Carlos Barrio es historiador

Un exvoto íbero, que se halla en el Museo Arqueológico Nacional, muestra a un guerrero-sacerdote “sacrificando un carnero y pisando una cabeza de lobo en un medio acuático”. La figura, del siglo V a.C., es un buen punto de partida para entender la religiosidad de los primeros tiempos de la Edad Media asturiana. Obviamente, hay que situarse ante unos cuantos espejos, que distorsionaron la imagen de esta figura y que cristianizaron  unas costumbres, tanto guerreras como religiosas,  que acabaron cristalizando en unas crónicas escritas ciento setenta años más tarde de los sucesos de Cuadonga.

¿Cómo podemos identificar esos espejos? En El Carboneru, un pequeño pueblo de Mieres hay una laguna con una leyenda extraordinaria. Según cuenta la tradición, allí cayó una rica señora con su carruaje. Las alhajas que portaba aparecieron unos kilómetros más abajo, a la altura de El Convento. Lo que hoy es leyenda pudo ser un culto real en época muy antigua. Y es que desde El Carboneru hasta el lugar donde la tradición dice que aparecieron las joyas hay puntos arqueológicos de gran interés. Si se desciende por Mariana, topónimo que puede venir de Xanes, se llega a la capilla del Carmen, edificio, románico en su origen, enclavado en el Camino de Santiago, que se levanta en la base del castro de Lladreo, lugar donde apareció cerámica romana y una moneda de la época de Tiberio. No es el único yacimiento de interés, ya que Manzanares vio restos de dos villas: una levantada sobre lo que hoy es la Casa Duró; otra sobre el Instituto Bernaldo de Quirós, refiriéndose a una de ellas  como  Santa Marina. El prado del instituto acogió durante muchos años la fiesta del Carmen, una romería donde la gente iba a comer el bollo, algo que se puede interpretar como un culto a la Tierra Madre, a una diosa de la Naturaleza. No se debe olvidar que Carmen es una virgen relacionada con el mar, a pesar de que su nombre significa jardín. Topónimos interesantes relacionados con esa figura religiosa aparecen en la zona: La Guareña, lugar donde se ubicó en primera instancia la Iglesia de San Xuan; la calle Siete Fontes y el barrio de Santa Marina. Como en Mieres no hay rastro de mar, se tiene que comenzar a hablar de Carmen como una figura acuática y de la Naturaleza. Y es aquí donde aparecen los vínculos con la leyenda de El Carboneru. Pero si en la laguna hay una leyenda, ¿cómo se interpreta todo esto? Pues a través de una figura suficientemente conocida, pero que se ha arrojado al cajón de la mitología. La referencia es la xana. El etnógrafo Julio Caro Baroja relacionaba la xana con la diosa romana Diana, protectora de la Naturaleza. La evolución, que tuvo que tener como origen el mundo prerromano, sigue hasta su cristianización en virgen. ¿Cuál es la más conocida? La de Cuadonga.

¿Desde dónde se debe tomar el punto de partida? En la Edad del Bronce hay unas élites destacadas, que aparecen enterradas, en algunas ocasiones, con poderosos ajuares. Uno de los túmulos de Monte Deva, topónimo muy a tener en cuenta ya que se asocia un espacio natural con una deidad, es de esta época En este mismo periodo, principalmente en su etapa final, hay que destacar la presencia de objetos de valor, como hachas de bronce, en corrientes de agua. Algo que guarda relación para algunos estudiosos con algún tipo de culto a una divinidad acuática. El prehistoriador Miguel Ángel de Blas Cortina afirma: “la sacralización de fontanares es tan antigua como universal”. Un ejemplo de esto se da en la vecina Cantabria. En Cuevallusa aparecieron tres espadas de bella factura.

Y ya que se ha pasado a hablar de unas élites, ¿cómo y dónde surgen estas? En el Calcolítico o Edad del Cobre, porque es en esa época cuando aparece la que muchos estudiosos conocen como la primera ciudad de la Península Ibérica: Los Millares, yacimiento datado entre el 2400 y el 1800 a.C. En Los Millares aparecen “tumbas megalíticas exclusivas”, símbolo inequívoco de la aparición de unas élites. En Asturies, por su parte, aparecen recintos funerarios de esa época en la mina del Aramo: unos veinte individuos fueron depositados allí, posiblemente como una ofrenda para calmar los ánimos del Más Allá. La tierra daba riqueza, las minas proporcionaban cobre, y tenían que cobrarse una pieza a cambio, pero también, y esto es interesante, es el momento en el que aparecen tumbas individuales en túmulos. No solo eso, en el oriente de Asturies hay enterramientos en cuevas y los restos humanos iban acompañados de materiales, como, por ejemplo, puñales. ¿Se había creado una élite de guerreros que habían derrotado a la bestia que habitaba en las cuevas? Los testimonios orales, que han llegado hasta nosotros como leyendas, pueden  ayudar a comprender esto. Por ejemplo en Cesnille, una pequeña parroquia del Valle de Turón, se narra la historia del señor que alimentaba todos los días con un cuenco de leche a una serpiente. El reptil acudía todos los días a su cita, hasta que el señor murió y la serpiente se quitó la vida dándose cabezazos contra una pared. En Cesnille, otra leyenda cuenta la historia de un señor realmente fuerte, al que nadie se atrevía a retar en una pelea. Estos mitos hay que relacionarlos con el guerrero que derrota al cuélebre o el ojáncanu: Ulises y el cíclope en versión asturiana. Pero también hay que entender que nos enseñan que para llegar a la condición de guerrero había que superar un rito de paso. Teniendo en cuenta que los cuélebres o el ojáncanu no existen, el rito de paso se reduciría a algo más terrenal, como, por ejemplo, un enfrentamiento con un lobo o un oso.

Ya se ha señalado el surgimiento de unas élites en la Edad del Cobre y la evidencia de estas en la Edad del Bronce. A finales de este periodo va a dar inicio la conocida como cultura castreña, un largo periodo donde el castro será el principal edificio de las aristocracias. Según Alfonso Fanjul, el castro sería un centro de poder donde residiría la alta alcurnia. Este arqueólogo aprecia “una flexibilidad social cada vez mayor, dentro de un paso de las primeras jefaturas de la Edad del Bronce, a las aristocracias guerreras de la Edad del Hierro”. Esto, según sus palabras, “explica la multiplicación de poblados fortificados”. Alfonso Fanjul también señala que “la cultura social de las tribus astures, al igual que las del resto del Norte Peninsular en la Edad del Hierro era la guerra”. El armamento tiene una clara vinculación con el poder. Un buen ejemplo de esto es la espada de Sobrefoz, un arma fechada en la Edad del Bronce, que debió pertenecer a un señor local.

Según Diodoro, ser guerrero era un medio de escapar de la pobreza. Tomando como referencia la etnografía podemos hablar de la importancia de la juventud y los ritos de paso, antes mencionados. En Cantabria se celebra la Vijanera, una festividad protagonizada por unos personajes llamados zamarrones. Estos zamarrones son varones jóvenes, que van en grupo portando campanos para ahuyentar los espíritus y tienen como misión capturar un oso, que en otras ocasiones puede ser un lobo. Las saunas halladas en algunos castros pueden guardar relación con esas cofradías de jóvenes guerreros, con ritos iniciadores.

La llegada de los romanos a lo que hoy es Asturies trajo consigo un dibujo de los pueblos que vivían en el territorio. José Luis Maya los intentó describir de la siguiente manera: “Desconocemos si los astures en un sentido estricto ocupaban una franja reducida del centro de Asturias, mientras pésicos y luggones eran comunidades con rasgos propios y diferenciables de aquellos”. Más allá de los luggones, Maya ya citaba a los cántabros “desbordando la orilla izquierda del Sella, ocupando Caravia o por lo menos controlando parte del territorio”.  Entre los cántabros, Maya destacaba a los vadinienses, que se ubicaban en el oriente de Asturies, León y parte este de Palencia. Este mapa parece clave para mostrar las futuras sedes de lo que se conoce como monarquía asturiana.

Parece ser que los miembros de la aristocracia indígena adquirieron costumbres romanas, pero eso no es sinónimo de romanización. Marcelo Vigil decía con buen criterio que las estructuras prerromanas habían sobrevivido a los latinos. Entre unos y otros hubo tiras y aflojas; guerras y pactos. Parece evidente la aculturación motivada por el comercio y los intereses mutuos. De un pueblo que se basaba en la guerra hay que esperar que nutriese de mercenarios a las legiones romanas. Pintaius es un buen ejemplo de esto último: astur transmontano que fue portaestandarte de la Cohors V Asturum, al que conocemos gracias a una estela donde se le ve ataviado con la piel de un… ¡Oso! Todo parece indicar que buena parte de las costumbres locales permanecieron. Una lápida hallada en Uxo aportó el nombre de un dios indígena: Nimmedo Assediaggo. Nimmedo parece venir de la palabra celta nemeton, que significa bosque sagrado: La guerra y la Naturaleza.

Los romanos, asimismo, aportaron las villas: “el establecimiento rural característico de la Antigüedad romana, una gran propiedad centralizada en un complejo de edificios que suelen incluir una par urbana, donde habitan los ricos propietarios, y una par rústica compuesta de establos, graneros, hornos o talleres, donde se satisfacen las necesidades materiales de un núcleo con voluntad autárquica”, en palabras de Miguel Calleja. La Villa de La Olmeda, en Palencia, tiene una primera fase que abarca del siglo I d. C al siglo III y otra que comienza en el siglo IV y llega hasta el siglo VI. Al frente estaría una familia aristocrática, unos terratenientes en principio romanos, pero que parece ser que fueron sustituidos por gente de su mismo linaje de origen germano, ya en época medieval. La Olmeda nos da un título y un nombre: Asturiux, dux de la Tarraconense.

La entrada a la Edad Media está marcada por la aristocracia guerrera,  los poderes locales y la religión. El yacimiento de Argandenes, en Piloña, da numerosas pistas para entender la  nobleza astur de la época. Cerca de trescientas piezas aparecieron en el citado enclave, destacando “tres fragmentos de una lámina de oro que había formado parte de los apliques de un cinturón de un varón enterrado en una tumba doble mixta”. Rogelio Estrada, responsable de la excavación afirmó en diciembre de 2019: “Lo que se constata es que en un arco cronológico muy reducido de entre 150 y 200 años se enterraron aquí una treintena de personas importantes, cuyos descendientes podrían haber desempeñado un papel destacado en la batalla de Cuadonga”. El ajuar se corresponde con la época de la monarquía asturiana de Toledo, pero Estrada aclara que “el momento en el que se construye este panteón hay presencia visigoda, pero su influencia tampoco está excesivamente marcada. Se trata de un tiempo en que las élites astur-romanas hacen pactos constantemente sin la presencia ya de un ejército romano que respalde su autoridad”. Efectivamente, parece fuera de toda duda que los territorios que luego configurarían Asturies eran independientes de Toledo. Las mismas crónicas cristianas de la época de Alfonso III certifican esto: “Sisebuto reinó ocho años. Obligó a los judíos a adoptar la fe de Cristo, y fundó a sus expensas la Iglesia de Santa Leocadia. Humilló y persiguió en los montes a los rebeldes astures y vascones”.  No fue solo Sisebuto: Wamba “a los astures y los vascones que de continuo se rebelaban, les dominó y subyugó a su imperio”.

Parece evidente que Pelayo solo podía ser un noble de la aristocracia astur-romana. Según las Crónicas de Alfonso III, el caudillo se refugió en una cueva del monte Auseba, denominada Santa María. Ya se han visto los vínculos entre las deidades precristianas y las nuevas vírgenes; asimismo, se ha mencionado la caverna como morada de las bestias y la unión que hay entre estas últimas y los  guerreros. También, como no podía ser de otra manera, las criptas eran un lugar de culto. El tesoro de Chapipi, un enterramiento de monedas de época romana-bizantina depositadas en una gruta, nos guía en esa dirección. He aquí el exvoto íbero del que se hablaba en las primeras líneas, en la elección de Pelayo. No se puede dudar del cristianismo de este último, ya que esta religión se practicaba en un principio entre las élites, pero queda claro que seguían vigentes antiguos ritos. La historia de la Cruz de la Victoria viene de Cuadonga, pero se sabe gracias a Floro la historia de Olíndico, un jefe celtíbero que blandía una lanza de plata enviada desde el cielo para luchar contra los romanos. Incluso el famoso desprendimiento de tierras puede guardar más relación con una deidad de la Naturaleza. O lo que es mismo: una xana.

A Pelayo le va a suceder Favila. Puede que no fuese hijo natural ya que otra costumbre indígena que había pervivido era la herencia a través de la mujer. Favila solo podía llegar al poder a través de un rito de paso, algo que le causó la muerte. Alfonso I, yerno de Pelayo al estar casado con Ermesinda, accedió a la jefatura, que solo puede ser local. Favila, por su parte, fue enterrado, a pesar de todo, con galones de guerrero, en una Iglesia, que se cree levantada por él, construida sobre un dolmen. Unía así su linaje con el de los guerreros de antaño. En la consagración del lugar aparece un vate llamado Asterio. Para Eduardo Peralta Labrador, un vate es “un augur local”.

Tras Alfonso llegaría  Fruela, aristócrata del que las crónicas dan mucha información. Hijo del ya citado Alfonso y, sobre todo, de Ermesinda, Fruela tuvo problemas con los vascones. En tierras de estos últimos secuestró a una joven llamada Munia con la que tuvo un hijo, el futuro Alfonso II. Asimismo, tuvo problemas con los gallegos y acabó matando a su hermano Vimara. Fruela terminó sus días asesinado por los suyos y su cuerpo fue trasladado lejos de Cangues, hasta Uviéu. Aurelio, su hijo, le sucedería al frente. De él se cuenta que se enfrentó a una rebelión de los siervos. La definición de estos últimos bien se puede encuadrar en lo que todos pensaríamos en un principio, esclavos, pero igual se referían los cronistas a otras jefaturas locales. Destacado es el topónimo San Martín del Rey Aurelio, donde bien pudo ocupar poder el aristócrata. San Martín es el Marte romano: Dios de la Guerra.

Tradicionalmente, se ha vinculado la monarquía asturiana con tres sedes: Cangues, Pravia y Uviéu. Con el sucesor de Aurelio, Silo, el poder se trasladó del oriente al centro-occidente. De territorio vadiniense nos trasladamos a zona pésica. Alfonso Fanjul dice lo siguiente sobre este pueblo: “Ocupaban todo el centro-occidente asturiano, desde las riberas del Nalón hasta el Valle del Navia, límite con los galaicos, y tenían su capital en la actual Pravia. La pervivencia histórica de este pueblo sobrevivió a la romanización y llegó hasta la Alta Edad Media, donde aparecen como bando en conflicto con la corte visigoda”. Silo, que había llegado al poder por su matrimonio con Adosinda, hija de Alfonso I, mantuvo paz con los musulmanes, pero tuvo jaleos con los gallegos. El poderoso señor cedió algunos castros a la Iglesia, algo que se debe interpretar como una cristianización de centros políticos heréticos.

El largo caudillaje de Alfonso II se hará esperar, ya que fue expulsado del poder por su tío Mauregato. Este último era hijo de Alfonso I  y de una sierva, un usurpador para los redactores de las crónicas. Los siervos vuelven a aparecer en los textos, esta vez en versión femenina, motivo por el cual se puede reafirmar que, en realidad, eran aristócratas de otros centros de poder. Parece ser que bajo el mandato de Mauregato comenzó una de las grandes obras de ocultación de todo lo anterior al cristianismo: el Camino de Santiago.

Bermudo, sucesor, de Mauregato, vuelve a poner de relieve el exvoto ibero. Este hombre solo estuvo tres años en el poder, del que abdicó para volver a su estado clerical. Y es que este caudillo fue  diácono, algo muy extraño y que, desde luego, no tiene ningún tipo de relación con las costumbres toledanas. ¿Por qué ocupó la jefatura durante tres años? Tras su marcha voluntaria, Alfonso sí llegará al poder, del que volverá a ser apartado para ser recluido en un monasterio en Abelania. Alfonso, del que las crónicas dicen que “fue el primero que fijó el trono en Uviéu”, fue expulsado por tiranía. ¿Tiranía sobre quién, sobre los siervos? Puede ser que el señor no fuese encerrado en un monasterio y sí en un santuario. Desde estas líneas se defiende la ubicación de ese recinto cerca de Ablaña, en Mieres. Asimismo, también se defiende que ese encierro monacal fue una copia llevada a los textos del que sufrió Chindasvinto III, rey franco que fue apartado del trono por Pipino, el padre de Carlomagno. El largo gobierno de Alfonso II no se puede entender sin la figura del que fue  coronado emperador en la Navidad del 800, ya que se conocen las relaciones entre Alfonso y Carlomagno. Jacques Le Goff dice que “los papas buscaron y encontraron entre los soberanos francos el brazo secular que les protegió de sus enemigos”. La comunicación entre ambos personajes fue silenciada por los cronistas que inventaron el reino de Asturies. ¿Se había convertido Alfonso en un siervo de Carlomagno y del papa? Esto explicaría la piedad de sus obras y que llenase Uviéu de edificios religiosos, que tapaban algo, ya que se sabe que la actual capital del Principado no era una tierra yerma: castro de Llagú, restos de villas…Recordemos a los luggones: “distribuidos en todo el sector central de la actual Asturies”.  Al igual que los pésicos, tuvieron problemas con los visigodos.  Además, a Alfonso debemos la relación entre el cristianismo y la rebelión de Pelayo. Durante su mandato, un templo anterior a San Salvador fue destruido por obra de los gentiles. Tradicionalmente se ha relacionado a los gentiles con los árabes, pero este término se refiere, de manera genérica, a los paganos, a los herejes.

Ramiro, sucesor de Alfonso, será el primer monarca propiamente dicho de Asturies. Según los textos cristianos, fue elegido para sucederle, pero se hallaba en Castilla “con objeto de casarse”. Su ausencia fue aprovechada por un conde de palacio llamado Nepociano para acceder al poder. Parece ser que este último tenía parentesco con Alfonso II a través de Munia, la madre vasca del casto señor. Vascones y astures fueron los aliados de Nepociano; Ramiro, por su parte, contó con la ayuda de los gallegos. El conde de palacio fue derrotado en Narcea y los poderes locales fueron unificados bajo el mandato de Ramiro. El flamante monarca persiguió condes díscolos y “a los mágicos castigó con el fuego”. Estos magos son un enigma, pero bien pueden ser jefes políticos que le disputaban el poder. Ramiro también derrotó a los normandos, que aparecieron en las costas de Xixón. La villa marinera vuelve a aparecer en los textos tras su mención en la época de Pelayo. Igual esos normandos eran aliados de alguna jefatura allí ubicada, algo que no se debe descartar por la relevancia histórica de Xixón: Campa Torres, Villa de Veranes… Una relectura muy interesante del pozo-cisterna de Cimavilla, elaborada por Alfonso Vigil-Escalera Guirado, nos lleva a un importante centro de poder medieval en la zona.

A su vez, hay que destacar el legado arquitectónico de Ramiro. Santa María del Naranco es un conjunto palaciego interesante porque se construye en lo alto de un monte, enclave  de ritos antiguos. Su hijo Ordoño siguió la estela de su padre, teniendo problemas con los vascones. Tras este vino el gran manipulador, Alfonso III, que encargó unas crónicas hechas a su medida, que lo legitimaron en el poder. Textos que, como se ha visto, cristianizaron relatos claramente precristianos y que unieron su figura con la extinta monarquía toledana. A él se debe el gran icono de Asturies: la Cruz de la Victoria, símbolo del que se sabe que no tiene relación con Pelayo gracias a las dataciones elaboradas sobre la cruz de madera que hay en su interior. Asimismo, se encargó de cristianizar los últimos elementos de la guerra. La Foncalada, arquitectura muy similar a las saunas halladas en algunos castros, tiene dos inscripciones, que descansan bajo una Cruz de la Victoria esculpida en el frontón: “Este signo protege al piadoso. Este signo vence al enemigo”.  “Señor, pon el signo de la salvación en esta fuente para que no permitas entrar al ángel golpeador”.

No se puede acabar este artículo sin definir lo que es la herejía, algo que ayuda a explicar todos los conflictos narrados. En palabras de Josep Fontana: “la herejía es, en última instancia, aquello que la jerarquía eclesiástica encuentra inaceptable, por las razones que sean. Hay herejías políticas, donde el estímulo para la condena puede haber surgido de un monarca temeroso de poderes que compiten con el suyo”.

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