Faustino Zapico es historiador

          Los aniversarios “redondos” (ya se sabe, esos que acaban en 0 o en 5) suelen ser una buena ocasión para facer conmemoraciones que valen de excusa para hablar del acontecimiento que se recuerda. La importancia de las conmemoraciones depende no tanto de la relevancia histórica del acontecimiento en sí, sino del interés generalmente político-institucional que levante. Generalmente por su funcionalidad a efectos de propaganda política. La Historia se convierte así en un caballo de batalla sobre el que montarse para intentar ganar batallas del presente en forma de relato justificativo o impugnador de la realidad actual.

Así, hay aniversarios que conviene que destaquen, sobre todo cuando hay ganas de hacer de ellos una buena campaña propagandística, como pasó en 1988 col seiscientos aniversario de la proclamación del Principado de Asturias, o en 1992 y los años previos con el quinientos aniversario de la llegada de Colón a lo que después llamaríamos América. En el primer caso el gobierno asturiano pretendía proporcionar una visión histórica bastante dulcificada que hiciera ver el vínculo de la figura del heredero de la corona castellana, y después española, como un inmenso honor colectivo trasmitido con el pasar de los siglos y bien cultivado a través de la Fundación Príncipe de Asturias y los premios unidos a ella. En el segundo, el gobierno español pretendía blanquear la llamada Leyenda Negra con el objetivo de reconciliar a España con su pasado y presentarla como un modelo de modernidad bien inserta en Europa pero también atenta a sus antiguas colonias. Como suele pasar, los aniversarios institucionalizados siempre cuentan también con contra-aniversarios emprendidos por sectores disidentes que intentan dar una idea distinta de la oficial.

bandera republicana federal española y bandera de Asturies

Hay también aniversarios malgastados, como el de 1989, donde la burguesía francesa, a la hora de celebrar el doscientos aniversario de la revolución perdió una gran oportunidad para reivindicarse a sí misma por no querer asumir su pasado revolucionario, y aniversarios incómodos, como el de la revolución del 34, donde las principales organizaciones que la iniciaron (el PSOE y la UGT) optan por el silencio incómodo ya que resulta difícil reivindicar un pasado revolucionario cuando la acción política del presente es tan contradictoria con la historia propia. Hay aniversarios oportunos, como el que hizo en 2011 el gobierno italiano con motivo del 150 aniversario de la unidad del país como un estado moderno para reivindicarse como tal y de paso advertir de los peligros del independentismo padano.

Vemos, por lo tanto, que tenemos muchos tipos de aniversarios históricos, pero quisiera hablar aquí también de los no-aniversarios, de aquellos que pasan inadvertidos, de los olvidados porque nadie se acuerda de ellos. De esos tenemos en cantidad, obviamente, pero no deja de resultar raro que pase sin pena ni gloria uno que estamos viviendo desde hace dos años: el de la llamada “Revolución Gloriosa” de septiembre de 1868, que trajo consigo el destronamiento de la reina Isabel II y un sexenio de transformaciones políticas de las que cumplimos ahora 150 años.

Efectivamente, el triunfo de la insurrección cívico-militar inició una retahíla de transformaciones que implicaron la victoria definitiva de la revolución burguesa en España e hicieron del país, por un breve tiempo, el más democrático de Europa. Como resultado del Pacto de Ostende de 1866, los partidos implicados en el proceso revolucionario (progresistas, unionistas y demócratas) convocaron, a instancia de los terceros y después de triunfar la insurrección, a las primeras elecciones por sufragio universal (masculino, eso sí) de la Historia d’España, en un contexto en que nun había en aquel momento en todo el continente europeo un solo estado donde se celebraran elecciones de esa forma. De ese proceso salieron unas Cortes con mayoría del Partido Progresista que elaboraron la primera constitución democrática de la Historia de España, la de 1869, que reconocía ente otras la libertad religiosa.

La mayoría progresista-unionista de las Cortes acabó por imponer la monarquía como forma de gobierno del país, provocando conatos insurreccionales de los republicanos que no obtuvieron ningún éxito. Llegaría así la triste monarquía constitucional de Amadeo de Saboya, de 1870 a 1873, condenada al fracaso desde el primer minuto por no encontrar el apoyo de las clases revolucionarias, que querían más de lo que el sistema daba, ni de las conservadoras, que preferían la monarquía borbónica tradicional. Tuvo que afrontar también una guerra colonial en Cuba y el inicio de la tercera guerra carlista, por no hablar de la incapacidad política de sus partidarios para consolidar el régimen. Así las cosas, en febrero de 1873 Amadeo, sin que nadie se lo pidiera, abdicaba y marchaba del país, dejando un vacío institucional que solamente podía llenar la proclamación de la República por unas Cortes de mayoría monárquica.

Si la monarquía amadeísta fuei triste, la república democrática acabó siéndolo más, pues tuvo que enfrentarse tanto a sus adversarios tradicionales como a parte de sus partidarios, descontentos con una república que nacía ante la hostilidad de la oligarquía y que no podía, más que con una enorme habilidad, iniciar las transformaciones sociales prometidas y al mismo tiempo superar los enormes peligros que la acechaban. Esa habilidad no la tuvieron ni el ala izquierda de los republicanos ni el alaa derecha, y los cuatro presidentes que se sucedieron en once meses tuvieron que afrontar, además de las dos guerras heredadas, una insurrección de los propios republicanos y de claro tiente anarquista, como denunciaría Friedrich Engels, especialmente atento a los acontecimientos españoles desde su posición en la AIT. La Constitución de 1873 no llegó a entrar en vigor, y ahí se perdió la posibilidad de levantar un modelo federal de clara inspiración norteamericana que reconocía a Asturias como uno de sus 17 estados integrantes. Se perdió también, entre otras cosas, la posibilidad, durante casi sesenta años, de construir un estado laico.

Los graves problemas internos de la república acabaron propiciando un golpe de estado militar que trajo una dictadura que fue la vía por la que transitaron meses después otros militares para liquidar definitivamente esa experiencia democrática que duraba ya seis años para traer, otra vez, a los borbones en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso, que sería el XII de ese nombre.

Realmente la retahíla de acontecimientos que acabo de describir aquí de forma muy resumida suponen, al margen de que el proceso quedara malogrado por la vuelta aparente al statu quo de 1868, algo digno de conmemoración. Pero no es así. No conocemos ninguna iniciativa notable ni desde el ámbito académico ni desde el institucional o político para recordar el periodo en el que definitivamente se consolidó la victoria de la revolución burguesa en España y en el que, durante un breve tiempo, el español sería el estado más democrático de Europa. Es normal que no se celebrara mucho cuando se cumplió el centenario, porque en 1968 estaba en el poder la dictadura franquista (y incluso así se trató bastante, aunque fuera para intentar demostrar las maldades de la revolución y la I República), pero que desde 2018 no se hable nada de ello da que pensar.

Es hasta cierto punto normal que desde el ámbito institucional no se haga mucho por recordarlo: las revoluciones pa echar a los borbones nunca son un buen ejemplo, y las repúblicas menos, y además tenemos una casta política a la que le da pavor recordar todo lo que sea anterior a 1977. aún así, es más preocupante que desde el ámbito académico se le dé tan poco relieve a este aniversario y, especialmente, desde la opinión republicana. Igual es porque los republicanos, o buena parte de ellos, están tan centrados en recordarnos la segunda República que no son capaces de acordarse. Aún estamos a tiempo. El 11 de febrero de 2023 se cumplirán 150 años de la proclamación de la I República. ¿Seremos capaces de hablar de ello o seguiremos centrados en el revival tricolor lamentándonos de la guerra perdida?

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