María José Capellín es exdirectora de la Escuela de Trabajo Social de Xixón

Ahora que ha pasado cierto tiempo, quiero comentar algunas reflexiones sobre el proceso que el PSOE gijonés ha desarrollado para elegir su candidato a la alcaldía en las próximas municipales y sobre todo algunos de los debates y valoraciones que surgieron en ese proceso.

Sobre lo primero mostrar mi agradable sorpresa. El PSOE en Gijón consiguió una movilización de su militancia en un proceso interno impecablemente democrático y vivo que interesó a la ciudadanía más allá incluso de sus votantes, por el que resolvieron el problema que la mayoría de la agrupación creía tener, sobre la falta de idoneidad de la actual alcaldesa, Ana González, para volver a encabezar la lista electoral y elegir en unas primarias a un nuevo candidato.

La exigencia de primarias tuvo que sortear una serie de dificultades que los estatutos establecen, con el fin, precisamente, de que no se cuestione, sin el aval de la dirección, a quienes tienen la alcaldía y lo consiguieron a pesar de la clara oposición de la dirección regional a ambos procesos y además eligieron como candidato a un independiente de indiscutible trayectoria y compromiso cívico.

Todo un ejemplo de nueva forma de hacer política, sorprendente en un viejo partido tan jerarquizado. Así que, mi aplauso a la dirección local del PSOE que abre nuevas expectativas de conexión con la participación ciudadana.

Respecto al segundo aspecto citado mi sorpresa no ha sido tan agradable. Me refiero a las posiciones reclamándose desde el feminismo, sobre lo que luego volveré, o las de militantes y simpatizantes de izquierdas, algunas de las cuales me parecieron tan ajenas a la realidad que me llevaba a pensar si explicaban que solo tuviera un concejal de 27, en el caso de IU o estuvieran en caída libre en el de Podemos.

Algunas consideraciones
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1.- Se puede “hacer política” en muchos ámbitos de la vida pública pero el objetivo prioritario de los partidos políticos es desarrollarla en las instituciones. Para llevar a cabo sus programas o proyectos necesitan ganar las elecciones y tantos más votos consigan mayores posibilidades tendrán de obtener la mayoría y formar gobierno. La elección de candidatos se orienta a seleccionar a aquellas personas que maximicen el número de votantes que se añadan a los que la sigla por si sola aporta. Obvio ¿no?. Pues parece que no.

2.- De los cuatro ámbitos electorales, municipal, autonómico, estatal y europeo, es el primero en el que más significativa es la persona que encabece la candidatura. Incluso una vez en el cargo, si quiere repetir, es fundamental que además de una buena gestión pase a representar a la ciudad en su conjunto, es decir debe ganarse si no el apoyo, el respeto y aceptación de quienes no la han votado que deben sentirse reconocidos en su actuación. Son conocidas aquellas alcaldías como Zamora, Vigo, Sabadell o Donostia en su momento u otras en que su alcalde/sa ganan las municipales por amplias mayorías que no se corresponden con los resultados que esos partidos obtienen en las elecciones en otros niveles. Ana González no consiguió esa conexión.

3.- Presentar a la alcaldía una persona sin arraigo en el municipio, añade un grado de dificultad difícilmente superable a la obtención de ese vínculo. El error de la dirección de la FSA hace casi cuatro años, además de una notable arrogancia y menosprecio a la organización local (curiosamente la dirección del PSOE estatal repite ese error ¡por séptima vez en Madrid) supone el desconocimiento de ese hecho.

Una persona que por nacimiento o arraigo vive en una ciudad, tiene múltiples lazos con sus convecinos, establecidos con amigos de la infancia, de sus padres, de sus vecinos, del colegio, de los colegas, alumnos, pacientes, clientes… según haya sido su trabajo, de los compañeros de sus hijos o pareja, del ocio que disfruta, así, como al haber participado de la vida asociativa y política de la ciudad, conocerá los agentes sociales y se relacionará con personas con posiciones políticas diferentes, con la prensa, etc.

Y todo eso es esencial porque el mundo político institucional es un espacio autorreferencial, en que la dinámica del grupo de gobierno, y sus tareas, las relaciones (conflictivas) con la oposición y con el personal municipal, la mediación de los medios de comunicación lo ocupan todo y la realidad se pierde de vista. Se supone que el partido al que pertenezcas suplirá esta falta pero hace tiempo que los partidos no ejercen ese papel. El arraigo del que hablaba antes, esos miles de anclas que te trasmiten visiones diferentes de tantas realidades distintas, ayudan a no perder de vista la complejidad de una ciudad y a dar respuestas a sus problemas.

4.- Yo creo firmemente en que la lucha de clases existe y desgraciadamente opino como Warren Buffet que la están ganando ellos, es decir los ricos. Lo que significa que el eje izquierda-derecha sigue siendo válido y necesario. También creo que ese eje se define en torno a la lucha por la igualdad, especialmente al conflicto por la redistribución de la riqueza y que éste no se presenta, ni se desarrolla de igual forma en los distintos ámbitos de la vida. Hace casi un siglo que se ha superado la concepción de clase contra clase para ser sustituida por la conquista de la hegemonía, o lo que es lo mismo conseguir el apoyo de amplias mayorías para lograr los cambios, lo que es igual a profundizar la democracia.

Y para eso debemos entender que gran parte de los conflictos y contradicciones de la vida cotidiana, que exigen medidas políticas por parte de las instituciones, se deben a la creciente complejidad de nuestras sociedades.

Es un error considerar que las apuestas identitarias, del tipo que sean se deben inscribir necesariamente en el eje izquierda-derecha. A modo de ejemplo, ser antitaurino o aficionado a los toros, partidario o detractor de rituales religiosos tradicionales, aficionado o no de un tipo de arte, defensor o contrario de la oficialidad de la llingua y muchas otras divisiones que nos afectan, no se definen en dicho espacio.

Incluso llevando el ejemplo más allá hay que entender que el conflicto está en cada uno de nosotros según el momento, cuando vamos conduciendo nos irritan la falta de espacio para aparcar, o las restricciones al tráfico, cuando vamos paseando, nos molesta el ruido y la presencia de los coches. Cuando salimos de noche queremos terrazas y disfrutar, cuando queremos dormir nos molesta que las haya. Todo eso se resume en la cuestión de garantizar una convivencia con respeto y tolerancia por medio de acuerdos, consensos o compromisos, que deben propiciar las instituciones.

Hay dos obstáculos, diríamos sistémicos, para conseguir esto: el primero está en la dinámica gobierno-oposición, en principio destinada a la vigilancia crítica al poder y la aportación del punto de vista de los que tienen intereses minoritarios, para garantizar el uso democrático del mismo y que ha derivado en un juego perverso en que cada uno niega al otro; lo que ha contribuido al descrédito de la política al ser conscientes todos que lo que dice el grupo del gobierno aquí es lo contrario de lo que dice o hace en la oposición a 30 km y viceversa.

El segundo, es el papel que están jugando los diversos grupos de activistas sociales. Son los movimientos sociales y sus militantes quienes crean y extienden nuevos valores en las sociedades por ello son absolutamente necesarios para impulsar los cambios y conseguir el apoyo mayoritario para lograrlos. Es en la sociedad donde deben actuar. Sin embargo a medida que los partidos, que articulan intereses más amplios, han ido perdiendo peso, lo han ido ganando en su seno dichos grupos, con la consiguiente influencia en el reparto de poder interno: elaboración de las listas, etc y por ende una desmedida influencia en la elaboración de la política institucional, sobre la que actúan como grupos de presión.

Esto ocurre hoy en todos los partidos tanto de la izquierda como de la derecha, ambos obstáculos son determinantes en el descrédito de prácticas como el consenso, el acuerdo, el compromiso y también la negociación de las legítimas y necesarias discrepancias, y el reconocimiento de intereses contrapuestos, todas ellas la esencia de una auténtica democracia que resista a la polarización social a la que la polarización de la política institucional nos está llevando poniendo en riesgo la convivencia ciudadana. La política municipal es clave para conseguirlo porque es el espacio físico donde se establece esta convivencia.

5.- Decía al principio que abordaría la utilización, en mi opinión, oportunista, que se ha hecho del feminismo, en este proceso. Llevo más de cincuenta años militando en el movimiento feminista (cosas de la edad) y, aunque preocupada de sus contradicciones actuales y siempre luchando por la agenda pendiente, me siento muy orgullosa de lo conseguido. Parte de ello se puede ver en Gijón, una ciudad que puede presumir a lo largo de todos los años de la democracia de un extraordinario plantel de mujeres en puestos relevantes de la política municipal, hemos tenido alcaldesas de izquierda y de derecha, dirigentes de la oposición, multitud de concejalas algunas de las cuales fueron luego consejeras. Todas ellas de todos los grupos políticos, valiosas, todas ellas hicieron verdad la capacidad de las mujeres para ocupar cualquier puesto con la misma o superior capacidad que los varones. Si, o cuando, alguna de ellas fue criticada por su condición de mujer yo me apresuré a defenderla, cualesquiera fuera su adscripción política, pero nunca me sentí obligada a votarla.

En esa dirección las críticas a las críticas de la forma de vestir de la alcaldesa no pueden alegar de manera victimista “porque es mujer”. Es cierto que hay muchos más comentarios sobre la forma de vestir de las mujeres que la de los varones porque es mucho más variada y la industria de la moda tiene gran peso (aunque de los seis primeros artículos que leí sobre el nuevo premier inglés, cinco mencionaban su forma de vestir). Y es cierto que a ciertos sectores de la caverna no les gusta como visten las mujeres de la izquierda, si con estilo y elegancia, porque no les toca, si desenfadas, porque no saben…, en fin simplemente no les gustan las mujeres de la izquierda, pero esa es otra cuestión.

Hoy la manera de presentarse ante los demás que es la forma de vestir, peinar o maquillarse es, exactamente eso, una manera, elegida de hacerlo. Ana González decidió hace mucho tiempo que no aceptaría los convencionalismos. Como yo y muchas otras habrá oído un sin fin de consejos de familiares, amigas o colegas sobre el tema. a las que con todo derecho hizo caso omiso. El problema se presentó cuando optó a un puesto de alta representatividad y entonces con la misma libertad que tiene de no someterse a las normas, tiene que aceptar que sus representados, que sí respetan las convenciones, se sientan molestos con su actitud.

Las declaraciones o llamadas a una especie de complicidad feminista, las lamentaciones sobre las “cuasi traidoras” que no la aceptaban, el intento de llevar la confrontación de dos proyectos políticos a la oposición hombre-mujer, etc… que se dieron en el proceso, es un uso tramposo del feminismo que le perjudica porque contribuye a su descrédito.

El feminismo precisamente dio a las mujeres la libertad de pensar y actuar como desearan. Lo que quiere decir que fuera del marco de la lucha por la igualdad y de la remoción de los obstáculos que la impiden, las feministas pensamos diferente y apoyamos proyectos diferentes, no solo legítimamente sino necesariamente.

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