco es periodista y miembro de Ecologistas en Acción Zamora
Un proyecto minero en Calabor, Zamora, pretende extraer wolframio a cielo abierto al lado de La Raya fronteriza, que hipoteca el bienestar y la actividad económica de la zona dedicada al turismo, la salud y la producción agroalimentaria.
De la noche a la mañana la vida de los sesenta y cinco habitantes de Calabor, al igual que la de los pueblos vecinos situados a un lado y otro de la frontera con Portugal, ha comenzado a girar en torno a un proyecto que, de realizarse, cambiará no solo su destino, sino el del entorno que les rodea, el paisaje que hasta ahora los ha acogido. El municipio de la comarca zamorana de Sanabria-La Carballeda, que ha llegado a este siglo mermado de fuerzas tras sufrir como tantos otros una gran despoblación, es el lugar elegido para abrir una mina a cielo abierto donde extraer wolframio y estaño, que ocupará una extensión de 250 hectáreas, dimensiones y sistema de explotación que se escapan a cualquier comparación que los lugareños puedan establecer con las minas conocidas hasta ahora en el pueblo.
No es la primera vez que los habitantes del lugar oyen hablar de proyectos mineros: ambos minerales se encuentran en las entrañas de estas tierras, y la minería ha formado parte de sus vidas. Los topónimos que hacen referencia a esa actividad abundan en los mapas y se mezclan con los que describen los paisajes, la vegetación o las ocupaciones ganaderas, que también formaban parte de su día a día junto a las labores agrícolas. Las minas dieron riqueza al pueblo en el pasado, pero fueron abandonadas cuando estos minerales dejaron de ser rentables en los mercados internacionales.
Sin embargo, ahora la empresa Valtreixal Resources Spain SL, filial de un gran grupo minero con sede en Canadá, Almonty Industries Inc, se ha hecho con la concesión de la explotación y el ayuntamiento de Pedralba de la Pradería, al que pertenece Calabor, le abrió las puertas modificando con diligencia las normas urbanísticas para que pueda instalarse en los montes una actividad extractiva minera a cielo abierto. Como ocurre con otros gobiernos municipales, este megaproyecto supone una fuente de ingresos con la que mantener su maltrecha economía, fruto en ocasiones de una mala gestión de los fondos públicos, pero no ha mostrado ninguna preocupación por informar a los vecinos sobre sus consecuencias reales. No es, sin embargo, la única administración que apoya estas intervenciones y mantiene idéntica opacidad.
El cinturón ibérico del wolframio
Los montes que rodean al pequeño pueblo de Calabor poseen esa belleza de líneas suaves, propias de una orogenia vieja y erosionada que los geólogos denominan Macizo Hespérico, uno de los más antiguos armazones de la península ibérica. En él se encuentra el llamado Cinturón Ibérico del Wolframio y Estaño que desde Galicia a Sierra Morena, pasando por Tràs os Montes, parte de León, Zamora y Salamanca, así como Extremadura, aglutina un alto número de indicios mineros, pequeñas minas que como las de Calabor se explotaban artesanalmente, de manera especial en momentos relacionados con las dos guerras mundiales.
Ahora la minería vuelve. Es estratégica para la Unión Europea en el caso de minerales como el wolframio, pero vuelve con modernos sistemas de explotación enormemente agresivos, cuyo daño esta vez será irreparable. Todo es grande en este proyecto: el tamaño de la explotación – se comienza con 250 hectáreas, pero los derechos mineros de investigación alcanzan a más de 2.200 hectáreas-, las toneladas de rocas que se moverán y transportarán por carretera, los explosivos a utilizar, la contaminación del aire, el ruido, las obras que obligará a realizar: una nueva línea de alta tensión, nueva carretera.… y, sobre todo, el enorme volumen de agua requerida.
Un balneario de aguas termales y zona blanca
Esta primavera precedida de lluvias abundantes los brezos tiñen de tonos malva y blanco grandes extensiones del territorio y conviven con pinares de repoblación que no acaban de sentirse a gusto en estas tierras antaño ocupadas por robledales. El pequeño pueblo, situado al noroeste de la provincia de Zamora, en la frontera con Portugal que aquí se conoce como La Raya, casi podría pasar desapercibido desde la carretera que desde Puebla de Sanabria conduce a Braganza, a pesar de la belleza de su paisaje y de las arboledas que en los valles cercanos marcan las riberas de ríos y arroyos, si no fuera porque posee una riqueza especial, reconocida ya en tiempos de los romanos, que obliga a frenar y conocer el lugar afamado hasta hoy día: las aguas de Calabor.
Un manantial aflora el agua de las profundidades de la tierra que a través de canales y fracturas abiertas en las rocas formadas hace millones de años, sale al exterior a una temperatura de 27 grados en ese preciso lugar, enriquecida por los distintos elementos químicos y minerales con los que ha contactado en su largo viaje.
Ahí mismo se construyó un Balneario en el siglo XVIII, que contó con ilustres visitantes, se cita a la emperatriz Eugenia de Montijo, del que aún hoy quedan restos. En 1887 el agua de Calabor fue declarada de utilidad pública por su calidad diurética y por su valor para uso externo, debido a su alto contenido en derivados del azufre. Tras distintos avatares que obligaron a cerrar las antiguas instalaciones, en 2003 se abrió una nueva envasadora y en la actualidad un edificio moderno y bioclimático ha sido construido para albergar el balneario de aguas termales. Sus gestores, descendientes del pueblo, han regresado para recuperar la antigua actividad termal con una nueva mirada puesta en destinar el balneario a las nuevas enfermedades del mundo actual, provocadas por entornos contaminados: el Síndrome Químico Múltiple, la Electrosensibilidad…etc. Se busca en definitiva crear lo que hoy se denominan zonas blancas, espacios de máxima calidad ambiental donde recuperarse de la vida contemporánea, un proyecto abierto al que podrían seguir otros.
Bienes en disputa
Pero este objetivo está en suspenso tras el anuncio de apertura de la mina. Una vez más el destino de Calabor vuelve a estar marcado por el agua, porque este elemento indispensable que no pasó inadvertido para los romanos por su especial cualidad, constituye de hecho uno de los principales bienes en disputa.
La mina de Valtreixal, si se construye, requerirá de tan ingente volumen de agua para sus plantas de tratamiento, que podría afectar al nivel freático de los acuíferos, y esa demanda tendrá que cubrirse con los recursos hídricos que posee el lugar y que son de Dominio Público Hidráulico: aguas subterráneas y pluviales, numerosos arroyos y ríos donde el proyecto prevé realizar captaciones. Al mismo tiempo, las instalaciones de escombreras y depósitos de residuos sulfurosos, así como el propio movimiento de minerales que hasta ahora dormían en la profundidad de la tierra, pueden afectar o modificar la calidad de las aguas subterráneas y superficiales.
Aguas que por otra parte se comparten con el país vecino, entre ellas las del río Calabor, que da nombre a este enclave, y que en tierras portuguesas pasa a llamarse Aveleda para terminar fundiéndose en el Sabor, el río que abastece la ciudad de Braganza. Esta es una de las razones, entre otras, que sustenta las alegaciones presentadas a este proyecto minero, que en ambos lados de la frontera levanta muchos reparos, comenzando por el de la propia capital trasmontana.
Las otras objeciones son también de largo alcance y afectan a otros bienes en disputa, pues el territorio donde pretende ubicarse la mina se encuentra dentro de la Red Natura 2000, un área de conservación de la biodiversidad de la Unión Europea, y coincide con la Zona de Especial Conservación de Sierra de la Culebra, donde se encuentra la mayor reserva europea de lobos, compartiendo territorio con el Parque de Montesinho, al otro lado de la Raya, que ellos no entienden de fronteras.
Además, todo este espacio se halla integrado en la Reserva de la Biosfera Transfronteriza Meseta Ibérica, la mayor de este carácter en Europa, que abarca territorios de Zamora, Salamanca y Nordeste Trasmontano en Portugal y cuyo reconocimiento emitido por la UNESCO hace solo seis años podría peligrar seriamente. Sus gestores consideran imposible integrar en los objetivos de la reserva una intervención tan fuerte como una mina a cielo abierto, y añaden que pone en peligro el modelo de turismo sostenible y responsable que pretenden desarrollar en estos territorios, buscando un equilibrio entre el patrimonio ambiental y el aprovechamiento de oportunidades económicas.
Lo grande y los pequeños
No ha podido elegirse un lugar más protegido en su medio ambiente para consumar obra tan lesiva, ni un mejor ejemplo para explicar cómo funciona la apropiación de las materias primas para que otros se beneficien de su valor añadido. Y en esta búsqueda casi desesperada de explotar los restos de tungsteno allá donde se encuentren, nada mejor que la frontera pobre y despoblada de un país del sur de Europa, lejos de Canadá.
Es el pulso entre lo grande y los pequeños lo que queda en evidencia una vez más ante proyectos como esta práctica minera a cielo abierto, que la Administración regional, la Junta de Castilla y León, no duda en respaldar, acogiéndose al consabido mantra de que “se tramita ajustándose a la legalidad”. Todavía no se ha hecho público el necesario informe de impacto ambiental, pero no hay que olvidar que fue precisamente la Sociedad de Investigación y Explotación Minera, Siemcalsa, participada por la Comunidad de Castilla y León, quien vendió en 2017 los derechos mineros a la empresa Valtreixal. Mientras tanto se hacen declaraciones pomposas alardeando de la gran inversión que la multinacional minera realizará en este proyecto, y de los puestos de trabajo que se generarán, doscientos según la empresa, aunque más adelante explica que gran parte de ellos se cubrirán con los trabajadores de la mina de Los Santos, en Salamanca, cuya explotación también ha realizado.
Lo cierto es que el grupo empresarial Almonty Industries Inc opera en este proyecto a través de una empresa filial, Valtreixal Resources Spain S.L, de carácter unipersonal y cuyo capital social asciende a la cifra de 3.000 euros. Es por tanto la multinacional canadiense que cotiza en la Bolsa de Toronto y sus accionistas quienes se beneficiarán de la extracción del wolframio de Calabor, a muchos kilómetros de sus oficinas y viviendas, en la península ibérica donde además de la mina salmantina, también explota otro yacimiento en Panasqueira (Portugal).
Y explotar en este caso es sinónimo del más puro extractivismo, un modelo de desarrollo prácticamente neocolonialista, que realizan grandes corporaciones como Almonty mediante el uso de naturaleza barata en territorios ajenos, que pagan muy cara una intervención tan desmedida de la que nunca volverán a recuperarse. Por mucho que sobre el papel del proyecto se hable de planes de restauración del terreno, de contaminación mínima y todo el catálogo de buenas intenciones que no suelen cumplirse, el ecosistema de los montes de Calabor, su biodiversidad no podrá resistir la herida brutal de una mina a cielo abierto con cortas previstas de dos kilómetros de largo y cientos de metros de profundidad, ni tampoco lo hará el sostenimiento de cualquier otra actividad económica en la zona, hipotecando su futuro más allá de los diecinueve años de explotación previstos.
La Raya ¿nueva zona de sacrificio?
Es por tanto mucho más lo que se pierde que lo que este espacio puede ganar con la mina. Sanabria y La Carballeda están especializadas desde hace tiempo en el turismo de la naturaleza, como demuestran los alojamientos rurales diseminados por los núcleos del lugar y las pequeñas empresas dedicadas a este tipo de actividades o al avistamiento de fauna, especialmente del lobo ibérico y del ciervo en tiempo de berrea. El Parque Natural del Lago de Sanabria está a muy pocos kilómetros de Calabor, y un enclave como el de la Sierra de la Culebra, Reserva Regional de Caza, vive no sin esfuerzo de las visitas de un turismo que crece poco a poco, ahora implementado con el Centro del Lobo ubicado no lejos de aquí. En los últimos años otras actividades han venido a sumarse al turismo, como la apicultura en tierras de brezales, castaños y robles, o el cultivo ecológico y la recogida de frutos del bosque, sin olvidar una de las actividades que más han caracterizado estos pagos: la ganadería extensiva que antaño mantenía a raya los incendios.
Todo lo dicho puede ser trasladado al otro lado de la Raya, donde el Parque Natural de Montesinho, situado a cinco kilómetros del lugar donde se pretende instalar la mina, se siente afectado igualmente, con gran preocupación para sus moradores.
Así pues, una vez más los ciudadanos nos topamos con la gran contradicción del sistema y de quienes tienen la responsabilidad de apoyarnos en situaciones como esta. Lejos de trabajar conjuntamente en la búsqueda de alternativas que refuercen la economía local y los pequeños proyectos ya en marcha, nuestras administraciones se decantan por este modelo extractivo, injusto y ni siquiera rentable para la economía nacional, mientras se permite destruir el patrimonio natural en medio de la mayor opacidad informativa.
A los habitantes del mundo rural vaciado y perplejo, convertido en zona de sacrificio por decisiones nunca escritas de Gobiernos y corporaciones mercantiles, solo les queda sacar fuerzas de flaqueza y seguir la conocida afirmación del escritor Eduardo Galeano, que aquí adquiere su dimensión más trágica: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo”. Surgen así las plataformas, asociaciones, ecologistas y grupos espontáneos de personas que luchan contra la destrucción de sus tierras, y defienden una cultura rural con nuevas alternativas, mientras asisten con asombro y preocupación a la situación de emergencia climática a que nos ha llevado este modelo de desarrollo.
En tales circunstancias ¿quién en sus cabales dejaría destruir la propia casa?