Verónica García-Peña es articulista de opinión en «El Comercio» y colaboradora en el programa «La buena tarde» (RPA). Ha publicado un libro de relatos y es autora de cuatro novelas. La tercera de ellas, «El ladrón de sueños«, quedó entre las finalistas del Premio Planeta 2015 y en el 2017 volvió a ser finalista con «La isla de las musas«.

Luz. Así me llamo. Un nombre muy apropiado, he de reconocer, teniendo en cuenta que Dios es mi padre.

Sí. Dios. El de allá arriba. Al que se reza. El Altísimo y todo eso.

Bla, bla, bla…

Como os iba diciendo, me llamo Luz y soy hijo de Dios.

¡Por favor! Ha sonado lamentable. Como si estuviera en un grupo de apoyo contando mis penas, que las tengo, no os voy a engañar, si bien esa no era mi intención primera. Además, lo de los grupos de ayuda es algo que mi padre nos tiene prohibido porque desde que sucedió aquella fea historia entre Caín y Abel y alguien se fue de la lengua —ahora todo el mundo sabe lo ocurrido e incluso hay libros al respecto—, es partidario de que los trapos sucios se laven en casa. Un deseo muy noble por su parte, desde luego, pero poco realista y, como ejemplo, aquí me tenéis a mí que, a pesar de deciros que mi propósito no es contaros mis penas, no he tardado mucho en empezar a hacerlo. Pero es que es muy tentador desahogarse, ¿verdad? Sobre todo cuando uno está enfadado con su progenitor.

Sí. Estoy enfadado con Dios, con mi padre.

¿La causa? Creo que me ha abandonado por completo y eso es algo que —ya puede suplicarme perdón de rodillas mil veces y hasta prometerme todo su amor infinito solo para mí—, no le voy a perdonar nunca. ¡Palabra de ángel!

¡Vaya! Se me ha escapado. Eso os lo quería revelar un poco más adelante para no asustaros, pero no se me da muy bien todo esto. Ya me podéis perdonar. Hago lo que puedo, que no está mal teniendo en cuenta las circunstancias que en este momento me rodean. No obstante, sí, soy un ángel y voy a ver si de una vez por todas os lo puedo explicar bien puesto que quiero que comprendáis quién soy y cuál es mi situación. Presumo que es la única forma de que podáis ayudarme.

¿Cómo? No lo sé. Sinceramente, no tengo ni idea, pero confío en que si os expongo lo que me pasa, tal vez se os ocurra algo, lo que sea, para sacarme de este, llamémosle difícil, lío en el que ahora mismo estoy metido. Por eso me comunico con vosotros. Os necesito.

Bien. Emprendamos el camino una vez más. Me llamo Luz, soy un ángel, Dios en mi padre y en estos momentos estoy encadenado en el sótano de un idiota que no entiende que yo soy de los buenos y a los buenos no se les pueden hacer estas cosas. ¿Dónde se ha visto trato semejante? Estoy atado con una gruesa cadena a una cama cochambrosa que está anclada a una pared. Tanto la cadena como los pernos y el grillete son de esos que no hay quien destroce por muy espíritu celestial que uno sea porque, oye, soy un ángel pero no Sansón. En realidad, ni Sansón podría con estas sujeciones porque la historia de este buen hombre quizá se exageró un poco, pero eso ya os lo contaré otro día. Ahora lo importante es lo mío.

Así pues, yazco en un sótano húmedo en el que hace un calor de mil demonios y huele a pis de gato que tumba —el hedor, os lo aseguro, es repulsivo— cubierto, también, con una sábana que en su día debió ser blanca y que hoy me es imposible identificar como tal. La tela está empapada de sangre de demonio lo que me debilita y me impide hacer buen uso de mis extraordinarias habilidades como ángel, de las que no me gusta presumir —es un pecado muy feo el de la soberbia—, pero que poseo. No os vayáis a pensar, por mis quejas o los reproches hacia mi progenitor, que soy un ser débil. De eso nada. Soy un ángel en buena forma y con poderes sorprendentes, pero la sangre de demonio…

Sí. Ya os respondo. Los demonios sangran y su maldita sangre es la criptonita de los espíritus celestiales como yo.

¡Oye! ¡No os riais! ¿Pensabais que los ángeles no vemos la tele? Yo también sé quién es Superman. De hecho es uno de mis superhéroes favoritos después de mi padre. Bueno, ahora esa clasificación, a tenor de los acontecimientos actuales y el evidente abandono por parte de mi progenitor, ya no está tan clara. Quizá Superman haya subido posiciones.

Como os explicaba —dejad ya de reír, por favor, que esto es un asunto muy serio—, la sangre de demonio es mi criptonita. ¿Y de dónde la ha sacado este idiota? No lo sé. ¿Cómo la ha conseguido? Ni idea. Este mentecato asegura no creer ni en Dios ni en el Cielo ni en los ángeles y, por lo tanto, digo yo, tampoco creerá en los demonios. Y si no cree en demonios no puede buscarlos, cazarlos y quitarles la sangre para utilizarla contra un espíritu celeste como yo, ¿verdad? Es de cajón. No obstante, sea como fuere, lo averiguaré. Tarde o temprano me enteraré, puesto que la paciencia es una virtud, dice mi padre, y yo tengo mucha, aunque reconozco que el aguante me flojea cada día que pasa.

Llevo preso cerca de un mes, período que se me ha hecho eterno y mira que yo a la eternidad estoy más que habituado, pero este cautiverio es de lo más aburrido que he vivido nunca. Por eso, no os sorprenda que tenga tantas ganas de hablar con alguien, desahogarme, contar mis penas y formar un grupo de apoyo con vosotros aun en contra de las normas de mi querido padre. De paso, si sois capaces de sacarme de aquí, mejor que mejor porque me aburro tanto y estoy tan solo y odio a mi progenitor y…

Vale, vale. Ya me concentro, pero tenéis que entenderme. Esto es tan horrible que incluso he pensado en dejarme morir lo que, claro está, he descartado de inmediato porque no puedo palmar.

No, no puedo. Es casi imposible.

Os lo juro. No miento. Soy un ángel y los ángeles no nos morimos así sin más, como vosotros que —no os ofendáis pero es la verdad— os morís por cualquier triste menudencia. El caso es que hay pocas cosas, muy pocas, que maten a un ser alado más allá de la consabida ira de mi padre que cuando se pone, se pone. Eso no os lo voy a negar ni le voy a defender. Tiene mal genio y muy mal perder. Es así. Qué le vamos a hacer. Y no hay aquí, por el momento, en este cuartucho maloliente e inmundo, nada que pueda matarme. Sí debilitarme, como la maldita sangre de demonio, pero no matarme. Aunque, al final, quién sabe, quizá sí fallezca de puro tedio porque mi captor es el tío más soso del universo, cosa que os puedo asegurar con rotundidad porque conozco a muchos tipos boniatos. Los arcángeles, por ejemplo, son bastante aburridos, si bien, gracias a mi progenitor y a un buen equipo de publicistas, han conseguido que de ellos se digan otro tipo de cosas muy distintas. Puro marketing.

En fin. ¡Qué sopor! ¡Qué hartazgo! Pensad algo para ayudarme, por favor. Lo necesito. ¡Os necesito! Yo vine a la Tierra, a vuestro diminuto mundo, a cumplir una misión que, en principio, prometía sencilla y que me aseguraría las dichosas alas.

Sí. Lo habéis entendido bien. Me tenía que ganar las alas como en esa película del tal Capra que todas las Navidades recordáis y que, cuando la ponen en la televisión, nunca veis porque decís aquello de «otra vez. Ya la he visto» y cambiáis de canal.

Los ángeles, os lo explico para que lo tengáis claro, somos en general creados sin alas. Solo algunos enchufados, arcángeles y seres similares de los que prefiero no decir más, las tienen de nacimiento por expreso deseo de mi querido padre. Los demás, que no somos tan afortunados, venimos al Cielo sin alas y nos las tenemos que ganar cumpliendo las misiones que Dios y su Consejo de Ministros nos encomiendan. Os aclararé que, lejos de la creencia popular, los trabajos no siempre consisten en hacer el bien y ayudar a otros, como se veía en el film del que hablábamos. Yo no soy, ya me gustaría, como Clarence Odbody, el ángel de la película. Pocos quedan como él en realidad porque cada vez son más las ocasiones en las que los espíritus celestiales nos vemos obligados a aceptar trabajillos raros y a obedecer órdenes sombrías relacionadas con las cloacas del Paraíso que, como en la Tierra, también tenemos.

Seguro que os estáis preguntando a qué asuntos me refiero, pero no puedo decíroslo porque «si lo hiciera, tendría que mataros».

¡Ja! Perdón. No he podido evitarlo. Lo siento. Tendríais que veros las caras que habéis puestos, pero es que siempre he querido decir esa frase. El caso es que esas empresas dudosas que a veces resolvemos para ganar puntos y conseguir las alas son el motivo por el que yo tuve que bajar a aquí. Mi cometido secreto era descender a vuestro mundo, buscar y encontrar al memo que me tiene reo en esta porquería de cuartucho maloliente y explicarle quién es en realidad porque se supone que el muy idiota es, ya veréis que ironía, uno como yo.

¡Sí! Tal cual. Según me explicaron, es un ángel que en el viaje de descenso desde el Cielo, en el aterrizaje, se dio un fuerte golpe en la cabeza y perdió la memoria. Yo tenía que ayudarle a recordar y llevarle de regreso a la Gloria sin que ningún humano se diera cuenta de nada y en el Infierno tampoco lo notaran, por supuesto. Esa es la parte sucia de la misión porque cuando uno de nosotros se queda en blanco, puede decidir si quiere regresar al Cielo o bajar a los Infiernos. Es decir, los demonios pueden tentarle si les apetece, pero yo contaba con una ventaja sobre ellos que era lo que supuestamente me garantizaba las alas sin mucho problema: nadie sabía de la existencia de este ángel porque la misión por la que descendió a la Tierra era de tan alto secreto que ni Dios lo sabía. Esto no es una frase hecha. Es literal.

Ya veis. Ese era mi cometido o eso al menos es lo que a mí me expusieron cuando me confiaron esta labor, que no la creí tan complicada, peligrosa y sucia como se me antoja ahora mismo. De hecho, estos últimos días he empezado a dudar de la versión oficial. No sé. Llamadme suspicaz, pero lo que me aseguraron en el Cielo sobre mi captor, su viaje y su caída, en este momento, no me cuadra. ¿De verdad ni mi padre sabía de su viaje? ¿Y en el Infierno tampoco estaban al tanto? ¡Venga ya! ¡Por mi padre! Eso no se lo cree ni el más tonto de los ángeles. Ni los arcángeles, si me apuráis. ¿Ningún demonio ha subido a la Tierra y le ha prometido riqueza, fama y a saber qué más para ponerlo de su parte? Pinta mal. Muy mal. Yo, por el momento, pongo todo en cuarentena. Las piezas no encajan.

Shh. Ya vuelve y qué mal huele. Necesito que penséis algo para sacarme de aquí y necesito que lo hagáis cuanto antes. Tengo un mal presentimiento, de verdad. sobre todo desde que he reparado en cómo, últimamente, de forma constante, mi estúpido carcelero se remueve el pelo y se lo coloca delante de la cara para intentar tapar su frente y cómo el olor a gato, cuando él entra, se trasforma en azufre.

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